28/2/11

Tadeusz Kantor


"Al principio no había actores ni espectadores, estaban todos juntos los hombres. En cierto momento apareció uno que ya tenía bastante con la comuna, un individualista, un revolucionario, un hermético que quería quedarse solo. Para irse tenía que ser diferente de los que se quedaban. Salió y marcó una división. Se presentó frente a los que se quedaron, y los transformó en espectadores de su actuación. Para seguir siendo distinto, tenía que aplicar sobre sí mismo métodos muy radicales, no bastaba con haberse ido. Tenía que ser diferente, pero también tenía que compartir algo con los que se habían quedado. Esas son las condiciones del hombre muerto. Por eso he llamado a mi teatro, el teatro de la muerte".

"La ilusión traslada la realidad a una órbita diferente, que los poetas definirían como órbita poética, aunque quizá sea otro espacio distinto, que esté situado en el tiempo absoluto, no el nuestro. Es posible que la poesía sea el signo de ese otro mundo, que gira en una órbita ajena".


Tadeusz Kantor

21/2/11

Eugenio Barba: la pasión a fuego lento

Publicado en CLARIN
13.01.2011

Camino a sus 50 años, el Odin Teatret continúa siendo un referente para el "Tercer Teatro", concepto acuñado por su director Eugenio Barba para aludir a todos aquellos que intentan construir su propio saber escénico alejados de los grandes centros de cultura. Italiano de origen, Barba ha liderado junto al Odin una de las prácticas teatrales más renovadoras e influyentes en la escena del siglo XX. Se marchó de su país siendo muy joven, y tras viajes y oficios varios, se convirtió en asistente y discípulo del director polaco Jerzy Grotowski, señera figura del teatro experimental. Este recorrido por su vida y formación en la dirección es el hilo conductor de su nuevo libro Quemar la casa. Orígenes de un director.
"Un director o un actor respira y hace vivir su oficio a través de dos pulmones. El primero es la técnica, el conocimiento absorbido en su cuerpo y pensamiento a través de la práctica; el segundo pulmón es su biografía. Cuando decidí escribir cómo funciona el pulmón de mi técnica de director, tuve también que explicar los motores de mi segundo pulmón: algunos episodios de mi vida", explica el director.
Eugenio Barba visitó por primera vez América en 1976 y a partir de ahí comenzó una larga conexión con grupos y teatristas latinoamericanos. Intercambios, talleres, festivales, congresos, son algunas de las maneras en que se han retroalimentado ambas partes. Sobre el valor de este lazo y su vigencia intacta, reflexiona Barba: "El teatro es una cuestión de vida o muerte de algo esencial en mí. Me doy cuenta de cuán ridículas suenan estas palabras. Ahora, en América Latina, he encontrado y aún encuentro hombres y mujeres para los cuales el teatro representa una solución existencial además de ser un oficio artístico. Esto pasa también en Europa pero, hoy, en grado menor".
En 2010 un hecho sacudió al Odin, el fallecimiento del actor fundador Torgeir Wethal. Su muerte conmovió a los colegas de tantos años y a la vez les planteó un importante reto: debían reajustar, no solo la obra en ensayo, sino todo el repertorio. "La muerte de Torgeir, que fundó conmigo el Odin Teatret en Oslo en 1964, fue rápida y al mismo tiempo noble. En pocos meses el cáncer lo devastó, sin embargo él continuó ensayando La vida crónica hasta algunos días antes de su fin. Tuvimos que cambiar cuatro espectáculos durante su enfermedad, para que su muerte no significara también la desaparición del grupo. Fue un proceso doloroso y lleno de ternura, tal vez una de las experiencias más fuerte en este oficio", dice.
Hoy continúan los ensayos de La vida crónica, que se estrenará en septiembre. Una parte de lo que Torgeir creó ha desaparecido, otra ha sido reelaborada por su mujer, la actriz italiana Roberta Carreri. "La obra se desarrolla simultáneamente en varios países de Europa, en el 2031, después de la tercera guerra civil. Es un fresco de historia contemporánea con situaciones de atracción y choque entre individuos y grupos con culturas y destinos diferentes a causa de la emigración, la guerra civil, el desempleo, la crisis económica. Quiero hacer una obra que se dirija a los que no creen lo increíble: que una sola víctima vale más que todo, más que Dios".
A sus 74 años, Eugenio Barba ha sostenido un colectivo durante casi medio siglo. Sus libros y reflexiones sobre Antropología Teatral se publican en español, inglés, italiano, danés, etc. Ha recibido el título Honoris Causa de universidades en Ayacucho, Bolonia, La Habana, Varsovia, y Buenos Aires (2008), entre otras. Se impone preguntarle cómo hace para seguir creando y liderando el Odin, cuál es su motor impulsor. "La alternativa para nuestro grupo -dice para concluir- es sencilla: continuar o terminar. Si queremos ir adelante, tenemos que recordarnos que sólo la excelencia de nuestros resultados nos puede salvar.
Hay días en que el esfuerzo del trabajo es insoportable. La consciencia de que el Odin Teatret tiene un sentido profundo para algunos jóvenes y viejos nos ayuda a aguantar. América Latina es parte de esta consciencia".

Viajando en el 109 (09.17 p.m.)

El avión

Por Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

A veces, sucede que los efectos de un hecho son mucho más importantes, o al menos más pedagógicos, que sus propias causas. Inclusive, puede ocurrir que el episodio sea, en lo potencial, de muy escasa trascendencia pública. Y que sus consecuencias lo transformen en algo tan inventado como rimbombante.
¿Alguien cree que el decomiso del avión militar estadounidense era o es un episodio capaz de despertar atracción masiva? Obvio que no. Pero los alcances periodísticos que tuvo conllevan una esencia muy valiosa, aunque, en principio, nada sorprendente. Por aquello de la (no) relación causa-efecto, carece ya de mayor sentido hurgar en cómo fue que se prendió el fósforo. ¿El Gobierno sobreactuó la medida para afirmar su verba antiimperialista? ¿Fue necesario el show mediático? ¿No era lo mismo proceder hacia idéntico fin pero con mayor reserva? ¿Acaso habríamos sido menos soberanos si se hubiese maniobrado con sigilo? ¿Es tan grave la carga no declarada de ese avión norteamericano? Cualquiera de esas preguntas, que a priori son o podrían ser legítimas, pasó a ser irrelevante al cotejárselas con la réplica barbárica de los medios de comunicación hegemónicos, sus periodistas más connotados y, desde ya, una mayoría de la oposición o, si se quiere, de los dirigentes opositores que hablaron del tema (sólo el hijo de Alfonsín resaltó al procedimiento como de pleno derecho, y hubo un resto que se llamó a silencio). Para subrayar, por las dudas: esos interrogantes, en realidad, nunca fueron el objeto analítico prioritario, sino que obraron como subordinados al espanto causado entre el cipayaje por –al fin y al cabo– un mero incidente diplomático con los Estados Unidos. Con excepción del odio de clase, el racismo, el sentimiento de venganza y las barbaridades que se dijeron cuando el conflicto con los campestres, es difícil recordar un hecho a través del cual se haya manifestado, con tanta brutalidad e ignorancia, el espíritu y el estilo de quienes conforman, desde los medios, un soporte clave de la mentalidad vasalla.
Cabezas de portadas, informativos de radio y televisión, columnas centrales, entrevistas, machacando con la “perplejidad y preocupación” de los Estados Unidos por la “improcedencia” de haber amedrentado al personal del avión. Ex embajadores con amplia concesión de espacio, absortos por haber colocado a Washington en un “banco de acusados” (Juan Archibaldo Lanús). Y por estas acciones que “nos condenan a la intrascendencia” en la que en verdad ya estaríamos, porque “ningún líder de nación políticamente gravitante (...) ha aterrizado en estas playas” (Rodolfo Gil). Amateurs impunes que hablaron de la inmunidad que proveen las “valijas diplomáticas”: una licencia que no tiene absolutamente nada que ver con el decomiso de un avión de carga. Los disparates interpretativos, sin un solo dato de sostén, bajo aseveración de que se ejercitó una represalia contra Obama por no incluir a la Argentina en su próxima gira. La impudicia de sugerir que si tampoco viene el jefe del Fondo Monetario por algo será. La amenaza de que la Casa Blanca borre al país de su status de aliado extra OTAN, brindado gracias al alineamiento incondicional de Menem con la política exterior de los republicanos... Qué asco.
Correspondería revisar si esta embestida mugrienta de los medios y sus ordenanzas no tiene nada de insólito, desde el entendimiento de que, después de todo, es la expresión de una tilinguería tan reaccionaria como ancestral. Porque, tal vez, nos encontremos con una segunda lección, o ratificación, de lo motivado por el caso del avión yanqui. No hay la más mínima duda en torno de que piensan efectivamente así, pero, ¿no debería haberla acerca de lo obnubilados que están respecto de la temperatura popular? ¿No advierten que su grosería genera un resultado inverso al que buscan? El Gobierno les provoca arcadas, es cierto, quizá más por el despliegue de su discurso confrontativo que por una grave afectación de sus intereses. Ahora bien: ¿tanto como para enceguecerlos de esta manera? ¿Tanto como para que extravíen así la necesidad de una táctica de enfrentamiento menos guaranga, vistos los resultas que obtienen? ¿No los alertaron en absoluto la masividad de los festejos por el Bicentenario, la del funeral de Kirchner, la unanimidad de las encuestas que encargan ellos mismos y que muestran a Cristina en posición de clara favorita? Como el firmante se resiste a creer que puedan despistarse de semejante forma, aunque tampoco lo descarta, termina cayendo en la cuenta de que, perdidos por perdidos siquiera en lo coyuntural, resuelven persistir en fugar hacia delante. En redoblar la postura de choque. Sería probable que estén imitando a los propios K, que en la más dramática de sus instancias apostaron a profundizar las grandes líneas de enfrentamiento con bloques de poder específicos. Y les fue bien, o les va bien.
Hay esa palabra, cipayos. Es de origen persa y la primera vez que se la citó, en el Diccionario de la Real Academia Española, aludía a “soldado indio”, en 1869. Pero unos años después, la definición se ensanchó a “soldado indio al servicio de una potencia europea”. Una segunda acepción es “secuaz a sueldo”. El profesor venezolano Alexis Márquez Rodríguez señala que la connotación peyorativa de la palabra comenzó a usarse, al parecer, en Cuba y Puerto Rico, cuando aún eran colonias españolas y se empleaba para designar al criollo que se alistaba en el ejército colonial. Aquí, ya se sabe, la popularizó Arturo Jauretche a través de su Manual de Zonceras, que lista las ideas negativas de los argentinos sobre su propio país. El escritor mantenía que esos preceptos eran introducidos en la conciencia ciudadana desde la educación primaria, y ya marcaba que después se sostenían a través de la prensa. Un postulado conocido por todo aquel que disponga de inquietudes intelectuales básicas. Sin que pierda valor, ninguna vez.
Puede que la furia cipaya sea sencillamente eso, en lugar de una apuesta política, meditada, a favor de acentuar los topetazos. Puede que no puedan con sus raíces clasistas o adquiridas, y listo. Si es eso les cabe una extensión, ahondada, de la legendaria sentencia borgeana acerca de que los peronistas no son ni buenos ni malos sino incorregibles. Porque, dada por eficaz la provocación, ellos, la clase dominante argentina y –hoy más que nunca– sus puntas de lanza mediáticos, portan una incorregibilidad más emperrada todavía. El peronismo fluctuó históricamente a derecha e izquierda, y en su nombre se crió mucho de lo mejor y lo peor de este país. Pero estos garcas no oscilaron nunca. Jamás dejaron de ser escribanos de los imperios de turno, jamás tuvieron una fisonomía patriótica, jamás se plantearon a dónde condujo su pusilanimidad. Son los tipos de las relaciones carnales y en una de esas, como ya se expresara en esta columna hace unas pocas semanas, el tiempo les da la razón a caballo de esa significativa porción de la sociedad que tiene su misma escala de valores. De esa gente que toda la vida miró hacia afuera no para ampliar sus miras de pensamiento crítico, sino por la comodidad cobarde del presunto amparo bajo el sol. Esos frívolos acaban de dar otra muestra de sí.
A veces su símbolo es un helicóptero. A veces un avión.

