25/4/12

Le Faiseur de Balzac


Por Roland Barthes

Mercadet (el especulador) es un alquimista: su objetivo es siempre sacar algo de la nada. La nada, en este caso, es la deuda. Mercadet pretende sacar dinero de las deudas, es decir, poder. O, mejor dicho, el dinero ya no es siquiera necesario: nace un mundo en el que sólo hará falta crear funciones. Mercadet ya no trabaja con objetos (“bienes”), como un propietario a la antigua, sino con relaciones, como el especulador que se anuncia en el firmamento capitalista.
Se trata de un tema serio, lo que no impide en absoluto que pueda resultar cómico. Es un tema cargado de implicaciones, ya para el propio Balzac. Igual que Mercadet, Balzac fue prisionero de la deuda, y fue en lucha con la deuda, en el sentido más literal, como produjo su obra. Por otro lado, esta pieza reproduce el drama balzaquiano por excelencia, el drama de la creación: Mercadet es el depositario de una voluntad ardiente que destruye al hombre a la vez que le da su grandeza. Es sabido que, en Balzac, la imagen más desgarradora de esta creación desgraciada es la paternidad. Mercadez viene a sr el exceso grotesco y terrible de esta energía balzaquiana: hay una chica, una chica fea, y Mercadet está dispuesto a especular con su fealdad. Mercadet representa, pues, conforme a la definición de los personajes clásicos más puros, una pasión que va hasta el fondo de ella misma, hasta su región más monstruosa y reveladora. El desenlace de El especulador, falsamente moral, no cambia nada: Mercadet es inquietante.
En su otra vertiente, la obra va estrechamente ligada a la historia. Estamos en 1848. La burguesía francesa pronto va a experimentar un vuelco: antes, era el reino del propietario prudente, amasador de bienes concretos, del pequeño industrial, genrete timorato de la empresa familiar; después, será el advenimiento del agente de Bolsa, del especulador desatado: el dinero desligado de la propiedad. Encontramos en El especulador una doble postulación: Mercadet es el movimiento, el futuro. La señora Mercadet es el mundo inmóvil, la tierra (una propiedad en la Touraine), la moral, el pasado. E igual que siempre Balzac escoge el pasado (Mercadet es recuperado in extremis por su mujer), pese a que describe el futuro: la moral de Balzac es “pasadista”, su arte es moderno.
Desde el punto de vista dramático, es posible que Balzac haya mostrado cierta torpeza al poner en juego todos estos elementos: hay cierta ingenuidad balzaquiana que puede ser sinónimo de grandeza en la novela y de pesadez en el teatro. Pero, sea como fuere, El especulador es una obra seria, en el sentido en que Balzac está comprometido con ella, y profundamente.

Fragmento de una reseña crítica de Barthes a la puesta que Jean Vilar hizo de esta obra de Balzac en el Théâtre National Populaire. Publicada originalmente en la revista Théâtre Populaire, en mayo de 1957, fue incluida en el volumen Escritos sobre el teatro, Roland Barthes. Traducción de Lucas Vermal y Ramón Andrés. Paidós, Barcelona, 2009.

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