Por Roland Barthes
Mercadet
(el especulador) es un alquimista: su objetivo es siempre sacar algo de la
nada. La nada, en este caso, es la deuda. Mercadet pretende sacar dinero de las
deudas, es decir, poder. O, mejor dicho, el dinero ya no es siquiera necesario:
nace un mundo en el que sólo hará falta crear funciones. Mercadet ya no trabaja
con objetos (“bienes”), como un propietario a la antigua, sino con relaciones,
como el especulador que se anuncia en el firmamento capitalista.
Se
trata de un tema serio, lo que no impide en absoluto que pueda resultar cómico.
Es un tema cargado de implicaciones, ya para el propio Balzac. Igual que
Mercadet, Balzac fue prisionero de la deuda, y fue en lucha con la deuda, en el
sentido más literal, como produjo su obra. Por otro lado, esta pieza reproduce
el drama balzaquiano por excelencia, el drama de la creación: Mercadet es el
depositario de una voluntad ardiente que destruye al hombre a la vez que le da
su grandeza. Es sabido que, en Balzac, la imagen más desgarradora de esta
creación desgraciada es la paternidad. Mercadez viene a sr el exceso grotesco y
terrible de esta energía balzaquiana: hay una chica, una chica fea, y Mercadet
está dispuesto a especular con su fealdad. Mercadet representa, pues, conforme
a la definición de los personajes clásicos más puros, una pasión que va hasta
el fondo de ella misma, hasta su región más monstruosa y reveladora. El
desenlace de El especulador,
falsamente moral, no cambia nada: Mercadet es inquietante.
En
su otra vertiente, la obra va estrechamente ligada a la historia. Estamos en
1848. La burguesía francesa pronto va a experimentar un vuelco: antes, era el reino del propietario
prudente, amasador de bienes concretos, del pequeño industrial, genrete
timorato de la empresa familiar; después,
será el advenimiento del agente de Bolsa, del especulador desatado: el dinero
desligado de la propiedad. Encontramos en El
especulador una doble postulación: Mercadet es el movimiento, el futuro. La
señora Mercadet es el mundo inmóvil, la tierra (una propiedad en la Touraine ), la moral, el
pasado. E igual que siempre Balzac escoge
el pasado (Mercadet es recuperado in
extremis por su mujer), pese a que describe
el futuro: la moral de Balzac es “pasadista”, su arte es moderno.
Desde
el punto de vista dramático, es posible que Balzac haya mostrado cierta torpeza
al poner en juego todos estos elementos: hay cierta ingenuidad balzaquiana que puede ser sinónimo de grandeza en la
novela y de pesadez en el teatro. Pero, sea como fuere, El especulador es una obra seria, en el sentido en que Balzac está
comprometido con ella, y profundamente.
Fragmento de una reseña crítica de Barthes a la puesta que Jean Vilar
hizo de esta obra de Balzac en el Théâtre National Populaire. Publicada
originalmente en la revista Théâtre
Populaire, en mayo de 1957, fue incluida en el volumen Escritos sobre el teatro, Roland Barthes. Traducción de Lucas
Vermal y Ramón Andrés. Paidós, Barcelona, 2009.