Publicado en PERFIL
La espectacular celebración del Bicentenario merece algunas consideraciones puntuales:
La sorpresa de muchos debe imputarse a la invisiblización por parte de la mayoría de los medios hegemónicos de la notable mejora de la imagen de gestión del Gobierno nacional y de la Presidenta en los últimos seis meses. Los sorprendidos, políticos, analistas, empresarios, periodistas, fueron víctimas de un microclima de aversión salvaje al oficialismo construido al calor del enfrentamiento del Gobierno con algunas de las principales corporaciones mediáticas.
La comparación que se intentó mostrar, entre la reapertura del Teatro Colón y los festejos convocados por el Gobierno, fracasó rotundamente. No sólo porque las asimetrías de las convocatorias imposibilitaron una comparación, sino fundamentalmente por el paisaje social que acompañó a cada una de ellas, que señaló con claridad las diferentes concepciones de acerca de qué es una celebración popular. Una fue un acontecimiento encapsulado en y para las élites políticas y empresarias condimentadas con un toque de farándula. La otra, una aplanadora de participación del pueblo llano, con gran nivel de interacción, bailando y cantando junto a sus artistas, hasta la propuesta de revisión de los 200 años de historia inscripta en la tradición política y cultural que el gobierno de Cristina representa y que lejos de ocultarla la hizo explícita. Sesgada, como toda visión de la historia. Pero con un sesgo a flor de piel, sin hipocresía ni ocultamientos.
La relación de odio y aversión que algunos medios construyeron en torno al vínculo entre ciudadanía y Gobierno nacional, encontró un límite en la respuesta masiva a los festejos. Puede haber mayor o menor adhesión, pero no existe el odio militante como se pretendió mostrar. Se cumplió la anticipación que hiciera Jorge Lanata antes del Bicentenario, que sorprendió a propios y extraños: hay más antikirchnerismo en los medios que entre la gente.
La contundencia de la participación popular sigue siendo muy superior a los puntos de rating. La programación de los canales privados cambió por la participación masiva. Canales de aire transmitieron exclusivamente en vivo la gala del Colón con 2.500 invitados top, ignorando que a sus espaldas millones de personas cantaban y bailaban con sus artistas populares. ¡Papelón!
El fin de la soledad. Hace un semestre, paulatina pero inexorablemente, se quebró la espiral de silencio construida por los medios hegemónicos y que hacía imposible debatir temas a los que se sienten próximos al Gobierno nacional sin temer el aislamiento. Los festejos del Bicentenario cerraron la etapa de supuesta soledad social frente a toda convocatoria del Gobierno nacional. El oficialismo no está solo, ni representa exclusivamente un núcleo duro de militantes alocados, a los que peyorativamente Felipe Solá, por citar un caso reciente, denominó “minoría en expansión”.
La vitalidad de la convocatoria dio encarnadura social a la persistencia del kirchnerismo como actor político central de cara a las elecciones de 2011, como primera minoría electoral, condición que nunca perdió, ni siquiera en el valle de junio de 2009, cuando obtuvo el 35% de los votos con todos los indicadores sociales y económicos del país en su peor momento desde mayo de 2003. ¿Por qué no suponer que ordenando el frente externo, con un crecimiento del 6% promedio anual y 7% en el segundo semestre de este año y la Asignación Universal por Hijo, el FPV acceda al 40% en primera vuelta en las elecciones presidenciales de 2011?
El atrapamiento de la oposición política, hoy una pieza más en la estrategia de confrontación de los medios contra el oficialismo, desairada y sin reacción, cuyo punto de máxima visibilidad fue Julio Cleto Cobos, concurriendo a la reapertura parcial de un teatro, que si algo de capital político dejó fue capitalizado por su mayor competidor en el campo opositor, el jefe de Gobierno Mauricio Macri.
Cristina baila muy bien.