Por José Natanson
Publicado en PAGINA 12
Como tantos otros, Carlos Altamirano pasó del sueño revolucionario a un progresismo moderado, del maoísmo al reformismo. Investigador del Conicet, profesor de la UBA y de la Universidad de Quilmes e integrante de la redacción de la revista Punto de Vista, Altamirano analiza en diálogo con Página/12 la relación de Néstor Kirchner con la experiencia de los ‘70. “Esta versión de los ‘70 es una versión más relativa a la memoria y a la identidad que a la historia efectiva. Es una corriente que se conecta con su pasado y produce una rememoración de ese pasado en torno a esta visión en la que, por ejemplo, (Mario) Firmenich no tiene ningún lugar. Es una versión estilizada y depurada”, asegura Altamirano.
Partiendo de un concepto de Juan Carlos Torre, usted dividió al país entre dos esferas –la peronista y la no peronista– a partir de las cuales explicó el desarrollo de la crisis del 2001. Después de seis meses de gestión de Kirchner, ¿cree que se puede seguir hablando de dos esferas diferentes?
La incorporación de Kirchner ha cambiado la representación que uno podía hacerse de las cosas. Hace un par de años, Alan Pauls, en un artículo muy divertido y agudo, pensaba el peronismo a partir de una película de ciencia ficción de los ‘60, “La mancha voraz”: una mancha, de origen extraterrestre, se expandía a costa de los objetos que encontraba en su camino. Este proyecto de la transversalidad tiene algo de eso. En el peronismo de izquierda, y evidentemente Kirchner está inscripto en esta tradición, siempre tuvo vida una idea cuya fórmula acuñó Jauretche en los ‘50: barajar y dar de nuevo. El supuesto era que el modo en que se habían distribuido las fuerzas políticas no había sido bueno, que las cartas no se habían distribuido bien. Había nacionalistas que se habían puesto contra el pueblo y socialistas que habían estado contra la nación. Jauretche decía que había que poner en comunicación las fuerzas de la izquierda con las fuerzas nacionales. Esta idea siempre apareció en el interior de la izquierda peronista, que fue, hasta los ‘70, un actor más ideológico que político. Y en la transversalidad está presente esta idea de redistribuir el modo en que se han dividido las fuerzas políticas. Sobre todo al comienzo de la gestión de Kirchner se vieron pasos que tenían el sentido de recomponer o estimular otro modo de distribución de las fuerzas.
¿La idea es producir un reagrupamiento?
Sí. En la Argentina la izquierda, al menos la izquierda reformista, tiene dos alas. Una socialdemócrata, con base en los socialismos o en sectores intelectuales o de clases medias más o menos independientes. La otra es nacional popular, con estribación en el peronismo. Uno podría descifrar algunos movimientos de Kirchner, como la alianza con (Aníbal) Ibarra en la Capital, como una búsqueda de comunicación con este otro sector de izquierda, centroizquierda o progresismo, que no procede de las filas peronistas ni de la cultura nacional popular.
¿En los ‘70 se produjo esa articulación?
Sí, pero en torno a un pensamiento y una estrategia asociadas a la teoría y la práctica del partido armado.
La apelación kirchnerista a los ‘70 es explícita y se da también en la incorporación de figuras con protagonismo en aquella época, como Eduardo Luis Duhalde o Miguel Bonasso. ¿Esa apelación es consecuencia de este reagrupamiento social o tiene un sentido simbólico extra?
Primero, me parece importante aclarar que esta versión de los ‘70 es una versión más relativa a la memoria y la identidad que a la historia efectiva. Es una corriente que se conecta con su pasado y produce una rememoración de ese pasado en torno a esta visión en la que, por ejemplo, Firmenich no tiene ningún lugar. Es una versión estilizada y depurada. Está destinada a constituir una identidad, y tiene por lo tanto un valor simbólico importante. Se conecta con un clivaje de orden generacional. Bielsa, Bonasso, todos tienen más o menos la misma edad. Es el peronismo que se retiró de la Plaza el primero de mayo de 1974. La identidad en torno a la cual se constituye este peronismo neocamporista se funda en la idea de que el verdadero peronismo era el portado por los jóvenes de los ‘70, y que el elemento armado fue contingente y en general un error.
El sociólogo Marcos Novaro sostuvo que los dirigentes del progresismo sufren porque el peronismo ocupa el espacio que supuestamente ellos deberían representar. En los ‘70 la izquierda, o una parte importante, aceptó esa realidad y jugó dentro del peronismo. ¿Está sucediendo lo mismo ahora?
