7/9/10

Un genio que no conoció la nostalgia


Por Santiago Giordano
Publicado en PAGINA 12

Puso en práctica y protagonizó varias vidas, cada una con su respectiva muerte. La primera vez, nació en 1926 en Illinois, en una familia negra de clase media alta, y recibió el mismo nombre que su padre había recibido de su abuelo. De su madre heredó los ojos grandes y luminosos y los rasgos delicados, además de la primera y elemental idea de música, que en su casa se limitaba al repertorio académico. Después, el bop, el cool, el modalismo, las fusiones que desde el rock lo llevaron al centro del punk y a las orillas del pop, fueron algunos de los expedientes que le sirvieron para reencarnarse periódicamente en alguna revolución que abría nuevas posibilidades para el jazz. Insensible a cualquier forma de añoranza de sí mismo, Miles Dewey Davis III, Miles Davis, trompetista, compositor, director, fue una de las personalidades más intensas de la música del siglo XX.
El buen gusto para elegir camisas y autos; su relación con las mujeres, las drogas, los blancos, los críticos, los productores, la fama; los músicos a los que se acercó y los que se le acercaron –nombres con los que se podría formar una completa enciclopedia del jazz moderno– y una prodigiosa capacidad de hablar poco y putear mucho, también formaron parte de ese carisma caprichoso que a la hora de ser retratado se presta a numerosas posibilidades de enfoque. Porque, claro, no se lo puede separar del contexto de un pedazo de siglo XX caracterizado por necesidad de originalidad y emociones fuertes, entre los contrastes y los cambios vertiginosos de una modernidad rampante. En varias de esas vidas, fue el músico de jazz más famoso: una celebridad que, construida con elementos de lo extravagante, lo social, lo político y lo cultural, llegó a ser más que el que corrió varias veces la frontera de lo que se podía incluir en nombre del jazz. Tal vez por eso, cualquier intento biográfico sobre Miles Davis, además de parecer fatalmente incompleto, incuba aspiraciones legítimas a resultar atractivo.
Entre los numerosos ensayos y biografías más o menos profundos que le dedicaron a Davis y a su música, el de Ian Carr se destaca por precisión y exhaustividad. En 1982, el trompetista y crítico musical británico escribió Miles Davis. A Critical Biography, un trabajo que enseguida se ubicó entre los más sólidos y atendibles sobre la vida y la obra del ideólogo de Kind of Blue. Tras la publicación en 1989 de la autobiografía de Miles Davis, redactada por el periodista, poeta y ensayista Quincy Troupe, y la muerte del músico –el 28 de septiembre de 1991–, Carr revisó y amplió su trabajo, y completó lo que en 1998 se publicaría como Miles Davis. The Definitive Biography. Recién en 2005 esa “biografía definitiva” aparecería traducida al castellano, publicada por Global Rhythm, que ya lanzó una segunda edición, distribuida en Argentina por la editorial Océano, disponible en las librerías a 90 pesos. A lo largo de 672 páginas –con una breve sección de fotografías–, Carr ovilla causas y efectos en una línea de tiempo. Reconstruye cronológicamente la vida de Davis y su época, expone las circunstancias que condicionaron su creatividad y la manera en que esta condicionó las circunstancias del jazz. Todo a partir de una búsqueda meticulosa, bien conducida en la narración que, sin abrumar, abunda en detalles de índole diversa.
Es la misma voz de Miles, algunas veces en disonancia con lo que él mismo expresó en su autobiografía, la que apuntala esa narración. Es el Davis que a lo largo de su vida habló en numerosas entrevistas y que Carr reconduce al presente histórico, puntualizando su sentido de “aquí y ahora” como clave útil para explicar cada momento de su historia. Down Beat, Melody Maker, Ebony, Rolling Stone y Jazz Review , entre numerosos diarios y revistas, son algunas de las fuentes. También sirven extractos de conversaciones con quienes lo conocieron –sobre todo con quienes tocaron con él–, además de pasajes de ensayos de críticos como Leonard Father, Nat Hentoff y Ross Russell, entre otros. Por supuesto, también las tapas de los discos son útil fuente de información, que Carr no deja de lado.
La biografía no sólo reconstruye al hombre y al músico rastreándolo en los archivos: también lo escucha. En esta biografía, como en la vida de Davis, la música es el motivo principal. Carr ausculta el sonido de la más imitada de las trompetas del jazz –cálido, pequeño y dúctil, en cuyo núcleo chispea un diamante inconsolable–, saca conclusiones sobre el qué y el cómo de las distintas formaciones que lideró Davis, de su relación con los músicos, los productores y los críticos. Es indicativo que de los veinticuatro capítulos que articulan la biografía, muchos lleven como título el nombre de alguno de sus discos, esos que funcionaron como sucesivos puntos de llegada para las ideas de cada uno de los Davis posibles y, al mismo tiempo, fueron el punto de partida de su impulso creativo cargado de futuro. Cada registro discográfico, además de algunos conciertos puntuales –con los personajes y las anécdotas que giraron alrededor– es descripto por Carr con precisión, swing y solvente erudición musical, alternando objetividad crítica y afectuosa admiración. La tentación de escucharlos a medida que se transita el libro se hace irresistible.
Además de un índice de nombres, la edición incluye tres apéndices. El primero propone algunos solos de Davis transcriptos por el mismo Carr. El segundo aclara algunos detalles sobre el repertorio, por ejemplo los temas en común con Frank Sinatra y el pianista Ahmad Jamal, influencias importantes para Davis. En el tercero, Carr actualiza la discografía de Davis que hasta 1980 compiló Brian Prestley, aun si deja en claro que el estudio más completo al respecto es el de Jan Lohmann. Por todo eso, aunque casi por superstición resulte difícil pensar en un Miles Davis definitivo, Carr es pródigo y tenaz para trazar el retrato profundo de un músico voraz y un hombre quisquilloso. De un genio que no conoció la nostalgia.
 

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