Por Ezequiel Fernández Moores
Publicado en CANCHA LLENA (LA NACIÓN)
La última vez que fue anfitriona de Juegos Olímpicos, en 1948, Londres no invitó a la competencia a Alemania y a Japón, las potencias derrotadas en la Segunda Guerra Mundial. El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el sueco Sigfrid Edstrom, escribió enojado a Lord Burghley, sexto marqués de Exeter, secretario general del Comité Organizador de los Juegos del 48: "Me sorprende vuestra actitud. La guerra terminó hace tres años y nosotros, gente del deporte, deberíamos mostrarle el camino a la diplomacia". Londres no se conmovió. Al conde Michimasa Soyesima, miembro japonés del COI, le recordaron que ningún ciudadano podía abandonar Japón bajo las reglas de la Ocupación. Tampoco hubo perdón para Alemania. Miles de soldados nazis permanecían en Londres como prisioneros de guerra. Fueron mano de obra en la construcción de rutas. Al prisionero Helmut Bantz, que ganaría el oro olímpico en Melbourne 56, le tocó una tarea más agradable: entrenó al equipo británico de gimnasia. El duque de Mecklenburg, miembro alemán del COI, recibió en cambio un no rotundo. Sucedió hace 64 años. Londres, que será otra vez sede olímpica a partir de julio próximo, dice ahora junto con el COI que "la política no debe intervenir en los Juegos".
La política, es obvio, jamás estuvo fuera de los Juegos. Astilo de Crotona, campeón en las carreras de carros en los años 484 y 480 a.C., era publicidad para el tirano Gelón, de Siracusa, que lo había contratado. Un estadista más democrático como Alcibíades usó sus triunfos para ganarse la confianza de los atenienses. Los primeros Juegos de la era moderna, en Atenas 1896, que Francia amenazó boicotear, sólo pudieron realizarse gracias a un oportuno cambio de gobierno en la empobrecida Grecia y a las ambiciones políticas del príncipe Constantino. El primer conflicto netamente político estalló en los Juegos de Estocolmo 1912, cuando las monarquías aliadas del imperio austrohúngaro por un lado y Rusia por el otro impusieron sus banderas ante triunfos de atletas de las anexionadas Bohemia y Finlandia. En la siguiente edición de Amberes 1920, a pedido británico, no fueron invitadas las potencias derrotadas en la Primera Guerra Mundial: Alemania, Austria, Bulgaria, Hungría, Turquía, Rumania y Polonia. París, por orden del Barón de Coubertin, organizó otra vez los Juegos en 1924. No invitó a Alemania. La edición de Los Angeles 1932 impuso la ejecución de los himnos para los atletas vencedores. Y la de Berlín 36, se sabe, fue un festival ario. El COI atribuyó a "maniobras de judíos y comunistas" las primeras denuncias sobre el nazismo y los reclamos para sacarle la sede a Berlín. Jamás se arrepintió del regalo que hizo a Hitler.
Los Juegos de Londres 48, los primeros en paz tras la Segunda Guerra Mundial, mantuvieron el recorrido de la antorcha olímpica, pese a que el rito había sido iniciado por la Alemania nazi. No fue fácil. Grecia, punto de salida de la antorcha, estaba en guerra civil. El gobierno inglés, que iniciaba la nacionalización del ferrocarril, gas, electricidad, carbón y acero y creaba el Servicio Nacional de Salud, impuso unos Juegos austeros. Delegaciones extranjeras llevaron sus comidas y hasta sus toallas. Los Juegos tuvieron un presupuesto, a dinero de hoy, de 2,2 millones de libras. La BBC pagó 1000 libras por derechos de transmisión. Cada patrocinador, de Coca-Cola a Guinness, aportó 250 libras. La prensa era crítica. El cricket y las carreras de perros recibían casi más atención que la preparación de los Juegos. "Lo importante en los Juegos -decía una inscripción en Wembley el día de la inauguración- no es ganar sino competir. Lo esencial en la vida no es conquistar, sino pelear bien." El rey Jorge VI no tartamudeó al pronunciar el breve discurso de apertura, ante más de 80.000 personas. Estaba rodeado de varios de los mismos dirigentes del COI que doce años antes compartían palco con Hitler, incluido el estadounidense Avery Brundage, que, según cuenta Janie Hampton en el libro The Austerity Olympics, seguía enviándoles comida a los jerarcas nazis condenados en Nuremberg. Ese mismo estadio de Wembley saludó el 7 de agosto al ganador del maratón, el argentino Delfo Cabrera, un humilde bombero del pueblo santafecino de Armstrong, a quien Juan Domingo Perón premió con una casa en Sarandí. El regalo equivalía a "profesionalismo". No lo dijo el COI de Brundage. Sí los golpistas de la Revolución Libertadora de 1955.
