Por Luciano Monteagudo
Publicado en PAGINA 12
“¡Maten a todos los franceses!”, es la primera orden que les grita el noble rey Ricardo Corazón de León a sus tropas, al comienzo de la nueva versión de Robin Hood, que ayer inauguró en el inmenso Grand Théâtre Lumière (plagado de franceses) una nueva edición del Festival de Cannes. Unos minutos después, a orillas de un plácido río del valle del Sena, el rey francés Felipe II urde con un doble espía un maléfico plan para tomar el trono británico. Tiene, comme il faut, una copa de vino a su lado, que lo ayuda a empujar unas apetitosas ostras frescas, manchadas inexorablemente de sangre cuando al sacarles la valva con un cuchillo el rey se corta la palma de su mano. Será apenas una muestra de la sangre que piensa derramar del otro lado del Canal de la Mancha... La pregunta al equipo de Robin Hood era entonces de rigor. ¿Qué hace en la inauguración del festival francés una película en la que los franceses son los villanos?
En nombre del director Ridley Scott, ausente con aviso –esta vez las cenizas del volcán islandés, que sigue demorando vuelos en Europa, no tuvieron la culpa, sino una operación de rodilla que lo dejó afuera de la alfombra roja–, quien tomó la palabra en la conferencia de prensa fue su protagonista, Russell Crowe. “Hay muchas razones para que estemos aquí en Cannes: hay escenarios y personajes y actores franceses, pero creo que hay un dato esencial, un hecho histórico, que no debe escapárseles: ese gran héroe inglés que fue Ricardo Corazón de León fue muerto por un certero disparo de ballesta ejecutado por... un cocinero francés.”
A pesar de su fama de huraño y hostil a la prensa, Crowe se manejó en La Croisette como un maestro de las relaciones públicas. Por la mañana, enfundado en un sobrio traje azul y camisa al tono, soportó con una sonrisa inalterable la sesión de fotos, en la que los paparazzi le dispararon más flashes que todas las flechas que esquiva en la película. Y por la noche –siempre en compañía de Cate Blanchett– cumplió con el ritual del ascenso al Palais por el tapis rouge, ante los gritos de los fans, que este año no tienen muchas estrellas de Hollywood para celebrar.
Frente a la prensa, Crowe se prodigó más de lo que se esperaba. Se reconoció arrogante, cuando dijo que había habido, es verdad, muchos otros Robin Hood, pero que ninguno lo había convencido como el que escribió para él Brian Helgeland. “Este tiene unas motivaciones claras, ahora sabemos quién es y por qué”, dijo en referencia al discutible revisionismo histórico que propone la película de Ridley Scott. Habló de fútbol, se confesó hincha del Barcelona y confió que España, Brasil y Portugal están entre sus favoritos para el Mundial, después de Australia, claro, su patria adoptiva. Del equipo de Maradona ni siquiera se acordó, pero sin embargo una respuesta referida a la película pareció hablar, oh casualidad, de la realidad política argentina. Cuando se le preguntó cómo sería un Robin Hood hoy, Crowe se puso serio y pensativo como Hamlet y empezó a preguntar en voz alta: “¿Su intención sería política? ¿Se dedicaría a la economía? ¿O se preocuparía por lo que ustedes están haciendo?”, dijo dirigiéndose directamente a los periodistas. La conclusión de Crowe es que Robin Hood hoy se alarmaría por la concentración de los medios de prensa. “Mi teoría es que si Robin Hood viviera, lucharía contra los monopolios en los medios de comunicación.” Faltó que afirmara que si Robin Hood viviera, sería kirchnerista.
Crowe al margen, la prensa francesa también está en el ojo de la tormenta en relación con el Festival de Cannes. Tal como consigna la revista especializada Variety, ya hay varios productores y directores indignados por lo que consideran ejecuciones sumarias sobre películas que ni siquiera han tenido la oportunidad de estrenarse en el Palais des Festivals. Por una parte, el diario conservador Le Figaro le dio amplio espacio a Lionnel Luca, diputado del partido gobernante UMP, del presidente Nicolas Sarkozy, para condenar la película Hors–la–loi (“Fuera de la ley”), del cineasta francoargelino Rachid Bouchareb. “Es una película que pretende reinterpretar la historia y en lugar de pacificar las relaciones reabre las heridas”, dijo Luca, refiriéndose a un film que no vio y que narra la masacre de Sérif, donde el 8 de mayo de 1945 el ejército francés mató a cientos de manifestantes argelinos que pedían la independencia. Como consecuencia de sus palabras, ya se ha formado una fantasmal comisión autodenominada “Por la verdad histórica – Cannes 2010”, que amenaza con emprender acciones durante el festival.
Por su parte, el coproductor francés Vincent Maraval se quejó agriamente de que el prestigioso vespertino Le Monde ya hubiera condenado Burnt By the Sun 2, del ruso Nikita Mijalkov, al que el periódico definió como “un himno estalinista”. La continuación de Sol ardiente (1994) fue seleccionada para la competencia oficial y recién tendrá su primera proyección hacia el final del festival, dentro de diez días, pero por aquí ya circula una declaración firmada por casi un centenar de personalidades de la cultura rusa (entre ellos los cineastas Alexei Guerman y Alexandr Sokurov, además del director del Museo del Cine de Moscú, Naum Kleinman) en la que denuncian los manejos espurios de Mijalkov al frente de la unión de cineastas de su país, una institución estratégica en la distribución de subvenciones del Estado al cine.
También se habla de un boicot italiano a Cannes, por haber incluido un documental que critica abiertamente a Silvio Berlusconi, y ya hay quejas de la organización porque el nuevo largo de Jean–Luc Godard, Film socialisme, tendrá su première mundial el próximo lunes, simultáneamente con su lanzamiento en la web, bajo el sistema pay per view. El festival recién empieza, pero parece que no van a faltar polémicas.