31/7/11

El arte del afiche

Lucien Achille Mauzan (1883-1952), autor de la célebre cabeza de Geniol, vivió en la Argentina entre 1927 y 1932 y, durante ese período, realizó más de un centenar de destacados anuncios. Este lúcido y entusiasta ilustrador francés definió el sentido y la función del afiche en unas pocas y sencillas frases:

“Los afiches deben ser simples y visibles de lejos”. 
“Son el bombo en la orquesta de la propaganda”.
“Son gritos pegados en los muros”. 
“En el afiche, la idea es todo”.

29/7/11

Aparentar antes que ser

Por Pablo Lettieri

Hay quienes afirman que, para delinear a su inmortal Monsieur Jourdain, Molière se inspiró en un tal Gandorin, sombrerero que vivía en París y que había enloquecido a causa de sus delirios de grandeza. Parece que el hombre, un comerciante adinerado, terminó malvendiendo su negocio y empobreciendo a su familia con el único fin de obtener un título de nobleza. Otras fuentes, aunque de manera un tanto imprudente, arriesgan que era nada menos que Colbert, el poderoso ministro del Rey Sol, quien se escondía detrás del personaje. Suponen que su origen humilde lo avergonzaba de tal modo que, a pesar de ser el gran reformador del estado francés, no hallaba consuelo a su condición plebeya y por ello fantaseaba con antepasados aristocráticos inexistentes.

De cualquier manera poco importa, pues Jourdain representa un tipo humano que ha seguido reencarnándose hasta nuestros días: el que prefiere aparentar antes que ser. Ese que, dominado por la pasión de ascender socialmente a cualquier costo, resigna todas las demás pasiones y es capaz de caer en las formas más ridículas de la impostura. Y hasta de provocar el pesar de sus afectos más cercanos y verdaderos.

El tema, como se ve, es de todas las épocas. Y no es, por cierto, ajeno a la nuestra.

28/7/11

Hamlet y nosotros

“El teatro es la trampa en la que atraparé la conciencia del rey”.

Hamlet
Acto 2, Escena III


Como bien dice el crítico Luis Gregorich, “Hamlet no es sólo la obra más conocida y estimada de Shakespeare, sino que es probable que sea la obra de teatro por excelencia, imposible de comparar con cualquier otra, pasada, presente o futura”.
Pero el carácter casi sagrado del que goza no debe impedir al espectador aceptar la invitación más trascendente que propone el autor: la de volver a convertirse en su cómplice. Para compartir su prodigioso conocimiento de un proceso dramático que ha trascendido el desgaste del tiempo. Para dejarse atrapar nuevamente por una trama sangrienta y perturbadora capaz de fascinar al universo entero durante siglos.
Más allá de las incesantes y variadas reflexiones a las que nos ha obligado, es posible descifrar esta obra de la misma manera que es posible descifrar nuestro mundo.
Tal vez sólo sea necesario que no nos cubramos la cara para ver lo que nos dice.
Porque en Hamlet hay algo de nosotros mismos.


27/7/11

¿El retorno de la antipolítica?

