Por Eduardo Aliverti
Publicado en MARCA DE RADIO
YPF vuelve a manos
prioritarias del Estado argentino.
La discusión
acerca de cómo se implementa la medida tiene aspectos técnicos que exceden a la
sapiencia pero también a las pretensiones de este columnista. Se trata, sí, de
ofrecer una visión macropolítica, eventualmente capaz de observar al hecho
desde una perspectiva estructural. Hubo el tiempo, parecido a lo eterno, en que
las apreciaciones ortodoxas de los economistas liberales lograron la victoria. El tiempo “noventista”
–y un poco para atrás, y otro poco hacia delante- en que la batalla cultural,
por la construcción de sentidos y por tanto de conciencia popular, semejaba haber
quedado en manos definitivas de la derecha. Ese tiempo de verdades presuntamente
reveladas, incontrastables, según las cuales unos muy pocos sabían de mucho y
los muchos se consideraban apartados de todo juicio crítico, porque los pocos tenían
la exclusividad de dar cátedra desde los medios del relato único. Se acabó, por
fin. Las versiones de derecha ya no convencen caminando, al cabo o en medio de
los atropellos, torpezas y desatinos que produjeron aquí y en el mundo. El
terreno de disputa ideológica es hoy más amable para las ideas progresistas,
así fuere nada más que para no tener pruritos en atreverse a plantearlas. Y eso
incluye a los razonamientos en torno de los recursos estratégicos, con la
cadena de producción energética en primer lugar.
El domingo
anterior, un artículo de Alfredo Zaiat, en Página/12, da en la tecla respecto
de -por lo menos- cómo plantarse analíticamente frente a las opciones existentes.
“Burguesía fallida” presenta al choque con la empresa española Rep sol como símbolo de dos frentes vulnerables del
kirchnerismo. Uno es, precisamente, el manejo privado en áreas sensibles del
encadenamiento productivo. El otro, que se apueste a un comportamiento
autónomo, pero dinámico, de la denominada “burguesía nacional”. ¿Hay o puede
haber tal actuación hacendosa del empresariado? Como bien señala el colega, la
lógica legítima de una compañía privada es maximizar ganancias e invertir de
acuerdo con una tasa de retorno económico-financiera. Y en consecuencia, exigen
un precio acorde con la utilidad esperada. O que el Estado los subsidie. De lo contrario,
se “apartan” hasta dejar de invertir y se genera un callejón sin salida. Si suben
las tarifas, joden a la
gente. Si se aumentan los subsidios, joden al presupuesto nacional.
Y si no hay inversiones, se joden todos. Sin embargo, apunta Zaiat, esas situaciones
quedan amortiguadas cuando prevalece la concepción de “bien estratégico” (petróleo
y gas); y de “beneficio social” (servicios públicos). Es en lo segundo donde el
kirchnerismo mostró dientes y eficacia, y por eso también resalta el ejemplo de
un Estado que tomó el control de aguas y desagües cloacales. Seis años de
inversión en AySA ampliaron esas prestaciones. Dicho sea de paso, la asentaron
como la empresa de servicios públicos con menor cantidad de reproches en medios
y redes sociales.
Efectivamente, es
la muestra de qué pasa cuando los fondos públicos son desembolsados sin
pretender retorno financiero en determinada cantidad de años. Y con impacto
positivo en la población.
El contraste es la
apuesta por empresarios nacionales, desplazando a las multis, con el objetivo
de “argentinizar” actividades estratégicas. El grupo Eskenazi falló en YPF y,
con base allí, vale en igual dimensión apoyarse en cómo describe Mario
Rappaport la debilidad intrínseca de la burguesía nacional. Esto es, el origen
de componentes históricos, “cuando se desechó la posibilidad de un desarrollo
económico integral mediante la protección de la industria local (…) Las clases
dominantes argentinas rechazaron el camino proteccionista que (…) adoptaron
países como Estados Unidos y Australia, y prefirieron un país para pocos ligado
a la producción primaria. Esto se traduce en conductas rentísticas, ya sean
provenientes del campo o de recursos naturales no renovables”. Zaiat concluye
su bosquejo, tras esa cita de Rappaport, a través de que la conducta de la
burguesía nacional -fugadora serial de capitales- no se modifica con
voluntarismo político. Y que sólo con un Estado activo, estableciendo límites,
puede cambiársela. El dilema es cómo contrariar, en la acción de un modelo o proyecto
que se pretendería soberano, nacional, popular, liberador (palabra esta última con
la que también es necesario vencer prejuicios), el precepto de que el Estado es
la organización autoinstituida por la clase dominante para sojuzgar al resto.