Mejor la rabia que la fiesta


Por Luis Paz
Publicado en PAGINA 12
 
El cambio en el hábito de la lectura de noticias en papel por la práctica de la lectura online modifica bastante más que la venta de diarios y revistas. Un diario abierto sobre la mesa podía hacer que los más chicos de la casa se toparan con alguna novedad internacional, algún hecho relevante de la política mundial. En cambio, una ventana con un artículo similar en Internet tiene, por lo común, un sólo destino: ser cerrada para habilitar el ingreso a alguna red social o servicio de mensajería instantánea. Así es que la elipsis de la noticia se ha vuelto mayor en la juventud, algo facilitado por otros factores también. Pero, por suerte, aún existen en la música ciertos espacios con la capacidad de contar el mundo más allá de las idas y vueltas de un amor no correspondido. Entre el collage furioso de remeras de Los Piojos, Almafuerte, Los Redondos y Charly, en el Cosquín Rock del fin de semana pasado apareció una remera con la inscripción “Uribe paramilitar” en un pibe de 15 años que, según cotejó el NO, no estaba demasiado al tanto sobre las FARC o la guerrilla narco. Era simplemente un acto reflejo de imitación a su nuevo ídolo, el Residente de Calle 13 que usó una prenda con el mismo diseño en la entrega de los Premios MTV de 2009. Lo notable es que el pibe no es el único que transformó su mirada sobre América latino a partir de la irrupción de la última gran cosa (grande de verdad) en la música de la región. Aunque, tal vez, la transformación más profunda haya sido la de Calle 13.

NO SE VA A LLAMAR REGGAETON
En sólo un lustro, Calle 13 pasó de ser la banda que aportaba temas a las fiestas (¡Atrévete-te-te!, La cumbia de los aburridos) a ser una de las pocas que se oponen a la fiesta de las compañías, los “artistas ladrones”, los gobiernos y los servicios secretos de los Estados, tal vez la única que en el último par de años haya criticado abiertamente y documentalmente (porque queda en sus discos) a todos ellos, y seguramente una de las poquísimas bandas latinas que se lanzan contra la casa central de la violencia, la guerra y el hambre, ubicada allá en el Norte, aun teniendo el apoyo de las estructuras del Norte: sus canales de videoclips, sus compañías, sus gurúes industriales, sus artistas. Aunque todo eso vaya a quedar en revisión desde ahora.
La historia comienza en Trujillo Alto, un pueblo del área metropolitana al sur de San Juan de Puerto Rico. Más precisamente, en la Calle 13 de esa urbanización. René Pérez Joglar, nacido el 23 de febrero de 1978 en Hato Rey, hijo de un abogado y una actriz de teatro, bachiller en arte y master en cine, se bautizó Residente porque así era como se identificaba con el guardia del barrio cada vez que regresaba a casa. Eduardo José Cabra Martínez nació el 10 de septiembre del mismo año y creció rodeado de música. Es bachiller contable y en sistemas, tiene estudios completos de piano y escogió ser el Visitante por la misma clave utilizada con el mismo guardia, con el que se encontraba cada vez que visitaba a su hermanastro René. El otro nombre es el de Ileana Cabra, conocida como PG-13 e hija de la misma madre que el resto.
La postal familiar se convirtió en musical cuando, al finalizar sus estudios básicos, Visitante se dedicó a tocar y producir, y Residente comenzó una carrera como diseñador. El rap del under puertorriqueño captó a René, que pronto se hizo conocido como El Déspota, un letrista promesa que hoy, ya más legalizado, reniega de aquel apodo elegido. Visitante era parte de una banda que fusionaba rock y batucada brasileña y con ella continuó mientras René se iba a Barcelona, a pasar una temporada como oyente de las carreras de cine ibéricas. Con el regreso comenzó la banda, surgieron las grabaciones y apareció la posibilidad de publicar su disco debut epónimo. Dos días después de la primavera de 2005, el líder del Ejército Popular Boricua-Macheteros, Filiberto Ojeda Ríos, fue asesinado en una redada del FBI, y Residente tuvo así el primer hecho político sobre el que cantar. Querido FBI, la canción inspirada en aquel hecho, fue una pieza central del disco Calle 13 y fundó las bases del Lado B de Calle 13, mucho menos bailable, más político, más logrado letrísticamente (parece que la rabia le cae mejor a René que la fiesta, al menos a la hora de intentar una letra) y, al fin, sello distintivo del grupo.
Sin embargo, fue su hit instantáneo y por entonces molesto, ¡Atrévete-te–te!, el que le ganó la mirada de los popes de la industria mucho antes que las de los popes de la música latina, y una nominación al Grammy Latino. Menuda sorpresa se llevó entonces el gobernador de Puerto Rico, Aníbal Acevedo Vilá, que escuchó a Calle 13 por unas grabaciones de su hijo. El tema La ley de gravedad es el resultado de la convocatoria del gobernador a que grabaran una canción en contra de los disparos al aire, comunes en el fin de año boricua. Es el único encargo de algún gobernante que Calle 13 tomó, porque cinco años más tarde fue el propio grupo el que se ofreció a estar en el Festival por los Derechos Humanos en Plaza de Mayo, algo similar a lo que pasó con la edición 2011 de Cosquín Rock, de la que participaron como antesala de los shows que el viernes 18 y el sábado 19 de febrero darán en el Luna Park con su disco nuevo.
“La gente busca la felicidad y parte de esa felicidad se la da la comodidad. Yo mismo he ido buscando eso”, analiza René para el NO, hurgando en aquellas primeras épocas. “El tema es que para estar cómodo tú, otro debe estar incómodo: así funciona el mundo. No se apunta a soluciones para todos sino para algunos”, diagnostica. Sobre su presente, es claro que tiene comodidades. Las suficientes como para no acceder a hacer una publicidad de Coca-Cola con la que podría haberle comprado, finalmente, una casa a su madre, que quedó desempleada de sus funciones públicas en la cultura municipal de San Juan cuando su hijo se retobó de más. “Tengo comodidades. Mucha gente las tiene, pero mucha otra no las tiene. Mis cosas son cosas por las que he trabajado y luchado, pero hay obreros que trabajan de la mañana a la noche y no pueden viajar ni tomarse vacaciones, entonces les es más complicado saber qué es lo que pasa en Latinoamérica, porque se pasan el día trabajando, también. Siento que esas comodidades tienen que servirme para hablarles a los incómodos”, interpreta el cantante. “Es algo que estoy aprendiendo a trabajar de un modo que respete a los trabajadores.”