Sí, con una diferencia: este gobierno no solicita la identificación peronista de sus simpatizantes. No dice que para apoyarlo deben cantar la marcha o adherir a la mitología peronista. De hecho, la iconografía peronista no ocupó ni ocupa un lugar relevante. En cualquier caso, es efectivamente un viejo problema, que no se plantea sólo después del ‘45. Ya el socialismo había sufrido por el hecho de que buena parte de las clases populares que teóricamente debían adherir a ellos adherían al radicalismo. Esto es así porque en la Argentina los actores políticos no se constituyen a partir de los clivajes de clases sino que dan lugar a movimientos interclasistas. Esto, por ejemplo, pone en dificultad a la burguesía, y por eso la fórmula de John William Cooke: “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”.
La idea es que ni el peronismo ni el radicalismo respetan los clivajes de clases: ¿Kirchner forma parte de esta tradición?
Claro. En el caso de Menem había hecho una fusión interclasista, con una figura más tradicional en Latinoamérica, la de las fuerzas conservadores de bases populares. Era novedoso el modo en que se habían combinado los elementos, pero el tipo de movimiento no era nuevo. Incluso en la Argentina, el Partido Conservador era en muchas provincias un partido popular y populista. En Kirchner, lo novedoso está en el papel de las clases medias. Son las que fueron ganadas en primer término por el discurso y la acción del Gobierno. Kirchner, por ejemplo, no fue a la CGT. Menem sí. Y la agenda de temas, la Corte, los derechos humanos, la lucha contra la corrupción, es el repertorio de las clases medias urbanas. Hablando abstractamente, quizás haya habido otros episodios en los cuales las clases medias y populares hayan sido puestas en conexión. Hay un momento en los ‘70. Pero la gravitación de la columna vertebral era formidable, tenía que ver con el lugar central de la clase obrera en el capitalismo de esos años. Eso hoy no está.
Kirchner interpela a las clases medias urbanas, al votante progresista. Sin embargo, también consiguió –y se preocupa por cuidar– el apoyo del peronismo tradicional.
Ha logrado una política de compromiso. Estaba obligado a buscar su consolidación como presidente reconocido por el peronismo. Eso queda claro en su alianza clave con Duhalde. Era inevitable que se moviera en esta dirección, dado el modo en que accede a la presidencia, por obra de una especie de carambola política. Uno lo ha visto interpelar directamente a la opinión, que es la opinión de clases medias. Tomó buena parte de las expectativas y del atractivo del Frepaso, que había logrado activar y luego representar a esos sectores. Kirchner asumió ese legado en disponibilidad. Y por otro lado dio una serie de pasos destinados a consolidarlo como presidente reconocido por el peronismo. Es un presidente que procede del peronismo, pero no actúa como un presidente peronista.
¿Cree que es posible construir un partido transversal que articule con Kirchner sin sumarse al peronismo?
Es difícil. El problema no radica en que el peronismo absorba todo elemento que tenga por adelante o todo aliado sino en definir una agenda que le dé sentido a una fuerza de este tipo. Es un problema político ideológico, porque estamos frente a un gobierno muy activo, que produce acciones permanentemente y que obliga a toda fuerza política a definirsefrente a las disyuntivas que crea. De todos modos, hay algunos aspectos de la acción en la esfera oficial en la que es posible marcar diferencias.
¿Cómo cuáles?
Temas puntuales. La actitud frente al gobierno de Uruguay. Batlle es un reaccionario, eso está claro. Pero hay una imagen de la Argentina arrogante, que irrita no ya al gobierno sino al pueblo uruguayo. Hay que tener en cuenta la sensibilidad. Ese tipo de presión, independientemente de la causa, que por supuesto es justa y hay que tramitar, puede asociarse fácilmente con la mala imagen de los argentinos en Latinoamérica: la arrogancia. Lo mismo con la retórica del Gobierno en relación con algunos temas económicos: es inútilmente desafiante, irritante sin necesidad. Los desafíos frente a los poderosos del mundo se ejercitan a veces mediante un exceso de retórica confrontativa que no es necesario ni deseable. Cuando estaba en Malvinas, Menéndez dijo: “que venga el Principito”. Una vez que uno dice esa frase, o muere con las botas puestas o se pega un tiro. Es mejor no decirla. Yo fui maoísta, y Mao decía que no conviene provocar al tigre con la vara corta.
17.02.2004