Por Ricardo Forster
Publicado en VEINTITRÉS
Un extraño y preocupante déjà-vu parece desplegarse en algunas zonas de la vida política argentina. Primero fue el turno de Mauricio Macri que logró un resultado mucho más abultado de lo que se esperaba; ahora nos encontramos con que Miguel Del Sel, un absoluto recién llegado desde la pantalla televisiva y de los teatros de variedades, disputó, cabeza a cabeza, la gobernación al candidato de Binner y desplazó a un lejano tercer lugar a Agustín Rossi, cuya lista para legisladores provinciales, por esos extraños sortilegios de los acuerdos políticos envenenados y la nueva boleta única que lleva a los votantes a elegir nombres más que partidos, salió primera quedándose con la mayoría de la representación en la Cámara de Diputados y dominando también la de Senadores. Derrota de Rossi pero “triunfo” de la “transversalidad” peronista en Santa Fe (el inefable ex corredor de Fórmula Uno habrá esbozado una enigmática sonrisa ante resultados tan raros que hicieron gobernador a Bonfatti pero perdiendo la Legislatura, le dieron el segundo lugar a Del Sel pero como si fuera un globo vacío porque muy pocos de los que integraron sus listas lograron entrar, y transformó al Frente encabezado por Rossi en el ganador de la representación mayoritaria de la Legislatura provincial).
Un oscuro zarpazo del cualunquismo de los años ’90 busca hacerse un lugar en el centro del escenario recordándonos, por si lo habíamos olvidado, que en importantes sectores sociales sigue persistiendo la antipolítica, esa misma que se vio fortalecida por el espectacular giro farandulesco que el menemismo le imprimió a la vida nacional al mismo tiempo que, acolchado y protegido por los aires neoliberales de la época, desplegó, de la mano de la convertibilidad cavallista, el proyecto de mayor desindustrialización del país previamente anticipado por el plan de Martínez de Hoz en los peores años de la dictadura. Esto también hay que decirlo para eludir los eufemismos: hay un voto, expresado en amplios sectores que votaron a Macri en la primera vuelta de la ciudad de Buenos Aires y que ahora se vuelcan en Santa Fe por un candidato sacado de la galera y proveniente del vodevil, que mezcla los persistentes reflejos de la derecha con una suerte de neopopulismo televisivo que busca constituirse en la verdadera fuerza que venga a disputarle al kirchnerismo la hegemonía electoral. Algo de la esencia de la democracia, que siempre se juega en el espacio público y en el interior de los lenguajes políticos, ha sido nuevamente puesto en entredicho por la reaparición del voto antipolítico, ese que le permitió a un recién llegado, alguien sin ninguna relación con cualquier tradición política, rozar la posibilidad de alzarse con la gobernación de una de las más importantes provincias del país. Da vértigo sólo imaginar si le hubiera tocado al Midachi gobernar Santa Fe.
En más de una ocasión he resaltado el papel fundamental de los grandes medios de comunicación en la construcción del sentido común y en el forjamiento de una opinión pública inclinada hacia la sospecha permanente de la política y de los políticos. La matriz neoliberal desarrollada con especial intensidad en la última década del siglo pasado sigue habitando ciertos núcleos sociales que entremezclan individualismo, autorreferencialidad, cuentapropismo moral con fascinación televisiva que, sobre todo, interpela a quienes han quedado más al margen de la inclusión social y que tienden a identificarse con los personajes que emanan del éter televisivo. Miguel Del Sel supo explotar ese lugar, supo “descender” hacia el pobrerío, los más abandonados entre los abandonados, y con algunos gestos de cercanía logró seducir a quienes se sienten despojados de todo, incluso, de reconocimiento. Seguramente, y pensando en los más desposeídos, quedará por articular una crítica de la política allí donde sigue sin encontrar los vasos comunicantes que le permitan llegar a quienes finalmente acaban por votar la luminosidad que emana de una celebridad aunque ese voto vaya contra sus propios intereses. El olvido, la marginalidad, la ineficacia de políticas sociales de reparación, pero también la bastardización de la esfera pública y la potencia de la sociedad del espectáculo han hecho lo suyo para regenerar, en el interior de la vida argentina, un fenómeno que creíamos ya superado pero que persiste entre nosotros. Siendo el gobierno de Cristina Fernández el que más ha hecho por mejorar la situación de los más dañados, más le cabe profundizar en políticas de reparación que impidan que ese neopopulismo televisivo continúe avanzando.