Por Ricardo Forster
Publicado en VEINTITRÉS

Un extraño y preocupante déjà-vu parece desplegarse en algunas zonas de la vida política argentina. Primero fue el turno de Mauricio Macri que logró un resultado mucho más abultado de lo que se esperaba; ahora nos encontramos con que Miguel Del Sel, un absoluto recién llegado desde la pantalla televisiva y de los teatros de variedades, disputó, cabeza a cabeza, la gobernación al candidato de Binner y desplazó a un lejano tercer lugar a Agustín Rossi, cuya lista para legisladores provinciales, por esos extraños sortilegios de los acuerdos políticos envenenados y la nueva boleta única que lleva a los votantes a elegir nombres más que partidos, salió primera quedándose con la mayoría de la representación en la Cámara de Diputados y dominando también la de Senadores. Derrota de Rossi pero “triunfo” de la “transversalidad” peronista en Santa Fe (el inefable ex corredor de Fórmula Uno habrá esbozado una enigmática sonrisa ante resultados tan raros que hicieron gobernador a Bonfatti pero perdiendo la Legislatura, le dieron el segundo lugar a Del Sel pero como si fuera un globo vacío porque muy pocos de los que integraron sus listas lograron entrar, y transformó al Frente encabezado por Rossi en el ganador de la representación mayoritaria de la Legislatura provincial).
Un oscuro zarpazo del cualunquismo de los años ’90 busca hacerse un lugar en el centro del escenario recordándonos, por si lo habíamos olvidado, que en importantes sectores sociales sigue persistiendo la antipolítica, esa misma que se vio fortalecida por el espectacular giro farandulesco que el menemismo le imprimió a la vida nacional al mismo tiempo que, acolchado y protegido por los aires neoliberales de la época, desplegó, de la mano de la convertibilidad cavallista, el proyecto de mayor desindustrialización del país previamente anticipado por el plan de Martínez de Hoz en los peores años de la dictadura. Esto también hay que decirlo para eludir los eufemismos: hay un voto, expresado en amplios sectores que votaron a Macri en la primera vuelta de la ciudad de Buenos Aires y que ahora se vuelcan en Santa Fe por un candidato sacado de la galera y proveniente del vodevil, que mezcla los persistentes reflejos de la derecha con una suerte de neopopulismo televisivo que busca constituirse en la verdadera fuerza que venga a disputarle al kirchnerismo la hegemonía electoral. Algo de la esencia de la democracia, que siempre se juega en el espacio público y en el interior de los lenguajes políticos, ha sido nuevamente puesto en entredicho por la reaparición del voto antipolítico, ese que le permitió a un recién llegado, alguien sin ninguna relación con cualquier tradición política, rozar la posibilidad de alzarse con la gobernación de una de las más importantes provincias del país. Da vértigo sólo imaginar si le hubiera tocado al Midachi gobernar Santa Fe.
En más de una ocasión he resaltado el papel fundamental de los grandes medios de comunicación en la construcción del sentido común y en el forjamiento de una opinión pública inclinada hacia la sospecha permanente de la política y de los políticos. La matriz neoliberal desarrollada con especial intensidad en la última década del siglo pasado sigue habitando ciertos núcleos sociales que entremezclan individualismo, autorreferencialidad, cuentapropismo moral con fascinación televisiva que, sobre todo, interpela a quienes han quedado más al margen de la inclusión social y que tienden a identificarse con los personajes que emanan del éter televisivo. Miguel Del Sel supo explotar ese lugar, supo “descender” hacia el pobrerío, los más abandonados entre los abandonados, y con algunos gestos de cercanía logró seducir a quienes se sienten despojados de todo, incluso, de reconocimiento. Seguramente, y pensando en los más desposeídos, quedará por articular una crítica de la política allí donde sigue sin encontrar los vasos comunicantes que le permitan llegar a quienes finalmente acaban por votar la luminosidad que emana de una celebridad aunque ese voto vaya contra sus propios intereses. El olvido, la marginalidad, la ineficacia de políticas sociales de reparación, pero también la bastardización de la esfera pública y la potencia de la sociedad del espectáculo han hecho lo suyo para regenerar, en el interior de la vida argentina, un fenómeno que creíamos ya superado pero que persiste entre nosotros. Siendo el gobierno de Cristina Fernández el que más ha hecho por mejorar la situación de los más dañados, más le cabe profundizar en políticas de reparación que impidan que ese neopopulismo televisivo continúe avanzando.
Sobre este arco variopinto que reúne a las clases medias acomodadas con votantes provenientes de zonas muy dañadas de la vida social (aquellos que están sumergidos y que, en el caso de Santa Fe, se han inclinado, al menos una porción significativa, por Del Sel) se va tejiendo el núcleo sobre el que intentará tejer su estrategia de cara a octubre el duhaldismo. Queda claro también que una porción importante del radicalismo santafesino rompió, en los hechos, su alianza con el socialismo como ya lo había hecho Ricardo Alfonsín, el hijo conservador de su padre, a nivel nacional inclinándose hacia la derecha recién llegada de De Narváez. Señales de alerta que no deberían ser subestimadas aunque, y esto también es importante decirlo, no constituyen ninguna novedad en el complejo mapa de la política nacional en la que ya hemos visto situaciones parecidas pero con un final muy distinto al que sueñan los grupos concentrados del poder económico-mediático que buscarán, por todos los medios, nacionalizar lo que son manifestaciones de un espectro geográfico que, en los últimos años, le dio la espalda al proyecto inaugurado en mayo de 2003 por Néstor Kirchner.
Tal vez lo más grave sea la reaparición de ese reflejo cualunquista y antipolítico que no se ha desvanecido y que, hoy por hoy, representa la esperanza de la restauración conservadora. Este es el rostro de la nueva derecha: una alquimia de ofensiva mediática impresionante más la continuidad, con otros nombres, de la espectacularización desideologizante que le ha vuelto a imprimir el macrismo a la escena política argentina incorporando a sectores sociales que nada tienen en común y que, por esas cosas de las extrañas vicisitudes santafesinas, acaban mezclando el agua y el aceite en las figuras emblemáticas del voto agrario (el mismo que se expresó con particular virulencia durante el conflicto por la 125 y que dejó una marca profunda en el sentido común de los agricultores de la zona más rica del país llevándolos con especial virulencia a la antipolítica) y el del cholulismo de amplios sectores populares por los que no ha pasado en vano el profundo daño social-cultural de la década del ’90. En esa extraña confluencia de clases medias enriquecidas y sectores hundidos en la pobreza se expresa la potencia, muy actual, de la despolitización que tiende a favorecer, en última instancia, a la derecha que se alimenta fervorosamente de ese rechazo cualunquista. Un nuevo rostro para el peligro autoritario en una época, la actual, que mayoritariamente tiende a reducir las diversas formas de participación en función de reproducir dispositivos de dominación que perpetúen la desigualdad y la injusticia.
Ahí está, pues, el bloque alrededor del cual gira la estrategia de la derecha. Romperlo será, una vez más, la tarea de un proyecto de matriz nacional popular que viene cambiando la vida del país y de su gente en los últimos ocho años pero enfrentándose a la pervivencia de lo que sigue sin resolverse en términos económicos (allí donde continúan persistiendo núcleos de pobreza que terminan por ser absorbidos por esa derecha estetizada de acuerdo a la visión de un Durán Barba) y, en un sentido fundamental, culturales (allí donde de ninguna manera se ha terminado la disputa por el sentido que viene dándose, al menos, desde el 2008). Doble problemática que exige distintas acciones de parte de un gobierno nacional que ha sabido atacar con inteligencia y coraje algunos de los restos persistentes de una sociedad desigual.
Por un lado, seguir profundizando políticas de reparación social que no se desentiendan de los sectores más vulnerables y, por el otro, continuar con la batalla cultural simbólica que sigue siendo un núcleo decisivo de un proyecto que necesita expandir su base de sustentación social. La querella por el sentido es, tal vez, el hueso más duro de roer allí donde sigue persistiendo, con potencia, el modelo representacional heredado del menemismo. En Santa Fe, una parte no despreciable del electorado dejó constancia, por distintos motivos, de aquello no resuelto y de lo espectral noventista. Saber interpretarlo es hacerse cargo, también, de las dificultades y de los desafíos.
Hay que señalar, sin embargo, que, más allá de la novedad inesperada del voto a Del Sel, en el 2007 también se había dado un escenario previo a las elecciones de octubre que resultó francamente negativo para el kirchnerismo que, de todos modos, terminó ganando con el 46 por ciento de los votos y ungiendo a Cristina Fernández como presidenta. Destaco esto porque veremos con qué intensidad y virulencia se va a desplegar una campaña encabezada por la corporación mediática que buscará convertir estos resultados en un anticipo de lo que puede llegar a pasar en las elecciones presidenciales del 2011. En todo caso, habrá que tomar la debida nota de esta reaparición en la actualidad argentina de modelos provenientes directamente de la década del noventa, modelos que hunden sus raíces en las mutaciones culturales provocadas por el neoliberalismo y que encuentran en los medios de comunicación concentrados el instrumento decisivo para su irradiación social. Nada más difícil que combatir contra esta tendencia antipolítica que, incluso, puede seducir, bajo la inquietante forma del éxito publicitario de los nuevos magos de las campañas electorales a lo Durán Barba, a quienes dicen estar en las antípodas ideológicas de Macri y sus aliados. Dejarse envolver por el lenguaje del vaciamiento y los globos de colores es empezar a mutar de piel. Por eso, hoy más que nunca, sigue siendo fundamental tener claridad respecto de lo que se defiende y por qué.