YA NADIE VA A ESCUCHAR TU GOBIERNO
Un año después de aquel tema por encargo, el ex candidato presidencial Manuel Rosales utilizó ¡Atrévete-te-te! en su campaña, a lo que Calle 13 reaccionó rápidamente, negándose a sonar con esos fines. En ese año y medio, ya Calle 13 había pasado de ser una banda que vestía multicolor para las fotos de prensa, liderada por dos pibes con cara de nene que hablaban de bailes calientes. De cara a su segundo disco, atravesar países, la radicalización de las políticas en Puerto Rico, cada vez más lejanas de las clases obreras, y el creciente resquemor contra el Norte habían transformado a Calle 13 en una banda más peligrosa, sobre todo ahora que la industria los reconocía con premios, que los apellidos fundamentales de la música comercial latina y que el público se habían anoticiado de ellos no sólo como músicos sino también como ciudadanos de Latinoamérica no dispuestos a callarse las molestias impuestas por el resto. Se habían convertido en un grupo caliente, más que en un grupo de música caliente.
Residente o Visitante, su segundo disco, apareció en abril de 2007 e incluía colaboraciones de Gustavo Santaolalla, Bajofondo Tango Club, La Mala Rodríguez, Tego Calderón, Vicentico, Panasuyo, Orishas y Alejandro Sanz. Algunos impuestos por la disquera Sony Music, con la que pronto empezarían a tener problemas cuando les retirasen el apoyo en Colombia y en otros países contra cuyos gobernantes decidieran cantar. “Este es nuestro último disco con Sony, terminó nuestro contrato con Sony. Nos deben dinero, tendrán que pagar. Si nos quieren pagar, no volveremos a firmar. Nos jodieron por el culo así que ahora vamos a pedirles 10 millones. Y si te gusta el disco, por el Internet lo puedes bajar y piratear”, facilitan ahora, en la Intro de su nuevo disco, Entren los que quieran, corolario del contrato, principio de manifiesto para un posible futuro independiente y, al fin de cuentas, una declaración con doble filo, más allá de que ahora René diga que se metieron en la industria para usar sus estructuras para bien.
“Cuando empezamos, la propuesta de Calle 13 era documental, entonces tuve que ser fiel al modo de hablar de mi pueblo, a las palabras que me rodean, a lo que la gente usa para hablar. En la televisión y en el teatro se permite, porque dicen que representa lo real, ¿por qué en la música no? Quise usar la difusión que me daba la industria para imponer el modo de hablar de nuestros pueblos, pero me di cuenta, también, de que el ser tan directo hacía que mucha gente se rehusara a escuchar y entender el mensaje, y me pareció que eso era peor para nosotros como pueblo”, dice al NO, por vía telefónica, el cantante rapado que incluso pudo hacer un documental sobre la región, Sin mapa. Y de ese modo explica el cambio de mirada que se dio entre Los de atrás vienen conmigo, tercera placa, y Entren los que quieran. Y no es algo que sólo tenga que ver con el uso de “malas palabras” o “vulgaridades” sino con un cambio de perspectiva: el propio título del tercer disco tenía ese tono mesiánico que es fácil de criticarle a René, esa cosa suya del pro-hombre que hará justicia para Latinoamérica en sus versos, mientras que el del nuevo disco es más libertario, en tanto permite participar o no, subirse o no a su tren de sueños mejores para la región. Allí, los 30 le cayeron bien a René, que en el último disco abandona un poco lo confesional para ponerse generacional y regional.
A mediados de 2008, bajo la autoría intelectual y la producción general de Emilio Cartoy Díaz, Calle 13 se sumó a un proyecto de TEA Imagen y RadioTEA para convocar a artistas que desearan participar con su música del homenaje a la gesta que las Madres de Plaza de Mayo realizan hace más de 30 años. “Este tema es para todas las madres de todos los países, porque en muchos países hay desaparecidos, y también a todas las madres de inmigrantes.” Así presentaban Pa’l Norte, uno de los temas en los que Ileana Cabra pasa a compartir el protagónico.
Andrés Calamaro, Dante, Rubén Blades, Omar Rodríguez de Mars Volta y Café Tacvba son sólo algunos otros artistas con los que han colaborado en un camino corto pero efusivo de seis años de producción discográfica, giras y quilombos. “Durante estos últimos años, Calle 13 ha recibido muchas amenazas de muerte, 12 Grammy y nos han censurado en la radio”, hacen el inventario al comienzo de su nuevo disco. El eje de esos conflictos fue su aparición como presentador de los Premios MTV 2009, en los que René usó remeras con mensajes como “Chávez nominado mejor artista pop”, “Mercedes Sosa sonará x 100pre”, “Viva Puerto Rico libre”, “Micheletti rima con Pinochetti” y “Fortuño esquiva este huevo”, dedicado al gobernador de la isla, escrachado luego de despedir a unos 17 mil empleados públicos.
Otro de sus conflictos con el poder tuvo como contrincante al alcalde de San Juan, Jorge Santini, que lo tildó de “tecato” o falopero. En octubre de 2009, Residente lo desafió a someterse a un análisis de detección de drogas. Y a los pocos meses revolvió el tema en Entren los que quieran: “Hoy te va a conocer el mundo entero, te voy a hacer famoso, pero por periquero. Alcalde drogadicto con cara de idiota, ganarme esos Grammy fue como venirme en tu boca”, retoma en Digo lo que pienso. Cosas como esas llevaron a que el gobierno boricua censurara a Calle 13 en las radios, a la suspensión de numerosos conciertos en Puerto Rico, Colombia y Estados Unidos, y a más de una advertencia violenta que genera miedo en René.

LAS RIMAS ABIERTAS
Si América latina tiene unas venas abiertas por las que circula sangre indígena y unos ríos abiertos por las que todo el continente queda conectado en una suerte de red real, también tiene los oídos abiertos por los que circula la riquísima música popular de estas tierras. Era menester, entonces, que estuviera en su segunda etapa, esa que arranca en la tradición modernizada del Tango del pecado, la crítica un poco más lograda de Pa’l Norte y el kapangueo anti falsos (artistas, gobernantes) de La fokin’ moda; y que acaba en algunas de sus mejores canciones incluidas en Entren los que quieran. Ahora, con La bala, el recorrido épico de la violencia mundial; Latinoamérica, una enumeración hermosa y precisa de las bondades de nuestros pueblos; y hasta el nuevamente mesiánico Calma pueblo, Calle 13 lleva un par de años centrado en dos o tres líneas de acción bien claras: bajar caretas, sacar del medio a los ladrones que manejan el futuro de los trabajadores y, claro, seguir provocando el baile, pero también llamándoles la atención a las venas todavía cerradas de la América latina.
En ese proceso, también parecen haber aprendido a tratar mejor a las mujeres: esas que antes debían sacudirse, atreverse y menearse, ahora son centrales en el armado musical y poético de la banda. En el fundamental Latinoam-érica, por ejemplo, participan la brasileña María Rita, la colombiana Totó La Momposina y la peruana Susana Baca. “La inclusión de ellas y el protagonismo que ha tomado Ileana nos dieron la posibilidad de ampliar en cuanto a los sonidos, pero también tuvo que ver con todo lo que hace el grupo, que es intentar incluir. El espacio de la mujer en la música es mínimo y sólo para las mujeres que son consideradas sexies. Eso no tiene nada que ver con la música, que es sentimiento y no la representación de algo. Las mujeres han tenido algunas de las mejores voces y de los mejores fraseos de la música latina, para toda América la mujer es fundamental históricamente y vimos algo bueno en recuperarles ese lugar musicalmente, poniendo muchas voces femeninas.”
Pero tampoco fue ése el primer acercamiento de esta banda de música en clave urbana y moderna con la tradición musical de América latina. En Cantora, el disco de colaboraciones que Mercedes Sosa publicó poco antes de fallecer, los Calle 13 participaron de Canción para un niño en la calle, sobre un poema de Armando Tejada Gómez, con René improvisando fotografías de la marginalidad como overdubs para este clásico sesentista. Así la recordó René, una vez fallecida, en una carta abierta a La Negra: “Una voz fuerte que se había metido por las orejas de Pinochet para sembrarle en el tímpano las palabras de Julio Numhauser con Todo cambia, o que recitaba las palabras de León Gieco, Sólo le pido a Dios. Esa voz que escuché les da esperanza a los habitantes de una islita que se ahoga en el Mar Caribe. Le inyectó vitaminas a una colonia deshidratada, a mi isla Puerto Rico, una isla que lucha poco porque sabe poco. Logró que un pueblo que siempre había sentido miedo sintiera menos miedo. ¡Mercedes hace magia!”. De algún modo, con el cierre de su contrato con Sony, su actualidad musical y sus “comodidades”, Calle 13 se enfrenta hoy a una decisión: seguir el camino de La Negra, volverse músicos realmente populares, o ceder frente a las presiones políticas, económicas e industriales de aquellos a los que no les caen bien.
Por lo pronto, René no tiene ganas de callarse sino de hablar de lo que ve. En general, dice que en América latina “hay mucha represión, una situación que no da más”. No se atreve a decir que hay tanta como en los ‘70, pero entiende que “hoy tienen más herramientas para reprimir, como los medios”. Y que la sociedad de toda América latina está expuesta a una violencia demasiado extendida, como la que le quitó la vida a Mariano Ferreyra, el militante asesinado por una patota ferroviaria, una semana antes de la muerte de Néstor Kirchner: “Es lamentable, no puedo entender cómo puede existir ese tipo de actos. Cuando la gente tiene el poder y no las corporaciones, cuando a los países los gobierna el pueblo, hay otro espíritu, como lo ves en Cuba. Cuando estaba tocando en Plaza de Mayo sentí una responsabilidad tan grande por lo que le pasó a Mariano que me hizo preguntarme qué pasa con algunos artistas que se hacen cargo y por qué otros que pueden hacer buenas cosas no las hacen”.

