31/8/12

Bob Wilson: pensar con el cuerpo


Por Ernesto Schoo
Publicado en LA NACIÓN

A los 70 años de edad (nació en Waco, Wisconsin, el 4 de octubre de 1941), Bob Wilson sigue siendo el niño terrible del teatro contemporáneo. El 8 de este mes terminó de representar, en el Athénée de París, Krapp, o la última cinta magnética , de Beckett. Días antes, el diario Libération le hizo una entrevista, de la que extraemos algunos conceptos. Este poliédrico personaje (bailarín, coreógrafo, pintor, arquitecto, actor y escultor, además de cultivar el video, diseñar muebles y su propia utilería, y ser considerado uno de los mejores iluminadores de teatro en el mundo) sufrió el año pasado un infarto en Praga; operado del corazón, volvió con renovados bríos al escenario. Había actuado por última vez en 1995, en un Hamlet muy personal, en Bobigny, cerca de París; cuando le preguntan cómo se siente al regresar, responde. "Me olvido siempre de mi edad. Baudelaire decía que el genio es la infancia recuperada a voluntad. Cuando se mira a un actor, debe verse a un niño que juega." Pese a su afirmación de que vio su primer espectáculo a los 20 años, la verdad es que se crió en un ambiente culto y refinado. El primer éxito de Wilson fue, en 1970, Einstein en la playa, una ópera con música de Philip Glass, aunque ya el año anterior había estrenado El rey de España, a partir de una respuesta que dio en la adolescencia a la eterna pregunta: "¿Qué querés ser cuando seas mayor?". Bob contestó: "Rey de España". Desde entonces, no ha dejado de sorprender (y enfurecer) a espectadores y críticos con sus creaciones, cuyos principales rasgos son austeridad, lentitud y longitud: doce horas duraba "The Civil Wars" (1982/83), otro tanto "The Life and Times of Joseph Stalin", y "Kamountain y Guardenia Terrace" abarcó siete días, en la cumbre de una montaña, en Irán. Su énfasis está puesto en el silencio y en el movimiento, antes que en las palabras, aunque tiene por éstas un gran respeto: "El lenguaje es un artefacto social". Su versión de Cuarteto, de Heiner Müller, tiene quince primeros minutos sin palabras, y en esta Krapp del Athénée, "pasan veinticinco minutos antes de que yo abra la boca: hay que confiar en el silencio y en el humor". En 1974, Beckett fue a ver Una carta a la reina Victoria, de Wilson, en París, lo felicitó y lo invitó a comer. "Hablamos de la interpretación de Oh les beaux jours, por Madeleine Renaud, Beckett me dijo que era excelente, porque no entendía nada, pero tenía un timing perfecto. También Müller decía que los actores mejoraban si no entendían." "¡Pero usted no dirá -exclama el entrevistador- que Isabelle Huppert, su actriz fetiche, no entiende nada!" Contesta Wilson: "Ella piensa en abstracto y nunca pregunta el porqué. Isabelle conoce y acepta el formalismo y la distancia. Hay que preservar el misterio. Pero la mayoría de los actores le teme a la frialdad? Y esa mayoría parte de la causa para llegar al efecto, cuando se necesita exactamente lo contrario. Hoy, con el naturalismo y la psicología, los actores piensan demasiado con la cabeza; tendrían que pensar con el cuerpo".

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