26/7/11

Hubieran llamado a Marcuse

Por Roberto Fantanarrosa
Publicado en HORTENSIA

25/7/11

Molestos interrogantes sobre la tragedia noruega

Por Atilio Borón

Publicado en ATILIOBORON.COM
 
Comparto con ustedes una información muy interesante que me acaba de llegar sobre el atentado terrorista perpetrado en Noruega. Como suele ocurrir en esta clase de crímenes cometidos por la derecha radical siempre se trata de “lobos solitarios”, “locos” o personajes oscuros actuando por su cuenta. Agrego a título personal que habiendo visitado Noruega en numerosas ocasiones y recorriendo distintas ciudades se me hace muy raro eso de que la policía no hubiera podido llegar a la isla de Utoya mucho antes, haciendo posible casi una hora de matanza indiscriminada y sin ninguna clase de obstáculos. En un país donde hacer una torpe maniobra con un automóvil, o arrojar una botella de plástico o una cajetilla de cigarrillos en la acera provoca la inmediata aparición de un “agente del orden” perteneciente a alguna de las varias policías, ¿cómo es posible que no hubieran contado con un helicóptero o una lancha rápida para llegar de inmediato a Utoya? No quiero ser mal pensado pero todo luce como si hubiera habido una especie de “zona liberada” que hizo posible que este criminal masacrara a casi un centenar de jóvenes sin ser molestado por las "fuerzas del orden." Por otra parte, ¿no es el clima ideológico imperante en los capitalismos desarrollados conducente a esta clase de atrocidades? Lo ocurrido en Noruega, ¿es un hecho aberrante que se desvía de las tendencias profundas de sociedades en avanzados -si bien desiguales según los casos- procesos de fascistización? Habrá que estar muy alertas.