¿Qué creés que es lo que hace que algunos no se hagan cargo?
Es que es un trabajo, hermano. Me pasa también a mí, hay un punto en el que ya no puedo cantar. Ultimamente siento un riesgo, una paranoia constante por lo que he dicho. Es un momento difícil y puede parecer peligroso, pero intento verlo de otro modo: creo que está bien lo que hacemos con Calle 13. Me tocó salir a decir esas cosas, asumir esa carga.

¿Te interesaría participar de otro modo en la configuración de un mundo nuevo, por fuera de la música? ¿Con un cargo político, por ejemplo?
Yo soy artista y creo que con el arte basta como militancia. No creo que me meta en un cargo político. Prefiero estar aquí, en los estudios, en los escenarios y girando por la región, que todos sepan que estoy aquí. Calle 13 no es música de Puerto Rico, es música de la región y nos preocupa lo que pasa. La verdad es que siento que en algunas cosas Calle 13 es más importante por lo que dice que por la música que tocamos.


20/2/11

El hombre y su sombra

"El títere nació el primer amanecer, cuando el primer hombre vio por primera vez su propia sombra y descubrió que era él y no era él al mismo tiempo".

Javier Villafañe

17/2/11

"La fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es,
sino tan sólo y sin duda alguna, lo que ha sido".

Roland Barthes

14/2/11

11/2/11

Revolución en Egipto

La vida, ese género imposible

Por Pedro B. Rey
Publicado en ADN

 
Se diría que Mark Twain no sufría del síndrome de Enoch Soames. A diferencia de aquel rarísimo autor que inventó Max Beerbohm, el estadounidense no necesitaba desplazarse al futuro para verificar su fama póstuma. La daba por descontada: cuando murió en 1910, su alta estima seguía siendo alimentada por una popularidad pocas veces vista. Samuel Clemens (así se llamaba en realidad Twain) determinó que, después de su deceso, debía transcurrir un siglo para que pudieran publicarse, completas, las desbordantes memorias que fue dictando a lo largo de décadas. Es una enormidad de tiempo, pero las cuentas cerraban: a la estela de su celebridad, que sin duda alcanzaría aquella fecha, bien le vendría el empujoncito de una reaparición póstuma. El interés que despertó en su país el primer volumen de esas memorias, recién publicado, confirma esas previsiones. Pero quizá no se trate sólo del olfato absoluto del autor en materia editorial. En una época de autobiografías solemnes, Twain fue descubriendo, a medida que avanzaba en la redacción, las imposibilidades de un género. Porque, ¿qué es una vida? Y ¿cómo puede contarse, si es que puede contarse? Hernán Iglesias Illa lee con desenfado esas memorias y encuentra en ellas un artefacto digresivo y anárquico emparentado con algunas escrituras de actualidad, como si Twain hubiera presentido que la única posteridad garantizada es la de ser contemporáneo de los que vendrán.




10/2/11

Un western como los de antes

Por Luciano Monteagudo
Publicado en PAGINA 12

Casi desde el mismo momento de su publicación, la novela de Charles Portis fue celebrada como un hito de la literatura estadounidense de posguerra. Y la primera versión para el cine, que allá por 1969, en el ocaso de su carrera, le valió a John Wayne su único Oscar, se sostiene todavía hoy como un sólido western crepuscular, en un momento en el que el género se animaba a dar cuenta de su propia crisis. Aunque más no fuera por esos precedentes, la decisión de los hermanos Coen de volver sobre la historia de Temple de acero es quizá lo más audaz de una película por lo demás clásica. Sin duda, la más clásica de los autores de Fargo, una dupla que siempre se caracterizó por reelaborar paródicamente los códigos del viejo Hollywood, desde el film noir (Simplemente sangre) hasta las historias de espías (Quémese después de leerse). Pero esta nueva versión de True Grit –que aspira a diez premios de la Academia de Hollywood, entre ellos a la mejor película– es, en esencia, un western filmado como un western, con sus caballos, sus grandes planos generales y su rigurosa estructura dramática aristotélica. Si no tiene el carácter trágico de algunos de los mejores ejemplos del género es porque el material original –más inclinado hacia la evocación irónica– no lo tenía, y por eso seguramente lo eligieron los Coen.
Hay humor en esta nueva versión de Temple de acero, sin duda bastante más que en la primera película, dirigida por el veterano Henry Hathaway, pero en la mayoría de los casos es un humor que proviene directamente de las situaciones y los personajes, y no de las habituales boutades de sus directores. De la protagonista, por ejemplo, que parece escapada del famoso cuadro American Gothic, de Grant Wood, y a través de quien se narra toda la película. Mattie Ross (Hailee Steinfeld, en un sorprendente debut) tiene 14 años y acaba de perder a su padre, asesinado por un forajido que lo traicionó y se dio a la fuga. Pero no hay nada de debilidad o indefensión en ella. Casi con la misma determinación con que el personaje de Javier Bardem perseguía a su presa en Sin lugar para los débiles, Mattie está dispuesta a cazar al fugitivo Tom Chaney (Josh Brolin). Lo quiere ver colgar en la plaza pública de Fort Smith, como antes –no sin cierta satisfacción– vio balancearse a otros criminales. Para ello, sin embargo, necesita ayuda y recurre a un alguacil ya veterano, un cazador de recompensas con un parche en el ojo y una inocultable debilidad por el whisky, pero de quien Mattie escuchó decir que tiene “verdadero temple” (true grit). Es Rooster Cogburn (el gran Jeff Bridges), un gallo de pelea viejo y mañoso, que todavía mantiene sus garras afiladas.
Lo que no sabe Mattie es que Chaney, antes de matar a su padre, ya debía otras dos muertes: la de un senador texano... y su perro. Por esos crímenes lo persigue también un presumido Texas Ranger llamado La Boeuf (Matt Damon), que comparte con Cogburn la misma desconfianza hacia Mattie. A ninguno de los dos les gusta la idea de internarse en territorio indio tras la pista de una pandilla de pistoleros –Chaney se ha unido a la banda de Lucky Ned Pepper– con una niña de trenzas que debería estar jugando con muñecas en vez de armas. Pero es ella, más que el legendario Cogburn, quien está dispuesta a demostrar que tiene un temple verdadero.
En sus pocas declaraciones a la prensa, los Coen dicen haber sido más fieles a la novela que a la película anterior, pero aun así las coincidencias con el western dirigido por Henry Hathaway son muchas, empezando por escenas y diálogos enteros, que sin duda provienen del afilado texto de Charles Portis. La mayor diferencia está no sólo en el punto de vista, que en el film de los Coen es, como en la novela, el de Mattie, sino en los actores. En la versión de 1969, John Wayne interpretaba a Rooster Cogburn con su propia, inmensa leyenda como bagaje dramático. Nadie mejor que él, en sus últimos años, podía encarnar a un personaje que simbolizaba la historia del western, y por eso el Oscar que le entregó la Academia pareció más un reconocimiento a su carrera que a esa interpretación en particular, inferior sin duda a la de Más corazón que odio (1956), mucho más exigida y compleja, y por la que ni siquiera fue nominado.
La aproximación de Jeff Bridges al personaje, por supuesto, tenía que ser distinta: el suyo es un Cogburn más cáustico, más consciente de su propia decadencia –un poco como su Dude de El gran Lebowsky–, pero no por ello menos dispuesto a defender la fama que supo labrarse. Desde la dirección, los Coen nunca le permiten que pierda ese delicado equilibrio, ni siquiera cuando lo enfrentan a los dos únicos momentos de la película que responden inequívocamente a su visión absurda del mundo: un ahorcado que cuelga de una rama desproporcionadamente alta o un extraño jinete solitario que aparece de la nada envuelto en una piel de oso, cabeza incluida.
Así como la película de los Coen empieza de manera más sintética y precisa que la primera versión, incluye sin embargo una coda, una suerte de epílogo que resulta quizás anticlimático y donde queda claro que el paso del tiempo ha convertido a los grandes nombres del Oeste en figuras de circo, como ya había sugerido Robert Altman en Buffalo Bill y los indios (1976). Por lo demás, este nuevo True Grit es un caso curioso, incluso inédito en la filmografía de los Coen brothers: una película que sin perder el sentido el humor es capaz de tomarse en serio a sus personajes.

