Por María Daniela Yaccar
Publicado en PAGINA 12
Dolina junto al periodista Nino Ramella, quien le hizo una entrevista que ambos calificaron como “ficcional”.
El día estaba especial para escucharlo. Goteaba levemente, hacía mucho frío y la noche comenzaba a anunciarse en un cielo violáceo. Esa voz, compañera de soledades cuando la ciudad y todos duermen, volvió a ser un refugio, cuando se apagó la de la Negra Sosa reviviendo en una canción. “No escribí este libro para contestar preguntas que yo mismo no me hacía”, bromeó Alejandro Dolina al presentar Cartas marcadas, su primera novela, en la Sala José Hernández de la Feria del Libro. Se lo dijo al periodista Nino Ramella, quien le hizo una entrevista que ambos calificaron como “ficcional”. La sala, con capacidad para 850 personas, estaba el sábado colmada de cuerpos abrigados. Como pasa siempre que este hombre agarra un micrófono, todos querían escucharlo, aun cuando la excusa sea la otra palabra, la que le cuesta más, la escrita. Y aun cuando se dedique durante una hora a responder preguntas que nunca se hizo, porque lo hace cautivantemente bien.
El formato de la presentación parecía un poco forzado: son raras las entrevistas convencionales delante de tanta gente. Fue el mismo Dolina el que usó este calificativo. “Pero es menos raro que la soledad del tipo que se larga a soltar confidencias como ‘hace diez años que vengo pensando en libros de caballería’”, se consoló. Luego avisó que “la respuesta es un género limitado por otro”. La charla con Ramella recorrió diversos aspectos de la novela editada por Planeta, pero también se salió de ese eje y hubo reflexiones sobre la literatura en general, autores fetiche de Dolina –como Borges–, el erotismo y el amor y el sentido de la existencia, ni más ni menos. Todas las respuestas fueron bien dolinescas, con iguales dosis de profundidad y de humor, de formalidad e informalidad, de saber académico y observaciones que parecen efectos del consumo de marihuana. En esa mezcla algunos ven alta cultura y cultura popular, pero él dijo no estar de acuerdo con esa mirada.
Los temas fueron muchos, pero uno que volvió cual espectro lacaniano fue el porqué del escritor. De hecho, esa misma idea dio comienzo a la charla y le puso fin. “Amén de los resortes psicológicos o vivenciales hay una serie secundaria pero importantísima de elementos, como el cansancio. Es una fuerza enorme que hace nacer cosas, avanza y no se discute. Uno se cansa de las ideas de los demás y de las de uno repitiendo una danza interminable. El hombre cansado de lo anterior, de unas tristezas que no puede compartir con nadie y de preguntas y discusiones ya dadas escribe libros”, se explayó el autor de Crónicas del ángel gris, de traje negro, casi como siempre. Algunos de los personajes de Cartas marcadas ya vivieron en ese y otros de sus textos. “Me cansé de que la gente dijera que eran sensibles, sentimentales, enamorados. Eso nunca fue verdad. Decidí escribirlo bien para que se entendiera. Estos tipos piensan que el mundo no tiene sentido. Eso pienso yo. En charlas y libros está lo que unos llaman vitalidad militante: estar en contra de la muerte. Esa es otra razón para escribir.”
En la presentación, Planeta le entregó un Libro de Oro por los 90 mil ejemplares vendidos de Bar del infierno, anterior a Cartas marcadas. Debutante en la novela, Dolina reflexionó sobre este terreno. “Es un género más peligroso. Si hay que tirar un cuento tiramos una o como mucho diez tardes de trabajo. Uno se da cuenta de la inviabilidad de una novela en la página 700”, comparó. Antes marcó una diferencia respecto de su otro oficio, el de conductor-narrador radial. “La literatura es un género más exigente. Uno dice voy a escribir un libro de 500 páginas y a los 20 segundos exclama: ‘¡imposible!’”, definió, en un pasaje que lo condecoró con aplausos. Sostuvo que se dio cuenta de que le interesa más el cómo que el qué: “Al principio no sabía nada de lo que quería contar. Hasta el final me daba lo mismo, pero me importaba la forma. Un poeta escribe, pero siempre reflexiona acerca de la condición humana. Eso interesa mucho más que la moneda en el aire, las cartas marcadas”. Son otros tiempos, dio a entender: antes el lector se salteaba páginas. Hoy el goce está en los detalles.
Y a cada rato llegaban esas verdades de melancolía tanguera, esos pedacitos de filosofía de la cotidianidad que emocionan a tantos corazones. Con algunas de estas reflexiones, claro, valdría la pena otro libro. “Es una noticia triste darse cuenta de que nada importa mucho”, remarcó cuando habló sobre el (no) sentido de la existencia. “¿Qué se puede hacer ante un montón de sucesos que no importan? Construir importancias. Eso es lo que hace (Gabriel) Rolón. A él todo le importa, incluso si las papas son con perejil o no.” Se cebó explorando el erotismo y el amor, presentes en su obra. “Me gusta lo que ha dicho Octavio Paz: el comienzo es la visión de un cuerpo hermoso. Ahí se produce una atracción, pero no es irremplazable. Si no es Fulana, mal no estará Sutana. El problema es cuando ese cuerpo se convierte patológicamente en algo irreemplazable”, reflexionó.
Los autores más descontracturados, aquellos de los que la cultura popular se quiere adueñar, parecen no terminar de llevarse bien con esto de subirse a la cima del saber y dar a conocer su último trabajo. Es el caso de Dolina, que al final retomó el tema. “Había traído un texto sobre eso, porque es un género en sí mismo. Pero me di cuenta de que era la presentación de un libro de Pacho O’Donnell. Me pareció que no era pertinente”, canchereó. Finalmente, de nuevo, ahondó en las razones para escribir: “Uno escribe porque tiene miedo. En el infierno nadie lo siente, porque el miedo tiene que ver con el futuro. ‘Jaja’, dice el condenado mientras arde.” Pero si está presente Dolina el infierno puede ser un bar y la presentación de un libro puede no ser un infierno.