20/7/11

McLuhan: cien años

Por Silvana Comba y Edgardo Toledo
Publicado en PAGINA 12

Este año –más precisamente el 21 de julio– se cumplen cien años del nacimiento de Marshall McLuhan. Conocido por acuñar y popularizar conceptos como los de “aldea global”, “el medio es el mensaje”, “el aula sin muros”, entre otros, McLuhan fue más allá al explorar diferentes nociones sobre un mundo complejo, donde conviven diferentes culturas –orales, escriturales, visuales– que van moldeando ecologías particulares para cada época. La vigencia de McLuhan en nuestros días es asombrosa. Los nuevos consumos culturales que fuimos incorporando en los últimos años no hacen más que invitarnos a una relectura de su obra, que nos ayude a comprender las transformaciones cognitivas, expresivas, relacionales y comunicacionales del nuevo ambiente. Y también a experimentar con la producción de obras en distintos lenguajes.
McLuhan decía que debido a su acción de extender nuestro sistema nervioso central, la tecnología electrónica parece favorecer la palabra hablada, con su sentido inclusivo y de participación, más que la palabra escrita que es, sobre todo, analítica, rasgo propio de las culturas alfabéticas. No obstante, hoy en día, los textos escritos que creamos se parecen al lenguaje oral. Por ejemplo, los emoticones son representaciones visuales que nos retrotraen a la antigua escritura jeroglífica. Este tipo de escritura y los ideogramas chinos, de acuerdo con la perspectiva de McLuhan, son formas de escritura culturalmente más ricas que impidieron a los hombres la realización de una transferencia inmediata del mundo mágico, tradicional y discontinuo de la palabra tribal al medio visual, frío y uniforme. El lenguaje multimedia que integra las fotos, la música, los videos creados por los usuarios también refuerza una relación más compleja entre oralidad y escritura que se expresa en diferentes pantallas. Como afirma McLuhan, el medio es el mensaje, significa, en términos de la era electrónica, que se ha creado un ambiente totalmente nuevo.
La invención de la comunicación instantánea de muchos-a-muchos, que es posible gracias a Internet, está a punto de provocar una revolución cognitiva con el consiguiente cambio de velocidad y escala. Como lo describe McLuhan, “el mensaje de cualquier medio o tecnología es el cambio de escala o ritmo o patrón que introduce en los asuntos humanos... Las consecuencias personales y sociales de cualquier medio –es decir, de cualquier extensión de nosotros mismos– es el resultado de la nueva escala que se introduce en nuestros asuntos por cada extensión de nosotros, o por cada tecnología... El ferrocarril no introdujo el movimiento, el transporte, la rueda o el camino en la sociedad humana, sino que aceleró y agrandó la escala de las funciones humanas previas, creando ciudades totalmente nuevas y nuevos tipos de trabajos y entretenimientos”. (1964)** Hoy la web está creando un nuevo ecosistema. A medida que Internet va reprogramando nuestras prácticas cognitivas y sociales, surgen nuevas preguntas. Por ejemplo, en lugar de preguntarnos: “¿por qué publicar esta información?”, la pregunta es, muchas veces: “¿por qué no publicarla?”.
Comprender los usos sociales de las tecnologías de comunicación nos conduce a la comprensión del hombre y sus prácticas. Las herramientas tienen un efecto psicológico importante porque nos dicen que nos podemos recrear a nosotros mismos. Como lo intuyó McLuhan “en esta era eléctrica –nosotros diríamos era digital– los hombres nos vemos constantemente traducidos cada vez más en información que se traslada en forma de extensión tecnológica de la conciencia... Es decir, que podemos traducir cada vez más aspectos de nosotros mismos a otras formas de expresión que nos exceden”. Pensemos, por ejemplo, en nuestra inteligencia colectiva expandida/distribuida en un gran número de comunidades virtuales. “Hoy en día es tan necesaria una especie de conciencia o consenso externo como una conciencia privada. Con los nuevos medios, sin embargo, es posible almacenar y traducir todo; y la velocidad no es un problema.”