7/2/11

Fuerza bruta

Por Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

No hay noticia políticamente más importante que el virtual lanzamiento de Mauricio Macri como candidato presidencial. Habrá quienes crean que sólo se trata de una formalidad, al entenderla como una decisión elemental y tomada hace tiempo, pero, en primer lugar, no es así. Y, en cualquier caso, deja las cosas más blanco sobre negro que nunca en términos de dónde pararse frente a un año electoral decisivo para el corto y mediano plazo de los argentinos. E incluso para el largo.
Como se recordó en estos días, Néstor Kirchner juzgaba obvio e inevitable que, más tarde o más temprano y crecientemente, el escenario político quedara circunscripto a una gran fuerza inclinada hacia la izquierda y a otra volcada para la derecha. A fin de evitar polémicas inútiles: estamos hablando de poderíos, figuras y candidaturas con chances de poder real, y no de estampas testimoniales. Con independencia del modo en que cada quien evalúe al ex presidente, los hechos estarían dándole la razón. El denominado “peronismo federal” ya pasó de la puerta del cementerio a los pies de su tumba, con Duhalde como mascarón de proa simbólico y algunos correveidiles que no terminan de decidirse a nada porque apenas los une, o unía, la bronca y el estupor ante el hecho heterodoxo del kirchnerismo. Elisa Carrió, segunda en los últimos comicios presidenciales y construida por gruesos sectores de clase media urbana como una outsider capaz de contener a sus inconformismos sempiternos, ha pasado a ser, definitivamente, un tema de evaluación psiquiátrica. Hace rato que no merecía ser justipreciada con parámetros de medición convencional, porque nadie se dedica a lo político-dirigencial para destruir todo lo que construye. Carrió hace animación mediática, no actividad política. Acaba de afirmar que la masividad del funeral de Kirchner fue montada por Fuerza Bruta. Se diría que no hay vuelta atrás para quien llega a ser corrido por izquierda por Mirtha Legrand, aunque podría argüirse que en la Argentina jamás se sabe. Hay más luego una incógnita, ya pulverizada esa otra construcción, periodístico-campestre, que es el Gardiner mendocino; y descartadas, se supondría, las probabilidades de otro cuyano, Ernesto Sanz, del que más o menos nadie tiene idea de quién es. ¿Hay todavía un voto radical histórico, gorila, maestro-ciruela, en condiciones de hacer entrar en las grandes ligas al hijo de Alfonsín y a alguna porción de ese Partido Socialista al que da pavura confiarle algo más que una intendencia? ¿Hay vuelta, objetivamente, de la imagen de no saber terminar un mandato, del fantasma del helicóptero, de haberse sufrido que sus carencias de liderazgo les impiden gobernar con el peronismo en contra, de no controlar sindicatos, de no conocerse qué diablos es en verdad la alternativa que ofrecen? Finalmente, para volver o seguir andando por postulaciones testimoniales, el neo-Carrió que es Pino Solanas (no por la expresividad ideológica, aclaremos, sino como representatividad quijotesca) resolvió ir por la testificación presidencial inviable y no por la probabilidad certera de gobernar la Capital. Pino no quiere gestionar. Quiere relatar. De modo que resignó el enchastre con lo probable a favor de la comodidad de lo imposible.
Por todos esos agujeros que dejan las opciones al kirchnerismo, Macri comunica que va él. Lanzó una secuencia de oraciones a la que no se prestó mayor atención, ni siquiera por parte de sus más conspicuos detractores. Dijo que va por todo. Dijo que Buenos Aires ya no le interesa porque si gana Cristina no aguantará otros cuatro años de no poder hacer nada, a repugnante contramano de aquello que afirmaba en su campaña: a la Capital le sobra la plata, decía en 2007, y no tiene por qué depender de nadie. Dijo que si le va bien, será presidente. Y que de lo contrario tendrá más tiempo para estar con Juliana, en la definición más pornográfica que el firmante recuerde acerca de cómo se interpreta la vocación política: ya fui presidente de Boca y ya goberné nada menos que a los porteños, así que sólo me queda la Presidencia de la Nación y de lo contrario me dedico a mi mujer y a los negocios que me deja mi papá. Toda una auténtica disposición al entendimiento de la política como servicio público. Que se arreglen entre Rodríguez Larreta y Michetti: si pierden es problema de ellos y no del desastre que fue mi gestión. La derecha peronista no tendrá otra variante que seguirme. Y eso trae tanto (eventual) respaldo de aparato como interrogantes porque, ay, ¿la hibridez de los radicales llegará hasta el punto de votar a un tipo que tiene detrás el apoyo de Duhalde & Cía? No importa. Si les gusta bien y si no, también, porque no tendrán otra en esa segunda vuelta que hoy es una quimera. Macri va por todo y está perfecto. Olfatea que, aun cuando el viento de cola de la macroeconomía le da al kirchnerismo y a la popularidad de Cristina una ventaja enorme, hay una porción de esta sociedad, muy significativa, que no quiere lola con experimentos de aroma zurdo. ¿Cuántos son los argentinos que a pesar de estar mejor que casi nunca, o precisamente por eso, quieren sacarse de encima la incomodidad de enfrentamientos con el Imperio, y a Madres y Abuelas en el balcón de la Rosada, y a los piquetes y a Moyano, y a que el Estado se meta en mi vida como si alguna vez hubiera habido más Estado que cuando la rata lo puso a disposición de sus agentes? ¿Cuántos serán esos argentinos que compran el país que les venden Clarín y sus acólitos? ¿Cuántos son los que creen que está amenazada la libertad de prensa, y que Guillermo Moreno es más perjudicial para su vida cotidiana que los grupos monopólicos? ¿Cuántos los que compran que estamos aislados del mundo? ¿Cuántos los pobres y la clase media a los que les parece que no es cuestión de cómo les va sino de cómo les dicen que les tiene que ir? ¿Y cuántos son los que, malhumorados o indignados por “la inseguridad”, serán capaces de ir atrás de un discurso represivo asquerosamente demagógico, cuya inutilidad completa se reveló una y mil veces? La cuenta que saca Macri es que todavía son muchos. Ha deducido, por pulsión de clase, o porque registra que cuanto mejor se está más miedo puede tenerse a perder alguna quintita, o porque tendrá a sus órdenes a la maquinaria mediática, que es todo o nada. La Presidencia o Juliana. Le llevó su tiempo, y por eso no es cierto que la decisión caía por su propio peso. Apuesta a que, a pesar de lo que se avanzó, ese componente reaccionario de la sociedad argentina es lo suficientemente grande como para ponerle una ficha, aunque pueda quedarse sin el pan y sin la torta.
Que el peronismo antikirchnerista no le garantice ni por asomo la presencia nacional de que carece; que si alcanza la segunda vuelta es dudosísimo su arrastre de voto radical; que no sólo carezca de equipo sino de partido o fuerza militante, directamente, son aspectos que Macri habrá tenido en cuenta, pero sin mayor quite de sueño. Después de todo, él no se metió en política para construir cosa alguna que no fuera un ámbito de negocios institucional, con el apoyo de las grandes facciones de poder económico y el favor de votos que pudiera brindarle la sucesiva defección de los partidos tradicionales. Hoy, ese proyecto tiene la traba de un oponente que suscita ora entusiasmo, ora apoyo por descarte ante la impresentabilidad del resto. Pero confía, o eso sugiere, en que si encarna al original más puro de la derecha, contra fotocopias, insulsos e indecisos, puede haber un espacio importante, y hasta ganador, desde el segmento de la Argentina tilinga, facha, individualista.
¿Tendrá razón Macri? Según la actualidad, no parece. Según la experiencia histórica, siempre hay un huevo de la serpiente dando vueltas. Esa es la auténtica fuerza bruta.