Todo un reto: justamente porque la discusión no es técnica sino política, el
kirchnerismo deberá demostrar que está dispuesto a profundizar la
administración del Estado desde un vanguardismo siempre privilegiador de las
necesidades populares. Y nunca de los intereses que se le enfrentarán,
brutalmente crecientes si la gran política marcha hacia allí. ¿Cuál es la
alianza de sectores sociales que se requiere para eso? ¿Con quiénes articular
respaldo y movilización? ¿De dónde se saca o afirma el frente social para aguantar
los trapos? ¿Cómo se lo comunica? ¿Alcanza con Cristina solamente?
Preguntas como
ésas son mucho más primarias que interrogarse sobre la disponibilidad operativa
del Estado para hacerse cargo de pozos de exploración y explotación petrolíferas.
Tan primarias como lo eran las de si se podía resistir cuatro tapas de Clarín en
contra.
Mientras tanto,
para quien tenga incertidumbres mayores debido a algunos o muchísimos cantos de
sirena que la derecha se emperra en marcar como determinantes, vaya lo que
Bloomberg, la compañía de información financiera fundada por el ex alcalde de
Nueva York, expuso sobre el fin de la Europa social (nota de Clarín, sí señor,
en su suplemento económico, domingo pasado). “En toda Europa, padres convencidos
de que el modelo social construido por los gobiernos, después de la Segunda Guerra Mundial ,
haría posible que cada generación viviera mejor que la anterior, están viendo
cómo la crisis de la deuda soberana barre con las promesas que hicieron a sus
hijos. Los docentes y estatales griegos asisten al fin del empleo (vitalicio, señala
Bloomberg, pero bien puede quitarse el agregado); los estudiantes ingleses enfrentan
cuotas de enseñanza al estilo estadounidense; los franceses, como otros europeos,
han debido postergar la
jubilación. El trasfondo son las políticas de austeridad que
están implementando los 27 países de la Unión Europea , por
unos 450 mil millones de euros”. Esas políticas de austeridad apuntadas por la
agencia norteamericana son el producto de un festín financiero que en 2008
nació con la crisis estadounidense, para después trasladarse a los europeos con
un final todavía incierto.
No es inseguro, en
cambio, que en la raíz de este derrumbe -una de cuyas expresiones más
dramáticas es España, con la mitad de la población juvenil desocupada- se encuentra
el abandono estatal como equilibrante de las desigualdades sociales. No le vendría
mal a la derecha retomar algún consejo de uno de sus padres ideológicos, Adam
Smith, quien estipulaba que los mercados no son instituciones naturales, sino
el resultado de decisiones políticas. Es ese sistema político el que asigna el
riesgo. Y, probablemente antes de que las propias burocracias gubernamentales
se den cuenta, no pocos economistas e intelectuales -insospechables de
simpatías izquierdistas advierten que debe mirarse a América Latina. Aumento
del gasto público como herramienta reactivante, sustitución de importaciones,
manejo de las reservas sintonizado con las necesidades sociales. Más, en casos
como el argentino tras la salida del default por esas vías, las reformas de
segunda generación.
Haber modificado
la esencia funcional del Banco Central está en esa línea. Y meter mano en YPF
apunta en igual camino. Las dudas pueden pasar por la eficiencia administrativa
(si es por eso, la gestión privada no sale muy bien parada que digamos).
Y por cómo se
inteligencia el sostén de la apoyatura popular. Pero nunca por lo imprescindible
de la decisión política.