15/7/11

Historia de un amor

Por Juan Forn
Publicado en PAGINA 12

Miren la pareja de la foto, proyéctenla al futuro y sobreimprímanle estas frases: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos, pero sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos, porque te amo más que nunca”. Ahora imaginen que esas frases son el comienzo de una carta, de él a ella, una carta de cien páginas que él irá escribiendo noche a noche, mientras ella duerme en el cuarto de arriba de una casita rodeada de árboles, en las afueras del pueblito de Vosnon, en la región francesa del Ausbe. Menos de un año después, la policía local hará ese trayecto, alertada por una nota pegada en la puerta de la casa: “Prévenir à la Gendarmerie”. La puerta está abierta. En la cama matrimonial del cuarto de arriba yacen en paz André Gorz y su esposa Dorine. A un costado, unas líneas escritas a mano, dirigidas a la alcaldesa del pueblo: “Querida amiga, siempre supimos que queríamos terminar nuestras vidas juntos. Perdona la ingrata tarea que te hemos dejado”.
Poco antes, Gorz había terminado de escribir aquella larga carta a su esposa Dorine y se la había enviado a su editor de siempre, que la publicó con el título Carta a D. Historia de un amor. En la última página, dice Gorz: “Por las noches veo la silueta de un hombre que camina detrás de una carroza fúnebre en una carretera vacía, por un paisaje desierto. No quiero asistir a tu incineración, no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos”.
André Gorz era un judío austríaco “carente por completo de interés, no tiene un céntimo, escribe”: así se lo presentaron formulariamente a la inglesa Dorine, cuando ella llegó a Suiza en 1947 con un grupo de teatro vocacional. La esperaba otro hombre en Inglaterra para casarse con ella. Pero Dorine prefirió subirse a un tren con Gorz rumbo a París. Allí trabajó de modelo vivo, recogió papel usado para vender por kilo, fue lazarillo de una escritora británica que se estaba quedando ciega, mientras él escribía en una buhardilla. También aprendió sola alemán (él se negó a enseñarle; había jurado no volver a usar esa lengua cuando lo corrieron de Austria), para ayudarlo en el relevamiento de la prensa europea que él hacía para una agencia y que se convertiría con el tiempo en su sello de estilo: el cruce entre filosofía y periodismo de sus potentes ensayos breves. Antes, Gorz debió fracasar con una novela que pretendía ser un magno ensayo totalizador sobre la época, y hasta mereció un prólogo de Sartre (El traidor). La novela llevaba al paroxismo ese mirarse el ombligo sin pausa de los existencialistas franceses (“En tanto individuo particular, él no veía relevancia alguna en que alguien se le uniera como individuo particular. No hay relevancia filosófica alguna en la pregunta Por Qué Se Ama”). En el resto de sus libros, Gorz es el exacto opuesto de esa voz: nunca impostó, nunca se puso en primer plano, nunca se miró el ombligo al teorizar, nunca escribió otra novela tampoco; se lo considera el padre de la ecología política. Vaya a saberse qué significará eso dentro de unos años. Pero aun si la obra de Gorz termina siendo con el tiempo apenas una nota al pie de su época, será porque fue de los poquísimos intelectuales franceses de ese tiempo (el que va de la Guerra Fría y las guerras de liberación a las crisis del comunismo y la crisis de la política) que no cayó en ninguna de las trampas de la inteligencia. Esa fue su virtud, su manera de hacer filosofía y periodismo a la vez.
En aquella carta que escribió a Dorine antes de morir, Gorz le dice: “Nuestra relación se convirtió en el filtro por el que pasaba mi relación con la realidad. Por momentos necesité más de tu juicio que del mío”. No fue el único en valorarla de esa manera. Sartre, Marcuse e Iván Illich se enamoraron en distintas épocas de esa mujer impenitentemente discreta. Pero ella prefería a Gorz. El también la prefirió a ella: dos veces cambió literalmente de vida por influjo de Dorine. La primera fue a los cuarenta, cuando ella descubrió que había contraído una enfermedad incurable por culpa de una sustancia que le habían inyectado para hacerle radiografías: la medicina se lavó las manos del caso y ella comenzó una cadena de correspondencia con otros aquejados del mismo mal, que no sólo le dio décadas de sobrevida sino que llevó a Gorz a cambiar el eje de su discurso; en las reacciones de Dorine vio los rudimentos esenciales de aquello que llamaría ecología política (ese lugar donde se tocan el pensamiento de Sartre con el de Marcuse y el de Iván Illich y el de Foucault). La segunda vez fue a los sesenta, cuando decidió jubilarse antes de tiempo para dedicarse jornada completa a Dorine: a hacer la misma vida que ella primero, y después a hacer para ella las cosas que ella ya no podía hacer (“Labro tu huerto. Tú me señalas desde la ventana del cuarto de arriba en qué dirección seguir, dónde hace falta más trabajo”).
El suicide-à-deux de Gorz y Dorine tiene dos antecedentes sobre los cuales han corrido ríos de tinta: cuando Stefan Zweig bebió y dio de beber a su joven segunda esposa un frasco de barbitúricos diluido en limonada en un hotel de Petrópolis, Brasil, adonde había llegado huyendo de la Segunda Guerra; y cuando Arthur Koestler hizo lo propio junto a su esposa de siempre (y a su perro de siempre, también), en su casa de Londres, huyendo del Parkinson que lo estaba devorando. En ambos casos hubo nota suicida, en ambos casos el rol de la mujer es tristemente pasivo, en ambos casos hay una atmósfera opresiva y amarga que la última escena de Gorz y Dorine logra evitar casi por completo.
En aquella carta postrera, Gorz le hacía una tremenda confesión a su esposa: “Durante años consideré una debilidad el apego que me manifestabas. Como dice Kafka en sus diarios, mi amor por ti no se amaba. Yo no sabía amarme por amarte. Me diste todo para ayudarme a ser yo mismo y así te pagué”. Gorz había visto una vez a Dorine decirle con toda naturalidad a la Beauvoir: “Amar a un escritor implica amar lo que escribe”. El mismo le había dicho a Dorine, la noche en que logró conquistarla en Suiza, en 1947: “Seremos lo que haremos juntos”. Pero recién tomó cabal conciencia de lo que decían aquellas palabras cuando terminó de escribir aquella carta, subió por última vez aquellas escaleras y se acostó para siempre en aquella cama, junto a la mujer con la que había compartido, día tras día, sesenta años seguidos, desde aquella noche en Suiza. “Afuera es de noche. Estoy tan atento a tu presencia como en nuestros comienzos. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos”.



14/7/11

Un filósofo y funcionario macrista discriminó a los votantes de Filmus

Publicado en TIEMPO ARGENTINO

El filósofo y funcionario PRO Alejandro Rozitchner volvió a generar controversia luego de que en una columna publicada en el diario La Nación asegurara que en las elecciones porteñas había ganado “la gente normal”. El intelectual había manifestado el año pasado vía Twitter que “a los chinos” los quería “un poco”.
En medio del debate que provocó la columna del músico Rodolfo “Fito” Páez, en la cual confesó que le daba “asco la mitad de Buenos Aires”, pasó desapercibida una opinión de Alejandro Rozitchner, hijo del filósofo marxista León Rozitchner. “Ganó la gente normal”, planteó en un editorial del diario La Nación a propósito del triunfo de Mauricio Macri en las elecciones porteñas.
Rozitchner es funcionario macrista desde hace varios años y en 2010 cobró 7500 pesos mensuales del gobierno porteño por funciones de asesoría. Entre otras cosas es uno de los colaboradores del blog oficial “informal” del Ejecutivo de la Ciudad de Buenos Aires, Aire y Luz. Más allá del estipendio que recibe, el sitio registra solamente nueve entradas desde septiembre del año pasado.
Su relación contractual con el gobierno porteño no figura en ninguno de los perfiles que el funcionario posee en diferentes sitios de Internet y el matutino La Nación lo define como “un extraño tipo de escritor y filósofo”.
El pasado martes, luego de que se publicó la opinión de Páez, Rozitchner volvió a la carga y desde la “tribuna de doctrina”, cuestionó al músico. “Fito, no entiendo”, tituló su columna en la que se preguntó “¿Cómo, después de unas elecciones libres en las que el pueblo de la ciudad se manifestó con claridad a favor de una opción, puede alguien creerse con el derecho a denigrar públicamente semejante torrente de votos?” Cabría indagar qué lugar ocupa el otro 53% de sufragios que el filósofo dejó del otro lado de la línea de lo que considera “gente normal”.
El funcionario también tuvo una consideración controvertida que estuvo en consonancia con el discurso de Mauricio Macri del domingo. “…los proyectos (pudieron) más que el resentimiento neurótico y la obsesión con el pasado, con un pasado que se altera para hacer caber en un planteo infantil”, escribió.