Lanzarote

Por Noé Jitrik

El coche de José Saramago es un Opel convertible, Corsa, cuyo año no puedo discernir; ni él ni Pilar lo manejan, de modo que permanece días seguidos inmóvil, en un terreno vecino a la casa. Pese a los destrozos producidos por el óxido, el mar sin duda, y a las graves irregularidades que se observan en el techo –los broches que fijan la tela que lo hace convertible no cierran nada–, pese a que el freno de mano no funciona, el coche camina y lo hace con ganas una vez que se lo pone en marcha, nos transporta servicialmente de sur a norte y de este a oeste por esta isla tan extraordinaria que es Lanzarote.
Casi todas las islas lo son, o así se suele creer, pero los motivos de la excepcionalidad son diversos; en ésta, lo que la hace merecedora del adjetivo es su tormentoso, caliginoso, pero no tan remoto, pasado: las erupciones de treinta volcanes hacia 1730 no sólo se tragaron poblaciones que sobrevivían penosamente sino que tendieron un manto de piedras sobre una superficie enorme, lo cual tiene por efecto una diversidad de formas inaprensibles y dramáticas, de hendiduras y grutas, de colinas y súbitos agujeros pero, además, el predominio, en toda la isla, de un color gris sobre el que el blanco de las casas se entabla, como si luchara saliendo ora vencedor, ora perdedor en las pampas de piedra que rodean el Timanfaya.
Así, pues, salimos en el automóvil –conduzco yo– guiados por José, que explica casi todo lo que vemos a un lado y otro de los buenos caminos que atraviesan la isla por todas partes. José, cuyo estilo descriptivo, considerado y razonable, no se parece al que se advierte de inmediato en sus libros, eso que los críticos llaman “el estilo Saramago” y de cuya intensidad es difícil desprenderse, es algo escéptico respecto de las razones –caudillismos, predominios políticos, intereses empresarios– por las cuales se han construido tantas rutas, pero no deja de estimar su calidad ni de hacernos ver, con amorosa minucia, detalles, esbozos de historias, formas y colores. De ordinario, por otra parte, según él, un cielo límpido hace que se vean mejor todas esas maravillas que la lucha entre el fuego de las profundidades y el agua de las superficies ha producido, esas superficies volcánicas plagadas de figuras retorcidas, silencioso y torturado congreso de roca; ahora, desafortunados –hay un exceso de viento–, las nubes matizan y ocultan pero tampoco es de desdeñar el modo en que tiñen las aguas del mar que observamos, absortos, desde el Mirador del Río, una de las obras de César Manrique, de quien veremos más y de quien habrá quizá mucho que decir. En la baranda, colgada sobre un descenso de más de quinientos metros, se ve, desde lo alto, la Graciosa, una subisla, que se dibuja entera, con sus dos pueblecitos igualmente blancos; ese color –o ausencia de color según algunos– es el más común en Lanzarote, nadie lo debe haber impuesto pero no se ve otro en paredes y techos, acaso resto berebere –los wonches que habrían sido los primitivos pobladores de la isla–, acaso influencia norteafricana, Mauritania está ahí nomás, cruzando el estrecho, a dos o tres horas en vuelo directo.
Pero este recorrido no ha sido tal como lo vengo diciendo, mezclo muchos momentos, no podría ser de otro modo, dado lo que podría ser lo que persigo. Antes, por ejemplo, comimos pescados y mariscos en un lugar llamado El ancla, en el pueblo de Arrieta, con buenos amigos de Pilar y José, Manuel Medina y María Dolores, político él, abogada ella, y con la novelista Josefina Aldecoa, una mujer muy simpática, que durante la comida me hizo algunas breves semblanzas sobre lo que fue vivir en España en la época de Franco, la existencia era gris y mediocre, los pocos libros no canónicos que se podían leer llegaban desde el exterior y con cuentagotas; el aislamiento era, tal vez, lo peor, por no hablar del tipo humano que el franquismo engendró y del cual tuvimos una vislumbre en la procesión del Jueves Santo en Madrid, ese grupo de jamonas y ajamonadas de negro, taco, peinetón y mantillas, la viva imagen de una perversa viudez. Por contraste con esa imagen, la comida es alegre, se habla como en toda comida de sábado al mediodía y, al final, se hace el paseo que conduce a una escollera golpeada por las aguas. Junto a ella, una casa extraña, ella sí pintada en parte de azul, tiene su leyenda cuasi romántica y que nos concierne lejanamente; es Medina quien la narra, acaso intimidado, tratándose de narración, por la presencia de Saramago. Esa casa fue construida por un lanzaroteño llamado Perdomo que había emigrado a la Argentina y había hecho fortuna; enferma de tuberculosis una de sus hijas, decidió volver a su pueblo natal, seguro de que ella recuperaría la salud, ignorando, sin duda, las virtudes que para ese mal ofrecía ya, hacia 1910, nuestra Córdoba. La niña murió, como Alfonsina, en o frente al mar, y durante años se entendió que la casa tenía mala onda, fantasmas o ecos de voces perdidas.
Los paseos continúan. Durante los trayectos, además de las explicaciones, surgen temas de conversación. Yo pongo expectativas en las que se suscitan pero no es fácil; apenas nos conocemos, no creo que nadie sepa bien cómo hacer para que tal conocimiento se profundice y consolide una amistad, pero también todos apreciamos, creo, el acto de arrojo que implica estarlo intentando, todos ya personas hechas y que quizá defienden, de a ratos más de lo necesario, puntos de vista o posiciones largamente constituidas. Pero hay temas que nos vinculan: José esgrime la copia de una carta que Camilo José Cela enviara, el 30 de marzo de 1938 - II Año Triunfal, a un, acaso, policía ofreciéndose para “dar datos sobre personas y conductas”. Dos mundos, el de Cela y Saramago, pero que en cierto punto, el del éxito, arrancado por la fuerza en el caso de Cela, legítimo en el de Saramago, se tocan, nadie le pone el cascabel a ese gato, tal vez éste sea el modo en que se vive la cultura en nuestro tiempo en los medios exitosos, las solicitudes constantes, los premios y las condecoraciones que Cela pide y obtiene, que Saramago no pide y que le otorgan. José piensa mucho en este tema; me cuenta un sueño o una utopía diurna: un mundo de pura y armoniosa naturaleza, con todo lo que tiene el mundo pero sin seres humanos. ¿Quién entonces podría determinar o apreciar tal armonía, de lluvia sobre tierra, de fuego sobre escoria, de bestia sobre alimento o instinto?
