Por Geoffrey Macnab
Publicado en THE INDEPENDENT (Gran Bretaña)
Es irónico que Greenberg, la nueva película de Noah Baumbach, llegue a los cines a tan poco tiempo de la muerte de Dennis Hopper. El cine de fines de los ’60 y comienzos de los ’70 –con Hopper, Peter Fonda, Hal Ashby y Bob Rafelson en la vanguardia– estuvo lleno de historias de antihéroes descontentos, irritados por la hipocresía y mala fe de la generación de sus padres. A primera vista, Roger Greenberg (Ben Stiller), el resentido protagonista del film de Baumbach, no parece muy diferente de personajes como los que Jack Nicholson solía encarnar en películas como Mi vida es mi vida y El último deber. Greenberg está enojado con el rumbo que tomó su vida. Oriundo de la Costa Este, se muestra desdeñoso ante el mundo que encuentra en Los Angeles cuando se traslada allí como casero de su hermano. Como Nicholson en Mi vida es mi vida, es un tipo combustible: la más pequeña provocación lo puede empujar a la furia.
De todos modos, el film de Baumbach es una medida de cuánto han cambiado las cosas desde Busco mi destino. La rebeldía dejó paso a la apatía y el aburrimiento. La mirada de los cineastas se volvió a su interior. Hay una cualidad derrotista en Roger Greenberg que nunca tuvieron los alienados outsiders de Rafelson y Dennis Hopper. Como su contemporáneo y amigo Wes Anderson (con quien coescribió el guión de Fantastic Mr. Fox), Baumbach busca más la sátira que la insurrección. Realiza dramas sobre la clase media muy íntimos, burlones y de alto poder de observación. Greenberg es uno de varios films recientes que hacen una disección de la vida familiar americana. Es un subgénero que parecía reservado al cine europeo: el estadounidense no tenía cineastas como Mike Leigh o Ingmar Bergman, desmenuzando la cotidianidad de la vida doméstica o explorando el desconcierto social. Cuando Hollywood hizo películas sobre matrimonios infelices (como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?), los esposos se enfrentaban como boxeadores de peso pesado. Los melodramas familiares como Lo mejor de nuestra vida o La fuerza del cariño se realizaban en una escala épica. No prestaban atención a los pequeños tics del comportamiento que un director como Leigh podía rastrear y representar.
En la era del cine indie estadounidense hubo muchas más películas preparadas para mirar el bajo vientre de la vida familiar. Rachel Getting Married de Jonathan Demme, Margot at the Wedding de Baumbach, Los excéntricos Tenembaums de Anderson, Junebug de Phil Morrison y los llamados “mumblecore” como Beeswax (Andrew Bujalski) están entre los títulos que se concentraron en los aspectos más crudos y contradictorios de la vida familiar. Tienen en común su intención de retratar la frustración y el desaliento. Los personajes suelen ser inseguros o llanamente odiosos, pero los directores no los juzgan. Su heroísmo, si es que puede definirse como tal, consiste en seguir adelante.
Baumbach está muy bien relacionado. Su madre es la ex crítica de cine del Village Voice Georgia Brown. Su padre es el novelista Jonathan Baumbach. Está casado con Jennifer Jason Leigh, que aparece en Greenberg. Escribe columnas humorísticas en The New Yorker y ha contribuido con Saturday Night Live. Ben Stiller es uno de sus mejores amigos. LCD Soundsystem escribe sus bandas de sonido. Dado su historial, a los detractores les costó tomarse en serio sus películas sobre la angustia hogareña. “Uno mira el trabajo de Noah Baumbach y sabe que es un estúpido”, dijo un crítico neoyorquino. Del mismo modo, la estudiada peculiaridad de Anderson molestó a varios críticos de cine, que cuestionaron cómo un director tan despreocupado podía retratar las tensiones entre familiares o el trauma de las privaciones. Las referencias a JD Salinger (en Los excéntricos...) o las películas de Satyajit Ray (en Viaje a Darjeeling) pueden parecer gratuitamente autoconscientes.
En ambos directores, el humor puede desarmar al espectador. El público que hace tiempo busca al nuevo Woody Allen no está muy seguro de cómo tomar los films de Anderson y Baumbach. En un nivel, los dos cineastas pueden parecer versiones contemporáneas de Allen. Tienen su encanto para la comedia observacional y los one-liners. Son de un entorno cultural similar. Al ver Greenberg, con sus apuntes irónicos sobre la vida en Los Angeles, es fácil recordar los oblicuos comentarios de Allen sobre la Costa Oeste en Dos extraños amantes. Florence (Greta Gerwig) tiene cierto despiste que suele encontrarse en las heroínas de Woody.
Las películas de Baumbach se han vuelto progresivamente agrias. Historias de familia, de 2005, era sobre el divorcio, pero lidiaba con el tema en un estilo muy gracioso. El galante novelista de Jeff Daniels era una creación cómica memorable: una hirsuta, arrogante pero encantadoramente ridícula figura con la que era imposible enojarse, por más ruin que fuera su trato hacia esposa e hijos. Las bufonadas de los padres se presentaban desde el punto de vista de sus hijos adolescentes, que los miraban con cierta ingenuidad. Margot at the Wedding (2007) tenía un gusto más amargo. Nicole Kidman era una escritora exitosa que asistía al casamiento de su enajenada hermana (Jennifer Jason Leigh) con un desempleado aspirante a músico (Jack Black). Baumbach acentúa el asco mutuo de las hermanas. Kidman nunca asumió un rol menos empático que la malvada Margot. Jack Black, normalmente una presencia atrayente y querible, se ve necesitado y patético como muy pocas veces en pantalla.
Del mismo modo, en Greenberg, Baumbach empuja la tolerancia del público hacia sus personajes a un punto de ruptura. Stiller es realmente odioso. La gente está tan acostumbrada a verlo en roles cómicos que desea que le caiga bien: se queda esperando las líneas de remate, los momentos cómicos de redención que nunca llegan. El cine europeo está más acostumbrado a los dramas familiares con altísimos niveles de viciosidad. En películas de Ingmar Bergman, de Escenas de la vida conyugal (1973) a Saraband (2003), hay momentos en los que los beligerantes esposos, padres o hijos se tratan unos a otros con extrema brutalidad, en la que hay influencia de inseguridades sexuales o emocionales. No hay nada tan extremo en Greenberg, pero aún así sorprende que una película protagonizada por Ben Stiller tenga un tono tan helado. Hay algo de humor, pero invariablemente tiene que ver con el malentendido y el desconcierto. Sirve como ejemplo la insoportable escena sexual en la que Florence parece totalmente desinteresada en los intentos de Greenberg por calentarla.
Ni Margot at the Wedding ni Greenberg consiguieron grandes cifras de recaudación en EE.UU., tampoco Junebug y Beeswax. Hay una autoconciencia y un estilo introspectivo que no existía una generación atrás, cuando los cineastas creían que podían dominar al sistema de Hollywood. De todos modos, estas películas tienen una honestidad emocional que no suele hallarse en las comedias y melodramas románticos estadounidenses. Y desafían a las audiencias a tener compasión por los extraños, truculentos personajes cuyas historias Hollywood nunca parece tener interés en contar.