13/7/11

El espíritu de la ciudad

Por Horacio González
Publicado en PAGINA 12

Las cifras contundentes de los comicios arrojan tanto el aliento como la dificultad. Al primero hay que redoblarlo; a la otra, vencerla. Momento, pues, de algunas preguntas. ¿Cómo se formó el macrismo? Incluso esta expresión –macrismo–, ¿cómo usarla para que describa la situación que atraviesa la conciencia política de una ciudad? ¿Podría perder su estado vaporoso y decirse con ella algo referido a las ideologías, a las formas colectivas de lo político? No es un fenómeno genuinamente popular, pero sus votantes forman alarmantes mayorías electorales. No lo es, a pesar de su red de punteros en barrios, sus coqueteos con las formas más macilentas del peronismo, sus arabescos plebeyos y los ornatos de una supuesta juvenilia en francachela. Sin embargo, no es fácil penetrar en la formación anímica de esta masa numerosísima de votantes. ¿Vienen de antiguas configuraciones de la ciudad-puerto, con sus acciones refractarias a una modernidad abierta y justa, o el macrismo anuncia otra modernidad posible para la ciudad, donde ya no importe la ciudadanía renovadora sino un conservadurismo que festeja tecnologías y renueva un pacto de beneficencia populista con sectores desposeídos? ¿Y éstos? ¿Son herederos de antiguas epopeyas, conservan el legado ya deformado de la inmigración democrática o expresan también oscuros prejuicios y gozan con virulencia de una inconsciente subalternidad?
Quien quisiera escribir la historia del macrismo deberá tropezar con la falta de sus antecedentes en el tejido político nacional, pero tiene referencias anteriores en todos los intentos de generar “fuerzas nuevas” despojadas de las marcas onerosas de la política nacional. Los precursores del macrismo se encuentran en el propio intento de crear movimientos “sin precursores”. No tener “historia” es lo que se exhibe como señal adecuada. ¿Reconoce tradiciones, legados, momentos precedentes en que inspirarse? Ya sabemos la respuesta. El macrismo parece portador del orgullo de haber sido creado ex nihilo. Todo en medio de globos de cumpleaños (“bienvenidos”) y de un desenfado para exhibirse orgullosamente sin marcas de una historia nacional, cualquiera que fuera. El arte de refutarlo no es deshistorizarse del mismo modo, sino haciendo atractiva la insospechada epopeya que ahora será necesaria para derrotarlo.
Gana el macrismo con una vulgaridad sutil. Lo vulgar del macrismo no fue siempre visto como un etéreo ingenio publicitario sino como un modo de encubrimiento de su verdadera raíz ideológica, rellena por demás de pliegues empresariales, gerenciales y mercadotécnicos. Nada de eso es ajeno a su realidad, pero hay algo más a decir. Esa superficie lisa, sobradora, desdeñosa de lo que es sustancial a la política –su complejidad–, no sólo encubre sino que ha encontrado una buena manera de presentarse publicitariamente como el ser mismo de lo político. La política como el extremismo de la simplicidad; la elocución plana, crasamente uniforme; lo meloso, lo esquivo, lo previsible servido en bandeja. En Buenos Aires, una mayoría social sorprendente lo viene escuchando. Mucho se ha escrito sobre los enigmas culturales de esta ciudad. La relación de la vida popular con los actuales resultados electorales es uno de ellos.
Imaginemos la historia misma de este precursor aparentemente sin nada atrás suyo: Mauricio Macri fue a colegios de primera, privilegios notorios combinados con una rebeldía señoritil respecto al orden paternal y empresarial, en el que la empresa –respaldo, al fin, de sus devaneos aventurescos– es invocada y abandonada como en toda ambigua relación del heredero con los poderíos que lo atraen y en los que se inspira para buscar, sin embargo, esos “caminos propios”. Boca Juniors fue una larga jornada preparatoria, lógicamente de más importancia que sus primeros trabajos como “analista senior” en la empresa de papá. Cuando hablaba con Martín Palermo u otros jugadores, un aroma de paternalismo se desprendía de ese joven que gozaba del infrecuente entretenimiento de ser presidente del club más popular del país como quien cae en una realidad ajena, a la que se llega con saltos sociales más largos que los que luego realizara sobre módicos baches urbanos. Su secuestro por parte de una banda policial ocurrió hace dos décadas y por un instante su suerte se pareció a los terribles acontecimientos que habían paralizado al país de espanto. Evidentemente, sólo quiso percibir ahí un aciago episodio particular que le ocurría al niño señalado por la fortuna y no un vestigio que lo introducía en jergas secretas y actos criminales surgidos de la urdimbre sobrante del terrorismo en el Estado. Por el contrario, vio allí procedimientos que achicaban su mundo entre policías que pedían rescate y policías que lo rescataron.