Los boicots iniciados en los Juegos de Melbourne 56 y agudizados en Moscú 80 y Los Angeles 84, la matanza de atletas israelíes en Munich 72 y la sede asignada a Pekín en 2008 fueron episodios políticos que también marcaron al deporte olímpico. Pero hay una imagen que prevalece por sobre todas: el podio del Black Power de México 68 que costó la expulsión de por vida a los atletas estadounidenses John Carlos y Tommie Smith. El mismo COI que nada había dicho sobre los saludos nazis y fascistas de Juegos previos sí consideró "político" el puño enguantado del "Poder Negro". Seis meses antes había sido asesinado Martin Luther King. ¿Temerá el deporte olímpico una rebeldía similar para Londres 2012? La Argentina provocó problemas al COI desde su mismo origen. Los dos primeros miembros expulsados del COI son argentinos. A José Benjamín Zubiaur, un notable educador y abogado, miembro fundador en 1894, el COI de aristócratas lo echó en 1907 porque el entrerriano, sin fortuna personal, no viajaba a las reuniones en Europa. Su sucesor, Manuel Quintana, hijo del presidente homónimo y residente en París, duró apenas tres años. El COI lo echó porque la Argentina desoyó advertencias y organizó en 1910 los "Juegos del Centenario", una marca que el olimpismo ya consideraba exclusiva. El COI que estos días advirtió a la Argentina por el spot de Malvinas ya no tiene a los condes y príncipes de los orígenes. Tampoco al ex ministro franquista Juan Antonio Samaranch. Cuenta, sí, con un único "miembro de honor": Henry Kissinger.
El comercial de Malvinas difundido por el gobierno argentino, "manipulación nazi", según dramatizaron algunos críticos locales, tiene su complejidad. Fue hecho por una agencia (Young & Rubicam) cuya casa central (WPP) es inglesa y cuyo titular (Martin Sorrell) es un Sir que trabajó para Margaret Thatcher y ahora defiende a Rupert Murdoch, uno de sus principales clientes. La filmación, sin permiso oficial, fue realizada por la misma gente que produjo en 1999 una película polémica. Un porteño mago y comediante, obviamente canchero, viaja a Malvinas con una cámara oculta, dispuesto a embarazar kelpers para que al menos en veinte años la mitad de la población de las islas tenga ascendencia argentina. La infantil sátira se llamó Fuckland, Tierra del sexo, traduce Wikipedia, con excesiva ingenuidad. Fernando Zylberberg, veterano del seleccionado masculino de hockey sobre césped que cobró dinero y reivindicó el comercial en el que corre tipo Rocky por Puerto Stanley, trabaja a su vez en estructuras del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Ciudadanos ingleses se indignaron porque Zylberberg pisó en su carrera un monumento homenaje a los soldados ingleses fallecidos en la Primera Guerra Mundial. Piden por las redes sociales que la Argentina sea excluida de los Juegos. O que no se le conceda la visa a Zylberberg, sin saber que el jugador, en realidad, dista de tener confirmada su convocatoria a un tercer Juego Olímpico. Sí tiene boleto confirmado la taekwondista Carola Malvina López, que lleva ese nombre porque nació en plena guerra de 1982. En 1948, los ingleses se sorprendieron por los besos que se daban los argentinos tras el triunfo del boxeador Pascual Pérez. "Se dieron más besos que un musical de Hollywood", escribió un diario. Más que besos, ahora temen un podio con reclamo malvinense. Pero Inglaterra, a la que la Argentina ya no sabe cómo pedirle que acepte la resolución de las Naciones Unidas y dialogue sobre las Malvinas, no sabe que ese podio es una posibilidad bastante lejana. Los atletas viven los Juegos, sean en Londres o Praga, como un punto culminante para el que llevan años preparándose. Son actores centrales del juego olímpico. Pero actores de reparto en el juego político. Viajarán cargados de ilusiones. Con una inversión económica récord para el deporte olímpico argentino en las últimas décadas. Pero, paradójicamente, irán también con la dolorosa certeza de que, esta vez, ganar alguna medalla en Londres será casi milagroso.