Vamos al día siguiente a las Montañas del Cuervo; dejamos el coche en la carretera y a pie llegamos hasta el cráter de lo que fuera un furioso volcán; caminamos en silencio, sobrecogidos, sólo escuchamos el sonido que hace nuestro calzado sobre las piedras negras del sendero. Ese hueco está del otro lado del Parque Nacional de Timanfaya, hacia el este. Se tiende, en esa zona, una planicie pedregosa, uno de cuyos momentos se llama “Malpaís” y en el cual los viñedos están protegidos del viento, planta por planta, por bardas de piedra semicirculares o cuadradas llamadas “socos”. Pese a todo, y como para probar que hay constancia e imaginación en la raza humana, se produce un vino que no sería tan desdeñable; la tenacidad rinde también su fruto.
Al llegar a las “Montañas de fuego”, otra obra de Manrique, se sube a un autobús que recorre los volcanes, esos mismos que en 1730 aumentaron, gracias a los torrentes de lava que lanzaron, la superficie de la isla en casi un tercio ganado al mar. Lo que se ve es indescriptible, hay que limitarse a verlo, ni siquiera cabe la admiración; la admiración, me parece, tiene que ver con las obras humanas y no con estas explosiones de las que quedan restos que son mostrados como animales domesticados en un circo; en unos agujeros a ras del suelo un empleado arroja baldes de agua: los cuatrocientos grados de temperatura que hay a los 10 metros de profundidad, pálida idea de lo que ocurre en el centro de la Tierra, producen una explosión de vapor que nos asusta a todos pero que inmediatamente después nos hace reír, como en el circo. Durante el viaje en autobús me dormí un par de veces, tal vez pensaba que no sólo ese paisaje era un sueño sino yo mismo, en él, una entidad irreal, el sueño de otro, quizás un sueño de José Saramago que desde aquí construye sus ficciones, las cuales nada tienen de exaltación de estas maravillas naturales pero que estas maravillas ayudan a concebir. ¿Será eso? ¿Puedo dejar de pensar en términos literarios? ¿Puedo desechar esos versos de Eliot, conocidos en la versión de Pierre Leiris, “le roc, point que le roc”, que no me abandonan desde que llegué aquí y que mis ojos ven grupos de pequeñas casas junto al mar o en la ladera de una montaña, entre cactus de las más variadas y raras especies, en un silencio general difícil de entender pero no de aceptar?
Conversamos, como estaba previsto, con José. A veces no estamos de acuerdo, a veces coincidimos. Tengo la impresión de ser un poco más optimista que él en punto a lo que implica “hacer algo”, o sea escribir o pintar, en medio de esta general injusticia, de este desequilibrio en que vive el mundo y que se manifiesta por la cada vez mayor existencia de miserables y de seres sin destino ninguno. José no cree mucho pero debería hacerlo, sus novelas son no sólo bellísimas sino que tocan alguna forma de verdad, pero el modo de sus argumentos, mundo mal concebido y realizado, salvajes represiones, indios mexicanos que pelean por su dignidad en Chiapas, me hace sentir que, porque soy una de esas personas que creen que un buen libro o un buen cuadro redimen algo de la pobreza de la existencia, soy un esteticista: cada cual resiste como puede y si en alguno se da un entusiasmo por articular un poema o un cuadro o una novela o un proyecto político, inclusive se debería hacer un esfuerzo por entender qué significa eso desde un punto de vista general, si es que los actos individuales se tocan en alguna zona del sentido con lo que el mundo objetivo debería poder proponerse.
Lo que no impide seguir desplazándonos en ese auto al que le hacemos afectuosas bromas porque, pese a su decadencia física, no nos ha dejado abandonados entre breñas y soledades pétreas. José nos lleva a ver playas; en una, la Famara, un golpe de viento me recuerda lo que sentí, en enero de 1962, cuando entramos, todos fatigados, respirando dificultosamente, en el cañón del Río de las Terneras Atadas, en Ongamira; el cuerpo se enaltece, las aguas, al golpear en las rocas, nos limpian el alma, no hay necesidad de hablar ni de informar de sensaciones, es un “estar ya ahí” conmovedor en coherencia con esos otros “estar ya ahí” que depara este lugar cuya fragilidad se comprende, bien podría ser que los volcanes volvieran a tratar de comunicar fuego y agua, bien podría ser que la imaginación del hombre, o su torpeza, arruinaran los precarios recursos que con enorme dificultad le han sido arrancados a esta tierra.
Precisamente ése es el fondo del proyecto de Manrique. Y una paradoja positiva, porque en ningún momento se deja de recordar que era un “estecista”, un pintor muy exitoso en Nueva York, cercano a Warhol, Rotko y Lichtenstein, que al regresar a Lanzarote, con el mucho dinero que ganó en y con el arte, imaginó en cada momento de la naturaleza de la isla una obra de arte, en un precipicio, en una gruta, en unos cráteres llamados “burbujas”, y en una casa en la que cada rincón, como ocurrió con los decadentistas, está destinado a halagar su vista y su cuerpo. Sin embargo, o gracias a su coherencia, o a sus resultados, nadie ve en su esteticismo un motivo de condena y ni siquiera de censura.
Me habría gustado ir más lejos en las conversaciones sobre literatura; algo se resiste, acaso es a un movimiento de seducción que en mí es espontáneo y que no tiene ningún otro objetivo que crear un puente de comunicación o de verificación, existencial me atrevería a decir. No se da del todo y ambos, Tununa y yo, nos sentimos al mismo tiempo rodeados de maravillas, de atenciones y de un afecto superior, pero también es como si no se diera posibilidad de decir o mostrar quien uno es, condición básica para que eso que llamamos amistad perdure. Sobre ese ánimo algo alicaído el plazo se cumple y ya tenemos que dar por terminada la visita. José se ha ido a Tenerife y a Palmas y ha llamado por teléfono preguntando por nosotros; ya no lo veremos, quién sabe cuándo nos volveremos a ver. Sin embargo, sigo leyendo Todos os nomes y siento que terminarlo en la propia casa de su autor tiene un sentido si no un privilegio. Por fin concluyo, poco antes de partir. Cierro el libro y, de pronto, siento una emoción tan fuerte, tan desmedida, análoga a los volcánicos vuelcos de la isla, que cuando Pilar y Tununa me preguntan qué me pareció, qué opino, siento un ahogo en la garganta, no puedo hablar, me sacude un llanto que hace mucho no me sacudía de tal modo a causa de un relato, tal vez desde que era niño y la literatura me parecía el único cielo posible en esta tierra. Entonces, sin decirlo, comprendí por qué habíamos venido aquí, ese llanto compensaba lo que había buscado y tal vez no había encontrado no por no quererlo sino tal vez porque no se puede encontrar, porque somos seres solitarios y estamos muy metidos en nosotros mismos, sólo perseguimos hallarnos a nosotros mismos pero no calculamos o no admitimos que puede darse en la emoción, en suma en el amor, donde fuere que pueda estar esperándonos, incluso en las frases de un libro.