Se trata de una carrera política atípica y afortunada, y se inscribe allí aquel momento de infortunio que es como si hubiera ocurrido en una zona ajena a la sociedad argentina, donde se movieran solamente ángeles y demonios de una pesadilla exterior solucionada, olvidada. Pero ésas son las estaciones del aprendizaje de Macri y centro crucial, acaso, de su vida. Sin duda, el estilo de juerga estudiantil que su grupo ha adoptado es la otra punta o el resultado de la densidad histórico-política cancelada, lo que opera como taponamiento de los poros de sensibilidad social, aun las mínimas que todo ser político contiene.
El PRO surgió en algún momento como la última instancia de una borradura; sigla dentífrica, despojada de huellas, alisada de manera que con ella se pudiera hablar sin modular conceptos; sólo con sensaciones, chascarrillos o mohínes de desaire. Macri se expresa así, con el evangelio del buen muchacho. Su estilo desembarazado es el de quien busca siempre ser exonerado. Su opinión sobre la inmigración es apenas sobre el desorden. ¿Alguien escuchó racismo ahí? Su opinión sobre la cuestión policial es apenas sobre el autonomismo de la ciudad. ¿Alguien escuchó ahí espionaje, patoterismo o sorda disputa territorial? Su opinión sobre los vínculos sociales es un acariciar a la gente, la protección que palmea al anciano o se reconforta con el músico con rastas (el “juntos venimos bien” cierra de pinza de los que ya están respecto a los que se les da “bienvenida”, publicidad meliflua y eficaz que en su tontería tiene un activismo que le falta a las otras). ¿Alguien ahí escuchó demagogia o desprecio publicitario por las vidas reales? Dijimos que al hablar busca ser exonerado. ¿Por qué vamos a pretender que hable con el lenguaje real de las implicaciones sociales si él viene a negarlas con su negligencia deshistorizada? ¿De qué hablan?, pensará él cuando escucha palabras “ideológicas”, a las que tacha así sin ningún problema. Si él sólo quiere ser exonerado de ellas para mostrar actos desnudos de gobierno, parecerse a una tuneladora o a una parada de metrobús. Por primera vez en la historia de la ciudad rige la exoneración como ideología supina en el lenguaje público gobernante.
A pesar de todo esto, Macri pudo dar su mensaje y encontrarse finalmente con una gran médula empedernida de creencias de un vasto sector social porteño, que hace varias décadas viene amasando una ideología soterrada basada en diversos encriptamientos: de la ciudad frente a los flujos nuevos de población; de los domicilios privados frente a un mal exterior indefinido que atacaría en forma inminente; de las conciencias ciudadanas, agrias de carácter, frente a imaginarias amenazas sin rostro culpadas de las frustraciones imanentes del vivir metropolitano. La ciudad ha perdido así su espíritu, como si el cínico desenfado de un Durán Barba fuera por fin la última forma encontrada de vivir en una urbe donde decrecen las libertades espontáneas y aumentan las devociones planificadas. El mencionado asesor electoral hace tiempo ha propuesto a los iconos de Internet como modelo de vida y los clichés existenciales (“antes era prestigioso el cazador, ahora el ecologista”) como nueva ontología ciudadana.
La ciudad autónoma estaría pareciéndose a aquella que marchaba hacia la Batalla de los Corrales, en 1880, con líneas cruzadas entre el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad, que ahora sólo podrán resolverse no con el autonomismo de derecha de Macri (autonomismo porteñista, desconfiado, sedimentado de oscuras vindictas) sino con un nuevo autonomismo frentista que pueda convocar –para la segunda vuelta estamos hablando– no sólo a fuerzas políticas coalicionadas, sino también –para hablar más especialmente el idioma de las grandes tradiciones políticas de cambio– a trabajadores, sectores medios, estudiantes, intelectuales, profesionales, a pequeños y medianos empresarios, a compañeros de las izquierdas o a los nacionalismos populares, que son un ala crítica de la ilustración argentina, sin dejar de integrarla. A cambio de la respuesta a ese llamado, los que lo hagan –evidentemente, los conglomerados que apoyan a Filmus y Tomada– deben a su vez adentrarse en el espíritu de la ciudad, indagar aún más en esa médula pertinaz de la urbe ensimismada, con un macrismo popular amasado en miedos harapientos que habrá que interrogar con más eficacia argumental.
La fusión macrista de lo político con una imagen de fiesta de adolescencia se mezcla con toda clase de tosquedades –a la manera de las que expresa Miguel Del Sel–, aunque no se las ofrece en forma directa porque también el macrismo tiene una mediatización cultural que, hay que decirlo, no es la mera proyección del género “Midachi”, sino que se las reviste del género “Unesco”. Pero es hora de pulsar las cuerdas aún no exploradas de una respuesta a las grandes jugadas de las derechas económicas, publicitarias, culturales y comunicacionales, con sus marionetas gozosas de extinguir la política como felices cumpleañeros. La política trata de cómo entender el presente. Y el presente trata de cómo desarrollar una política de entendimiento sobre lo que aparece resistente u oscuro. En las próximas tres semanas, una épica social necesaria deberá implicar esa clase de entendimientos.