Sobre este arco variopinto que reúne a las clases medias acomodadas con votantes provenientes de zonas muy dañadas de la vida social (aquellos que están sumergidos y que, en el caso de Santa Fe, se han inclinado, al menos una porción significativa, por Del Sel) se va tejiendo el núcleo sobre el que intentará tejer su estrategia de cara a octubre el duhaldismo. Queda claro también que una porción importante del radicalismo santafesino rompió, en los hechos, su alianza con el socialismo como ya lo había hecho Ricardo Alfonsín, el hijo conservador de su padre, a nivel nacional inclinándose hacia la derecha recién llegada de De Narváez. Señales de alerta que no deberían ser subestimadas aunque, y esto también es importante decirlo, no constituyen ninguna novedad en el complejo mapa de la política nacional en la que ya hemos visto situaciones parecidas pero con un final muy distinto al que sueñan los grupos concentrados del poder económico-mediático que buscarán, por todos los medios, nacionalizar lo que son manifestaciones de un espectro geográfico que, en los últimos años, le dio la espalda al proyecto inaugurado en mayo de 2003 por Néstor Kirchner.
Tal vez lo más grave sea la reaparición de ese reflejo cualunquista y antipolítico que no se ha desvanecido y que, hoy por hoy, representa la esperanza de la restauración conservadora. Este es el rostro de la nueva derecha: una alquimia de ofensiva mediática impresionante más la continuidad, con otros nombres, de la espectacularización desideologizante que le ha vuelto a imprimir el macrismo a la escena política argentina incorporando a sectores sociales que nada tienen en común y que, por esas cosas de las extrañas vicisitudes santafesinas, acaban mezclando el agua y el aceite en las figuras emblemáticas del voto agrario (el mismo que se expresó con particular virulencia durante el conflicto por la 125 y que dejó una marca profunda en el sentido común de los agricultores de la zona más rica del país llevándolos con especial virulencia a la antipolítica) y el del cholulismo de amplios sectores populares por los que no ha pasado en vano el profundo daño social-cultural de la década del ’90. En esa extraña confluencia de clases medias enriquecidas y sectores hundidos en la pobreza se expresa la potencia, muy actual, de la despolitización que tiende a favorecer, en última instancia, a la derecha que se alimenta fervorosamente de ese rechazo cualunquista. Un nuevo rostro para el peligro autoritario en una época, la actual, que mayoritariamente tiende a reducir las diversas formas de participación en función de reproducir dispositivos de dominación que perpetúen la desigualdad y la injusticia.
Ahí está, pues, el bloque alrededor del cual gira la estrategia de la derecha. Romperlo será, una vez más, la tarea de un proyecto de matriz nacional popular que viene cambiando la vida del país y de su gente en los últimos ocho años pero enfrentándose a la pervivencia de lo que sigue sin resolverse en términos económicos (allí donde continúan persistiendo núcleos de pobreza que terminan por ser absorbidos por esa derecha estetizada de acuerdo a la visión de un Durán Barba) y, en un sentido fundamental, culturales (allí donde de ninguna manera se ha terminado la disputa por el sentido que viene dándose, al menos, desde el 2008). Doble problemática que exige distintas acciones de parte de un gobierno nacional que ha sabido atacar con inteligencia y coraje algunos de los restos persistentes de una sociedad desigual.
Por un lado, seguir profundizando políticas de reparación social que no se desentiendan de los sectores más vulnerables y, por el otro, continuar con la batalla cultural simbólica que sigue siendo un núcleo decisivo de un proyecto que necesita expandir su base de sustentación social. La querella por el sentido es, tal vez, el hueso más duro de roer allí donde sigue persistiendo, con potencia, el modelo representacional heredado del menemismo. En Santa Fe, una parte no despreciable del electorado dejó constancia, por distintos motivos, de aquello no resuelto y de lo espectral noventista. Saber interpretarlo es hacerse cargo, también, de las dificultades y de los desafíos.
Hay que señalar, sin embargo, que, más allá de la novedad inesperada del voto a Del Sel, en el 2007 también se había dado un escenario previo a las elecciones de octubre que resultó francamente negativo para el kirchnerismo que, de todos modos, terminó ganando con el 46 por ciento de los votos y ungiendo a Cristina Fernández como presidenta. Destaco esto porque veremos con qué intensidad y virulencia se va a desplegar una campaña encabezada por la corporación mediática que buscará convertir estos resultados en un anticipo de lo que puede llegar a pasar en las elecciones presidenciales del 2011. En todo caso, habrá que tomar la debida nota de esta reaparición en la actualidad argentina de modelos provenientes directamente de la década del noventa, modelos que hunden sus raíces en las mutaciones culturales provocadas por el neoliberalismo y que encuentran en los medios de comunicación concentrados el instrumento decisivo para su irradiación social. Nada más difícil que combatir contra esta tendencia antipolítica que, incluso, puede seducir, bajo la inquietante forma del éxito publicitario de los nuevos magos de las campañas electorales a lo Durán Barba, a quienes dicen estar en las antípodas ideológicas de Macri y sus aliados. Dejarse envolver por el lenguaje del vaciamiento y los globos de colores es empezar a mutar de piel. Por eso, hoy más que nunca, sigue siendo fundamental tener claridad respecto de lo que se defiende y por qué.