5/2/11

Leyenda negra

Por Luis Bruschtein
Publicado en PAGINA 12

Para Elisa Carrió las exequias del ex presidente Néstor Kirchner fueron organizadas por Fuerza Bruta. “Usted se confunde con el Bicentenario”, aclaró, en su almuerzo del miércoles, Mirtha Legrand. “Esa también”, le soltó la candidata de la Coalición Cívica. El tamaño de los mitos urbanos que construyen sus adversarios describe también por regla inversa el tamaño de lo que se quiere denigrar. Todos los cuentos que se inventaron de Perón y Evita se correspondían de alguna manera con la obra que generaron. Los aspectos negativos de cualquier gobierno se critican con argumentos. Los que son más difíciles de desvirtuar son los hechos positivos, que son la causa de cuentos que sólo pueden ser creídos desde el odio. De los Kirchner se ha dicho que Néstor la emprendía a puñetazos con Cristina y que después de la derrota del 28 de junio descargó tanta furia a piñas sobre su esposa que debieron internarla. Se ha dicho que Cristina es bipolar. Se ha dicho que el cuerpo de Néstor Kirchner no estaba en el cajón delante del cual desfilaron decenas de miles de personas.
En realidad, fue Mirtha Legrand la que difundió la historia del cajón vacío, aunque después le dijo a Carrió que no creía que Fuerza Bruta hubiera organizado las demostraciones populares de pesar. Pero de alguna manera los dos cuentos están ligados porque se refieren a una especie de gran engaño organizado por una mujer que acababa de perder de manera inesperada a su pareja de toda la vida, y además ese engaño tan maquiavélico estuvo relacionado con los restos del ser querido que acababa de fallecer.
Es estúpido explicar algo tan absurdo, pero el cuento de Carrió dice que en el poco tiempo que pasó entre el fallecimiento de Néstor Kirchner y sus exequias en Buenos Aires, su viuda contrató a Fuerza Bruta y Fuerza Bruta contrató a decenas de miles de extras para que lloraran en la Plaza de Mayo, para que escribieran mensajes en papelitos, para que aguantaran horas y horas hasta llegar al cajón donde estaban los restos del ex presidente, para que esos miles y miles gritaran consignas, recitaran poesías o cantaran al pasar delante del féretro. ¿Y el cuerpo?, ¿dónde podía estar si no estaba en el cajón? A lo mejor está vivo y toda la historia de su muerte sorpresiva fue para que Cristina creciera en las encuestas.
Tanto las leyendas denigrantes como las elogiosas tienen cierta ingenuidad infantil y sus orígenes son difíciles de ubicar, como la de las orgías de Perón con las púberes de la UES o la de las noches de sexo ardiente entre el General y el campeón de boxeo de los medio pesados, el norteamericano Archie Moore, que había pasado por Argentina. Pero en este caso el origen es una candidata a presidente que pone la cara por televisión para iniciar el cuento haciendo polvo cualquier vestigio de su credibilidad. Es un cuento infantil, de una ingenuidad cruel, pero es un cuento increíble y la candidata puso cara de esfinge y dijo: “Alguna vez se va a saber lo que pasó en el velatorio de Kirchner”, con lo que dejó en ascuas a su anfitriona que, ni corta ni perezosa, le exigió que contara lo que sabía.
Nobleza obliga, hay que reconocer que Mirtha Legrand repreguntó, porque la mayoría de los periodistas se hubieran quedado con la cara de misterio de Carrió cuando lanzó su primera frase. Y después, con su veteranía inimputable, le dijo que no le creía. El relato no se puede creer ni haciendo mucha fuerza. Carrió da una versión corrupta de la historia porque le conviene políticamente. La conveniencia personal o grupal es la justificación de todas las formas de corrupción.
En la sociedad se acuñan leyendas sobre vidas, amores y muertes de los presidentes que han dejado una marca en la historia. La mayoría de las veces tienen algún elemento de verdad o tratan de afirmarse en hechos reales, incluso los menos creíbles, como aquellos que inventó la llamada Revolución Libertadora para desacreditar al peronismo.
En el que las inventa o las cree hay un mecanismo tan ingenuo como en sus historias. Igual que un niño impedido de crecer que mira a un adulto como el que nunca podrá ser. Además del odio que las motiva, expresan también cierta fascinación resignada por los protagonistas que los enojan. Hay un complejo de inferioridad en los cimientos de esa mirada frente a la épica que sustentan los cuentos. Porque hay una épica real sobre la que se monta la fantasía. Es la fascinación que siente por Evita el coronel de los servicios de inteligencia que oculta el cuerpo embalsamado, como lo relata Rodolfo Walsh en “Esa mujer”. Ese coronel existió, igual que el ocultamiento del cadáver, en el mismo servicio de inteligencia que estaba generando los mitos contra un peronismo derrocado pero fuertemente enraizado en las culturas populares.
Ingenuamente, el objetivo de esos cuentos era arrancar esa raíz. El mito denigrante como antídoto del mito favorable. Lo más irónico de la situación era que el jefe de la institución que generaba esos cuentos estaba totalmente subyugado por los mitos de esas raíces, sobre todo por el más potente, que era Evita, como lo relata también Tomás Eloy Martínez en Santa Evita. Mito contra mito, igual que ahora los partidarios del Gobierno se definen irónicamente como “la mierda oficialista”, en aquella época, los peronistas respondían: “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”. No creían en las orgías de la UES ni en la encamada con Archie Moore. En el peor de los casos, esos cuentos contribuían a exaltar un nivel de sexualidad, por la que, en realidad, Perón nunca mostró mucho entusiasmo.
Esa leyenda negra tejida sobre las exequias de Kirchner ofrece el primer síntoma de que hay un hecho que desencaja, que produce rupturas y nacimientos, que necesita del mito para ser explicado. Y si para los protagonistas, los que asistieron a la Plaza y a la Casa Rosada, todo fue sorpresivo y desbordante, la leyenda negra deja vislumbrar un sentimiento de sorpresa atrapado en la propia mezquindad de quien ha tejido esa fantasía. Ante sus ojos todo aparece hiperdimensionado de gestos y emociones, con una épica que la deslumbra aunque la rechace. La impresión es tan fuerte que no se asimila y necesita su propia mentira para explicar ese rechazo. Entonces todo lo que ve se tiene que entender como una gran escena teatral, con el poeta Carlino pagado para leer sus poesías o Bauer para cantar el Ave María o el presidente de la SRA de una localidad cordobesa para darle fuerza a Cristina o los mozos de la Casa Rosada para llorar, o los miles de chicos que levantan el puño o hacen la “V”. Todo fue orquestado y guionado por Fuerza Bruta. Es un gran escenario montado alrededor de un cajón que ni siquiera tiene el cuerpo. Sin tristeza, sin lágrimas, sin espontaneidad, sin muerto.
Resulta extraña esa idea del cajón sin el muerto. Siempre hay una apropiación de los cuerpos, como con Evita o los desaparecidos. Hay una disputa por los restos de los que lucharon. Porque los que luchan no pasan inadvertidos, son odiados y son amados y trascienden en esos sentimientos, pero sus restos no tienen resplandores ni secretos. Quizá sus restos simbolicen esos sentimientos que los trascienden.
La leyenda negra circulará en las sobremesas de los countries, en las reuniones de las cámaras empresarias, se seguirá alimentando y de vez en cuando, algún periodista “independiente” dirá otra vez que la gente dice que el cuerpo de Néstor no estaba en el cajón. Otro dirá “Fuerza Bruta” por lo bajo. La leyenda crecerá en detalles y en veneno y con el tiempo hasta se podrá convertir en argumento político. Habrá sociólogos de la izquierda y la derecha académica que estudiarán las barbaridades que hacen los populismos.
Muchos de estos sociólogos se hicieron famosos investigando los mitos populares, es decir, “la estupidez” de los pueblos que generan mitos como los de Gardel, Maradona, Evita o el Che y los cuentos que los rodean. Los pueblos han generado esos mitos o leyendas blancas que enaltecen a esas figuras. Sería bueno que ahora estudiaran el fenómeno inverso. Porque en este caso no ha sido el pueblo el que inventó las historias, sino la “gente de bien”, o “las capas medias y altas blancas y urbanas”, como diría el sociólogo brasileño Emir Sader, o directamente la tilinguería, como le gustaba decir a don Arturo Jauretche. Sería interesante también subrayar que, a diferencia de los mitos populares –que la mayoría de las veces son enaltecedores–, en estos casos se trata de relatos denigrantes. Sobre todo, habría que reconocer que todavía no existe una leyenda para Néstor Kirchner, que sigue siendo un ser humano. Extrañamente, esta vez el antimito ha surgido antes que el mito.

1/2/11

Difusión

Adrián Dárgelos

El rock se ha convertido en otra plataforma de exhibición para las empresas. ¿Qué pensás de ese sponsoreo?
Y yo soy muy puta, hace años que lo dije, ¿no? ¿Qué es lo que quieren saber sobre el rock sponsoreado? Vos no tenés que colaborar con el sistema, pero tenés que usar la plata del sistema para volvérselas en contra. Volvemos a Spinetta: “La libertad es muy linda pero si no tenés nafta no vas a ningún lugar”, dice él. Es genial, tiene razón. Qué importa de dónde viene el capital. ¿De dónde viene la guita de las FARC? ¿De dónde viene la plata del Ejército Zapatista? Del ejército de Francia… Vamos, basta de chamuyo. ¿Quién piensa luchar contra el capitalismo sin dinero? Nosotros somos provocadores culturales, básicamente. Creemos que el rock es una vía de provocación. Nosotros creemos que la música es un agente movilizador. No nos creemos referentes, ¡pero sí tenemos el poder de decir un montón de cosas que los demás no dicen! Yo creo que la música te abre una brecha para discutir la cultura. No es que me voy a aislar y ser un músico que quiere voltear el mundo desde el silencio… No. Lucho por el mismo camino.

Son momentos distintos… Ustedes arrancaron en el 90. Hoy existe una corriente cultural diferente.
Y…sí, antes había un ambiente aspiracional en la Argentina. Los Redondos, Sumo… En los 90, el desmedro del menemismo, la exposición de nuevos estereotipos triunfadores, como Fassi Lavalle y compañía, generaron un nivel no aspiracional en la cultura. El ganador es el vivo, no el que encontraba el entendimiento. Entonces las bandas no aspiraban a eso. Lo que quedó es otro estereotipo triunfador en el desmedro cultural. Y todo eso se ve ahora: en la quita de presupuesto a la educación durante toda la década del 90. En mi época a los maestros los tenías que respetar. Ahora, como ganan menos, son losers, ¿no? Así es más fácil el acceso a la compra de votos. Yo ahora no detecto la operación cultural. La mayoría de las bandas somos de colegio del Estado. Andáa sacar hoy, de un colegio del Estado de la provincia, un nivel de discusión retórico tan complejo como el que tenemos nosotros. Quizás está y yo soy el equivocado. Es raro, boludo. Ahí tendríamos que discutir por qué se da un entretenimiento tan malo. Ok, todo entretiene igual: leones comiéndose esclavos o Tristán e Isolda. Para uno vas a necesitar formar a la gente para que lo entienda. Para el otro, no. Justo es jodido hablar de Wagner, ¿no? Pero me fascinaría que los pueblos tuvieran una identidad cultural y que en vez de ver televisión haya escritores de obras de teatro. El otro día en Colombia me preguntaban si seguíamos siendo una banda de rock, estaban preocupados por eso. Y yo les decía que no hay más rock o pop o nada. Hay bandas que emocionan, bandas que son y bandas que tratan de ser. Hay músicos inquebrantables, que están en el escenario y se ponen a la gente en la mano, sin artilugios demagógicos. Sin ese “ey, loco ¡vamos todos!” Yo me pregunto, ¿por qué no funciona el rock que no arenga en Argentina? ¿Por qué un Radiohead no podría haber sido argentino?

Hay un nuevo tipo de violencia en el aire

"Cuando comencé a escribir esta obra ya hace unos años, lo hice a partir de una extraña noticia que me llegó, intuyo, distorsionada: Suicidios colectivos de mamíferos/ cuadrúpedos -nunca supe qué clase de animales eran estos. El informe decía que se arrojaban por un acantilado, aparentemente sin causa. Sucedió en el interior del país. Sentí que debía escribir sobre esa necesidad de estar en el aire, de vivir en el aire, cuando la tierra ya no puede soportar el peso de nuestro pensamiento. Estando en el aire, ¿a qué nos atrevemos? Hay un nuevo tipo de violencia en el aire. Lo veo. Lo siento dentro mío y dentro de mucha gente. Yo decidí escribir entonces. El trabajo en escena es terreno de reconocimiento y disección de estos sentimientos censurados y amorales que no nos permitimos expresar del todo. Algo del trabajo final me permite percibir por qué algunas cosas son como son".

Daniel Veronese
sobre Mujeres soñaron caballos

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