Carta a Fito Páez

Por Norberto Galasso
Publicado en DIARIO REGISTRADO

Comprendo tu reacción, tu bronca, tu explosión en caliente, propia de un artista. Pero así como la comprendo no la comparto. No me da ese asco ese 47% de votos macristas. Me da pena.
En todas las grandes ciudades de América Latina y de cualquier otro país dependiente, las minorías privilegiadas utilizan todo su poder para dominar a los sectores medios, para ponerlos de su lado, para infundirle falsedades. Jauretche lo llamaba la “colonización pedagógica”. Igual que a vos le provocaba grandes broncas, pero distinguió entre los promotores de la mentira y los engañados. Quizás los primeros le dieron asco igual que a vos, los otros le daban pena y trataba de desazonzarlos.
El fenómeno es semejante en Buenos Aires, como en Lima o Guayaquil y otras grandes ciudades. Hay que disputar la influencia sobre los sectores medios y destruir los mitos con los que quieren dominarlos.
Desde los letreros de las calles y los nombres de los negocios (bastar darse una vuelta por la Av. Santa Fe), desde los cartelitos de las plazas y las estatuas de los supuestos próceres, desde las grandes editoriales y los “libros de moda”, convertidos en best sellers por los comentarios pagos, desde la prédica liberal en economía y la prédica mitrista en Historia, desde las geografías exóticas y los literatos que cultivan la evasión y lo fantástico, desde la TV farandulizada y superficial, con mesas redondas de bajísimo nivel político alentada por los dueños del privilegio, desde gran parte de los periodistas vendidos al mejor postor, y académicos y catedráticos tramposos, todo ese mundo domina el cerebro de amplios sectores medios que se suponen cultos, se suponen radicalmente superiores a los “oscuramente pigmentados”, se suponen ejemplo de moral (aunque evaden impuestos, se roban ceniceros de los bares y toallas de los hoteles). Sobre ellos recae también la literatura que Franz Fannon llamaba de “los maestros desorientadores”. Vos los conocés, los Marcos Aguinis, los Asís, los Kovaddloff, y las peroratas con latines de aquel viejo comando civil que se llama Mariano Grondona y tantos otros.
Pobre gente, Fito. Con todo eso que le tiran encima a la clase media, una buena parte de ella termina votando a Macri. Están presos de un engaño enorme: creen que Macri gestiona (cosa que hace mal o simplemente no hace) y que Macri no tiene ideología (la tiene y bien de derecha). Por otra parte fue el responsable del contrabando de autos cuando dirigía empresas de su padre, además de las escuchas telefónicas, eliminación de becas y subsidios escolares, negociados con empresas constructoras (única explicación de las bicisendas), lo mismo que su molestia porque los hospitales de la ciudad atiendan a gente “morocha” del conurbano.
Se trata además, que cierta parte de la clase media vive su pequeña vida: asegurarse las vacaciones para el verano, lavar el auto los domingos con más ternura que la que le dedica a la esposa, han mejorado su nivel de vida con los Kirchner y no quieren olas, que nada cambie y creen que algo habrá hecho Macri para esa mejoría que tuvieron. No les importa que el hospital público no funcione porque tienen medicina prepaga y han sido formados en el individualismo No les importa que en el Borda se mueran de frío porque tienen estufas de tiro balanceado, no les importa que en las escuelas públicas falten materiales porque sus hijos van a escuelas privadas donde, como “el cliente siempre tiene razón”, aprueban. Además, creen en el dios Mercado – no obstante que el mercado libre del menemismo a muchos los dejó deteriorados o fundidos- pero no comprenden a los sindicalistas y les eriza la piel cuando lo ven a Moyano. Y bueno, son así, Fito. ¿Qué le vas a hacer? Lo que no justifica su asco sino en un momento de bronca.
En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: Mire m’hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio... Yo me asombraba y le decía: Pero, Padre, usted es un cristiano... Y el seguía: Sí, odio, (no asco, Fito). Odio a la oligarquía (ya lo dijo también ese talento que es Leonardo Favio en una canción), odio a Bernardo Neustadt, odio al almirante Rojas... Sabe después que bien me siento para el resto del día. Así hablaba un cristiano de la Teología de la Liberación.
Por eso no hay que confundir al enemigo, Fito. Si hay que tener asco, tengámoslos a los responsables del aparato mediático y cultural, los que tergiversaron la Historia y la economía, los que robaron la capacidad de razonar a muchos compatriotas, no a éstos. A estos hay que convencerlos. Con la modestia que usaba Jauretche: Usted tiene que avivarse (vea 6,7,8, escuche a Víctor Hugo). Se lo aconsejo yo -decía-, que no me creo un vivo, sino apenas “un gil avivado”.
Hay que ganarlos, Fito. No ratificarles que pertenecen al bando del privilegio donde está la Sociedad Rural (¿cuando vieron una vaca esos que votaron a Macri?, ¿qué saben de la renta agraria diferencial?), y decirles como operan las grandes multinacionales y ciertas embajadas y las corporaciones mediáticas.
Los necesitamos, Fito. Comprendo tu bronca, la de un artista, Comprendéme a mí, desde la historia y la política.
Te mando un fuerte abrazo. Y te digo: en octubre, ganamos lejos.


12/7/11

La mitad

Por Fito Páez
Publicado en PAGINA 12

Nunca Buenos Aires estuvo menos misteriosa que hoy. Nunca estuvo más lejos de ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando, cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.

Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?, sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos, casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las buenas costumbres.

Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”, “efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular pero que no está hecha a su medida.

No quiero eufemismos.

Buenos Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas. Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.


* Vecino de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


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