Por Guido Carelli Lynch
Publicado en Ñ
Alessandro Baricco resopla detrás del teléfono. Suspira en su estudio de Turín, a once mil kilómetros de Buenos Aires. Su suerte de relincho, que produce escalofríos a través del tubo, se repite cada vez que una pregunta lo incomoda. En cambio, paga con una risa cómplice, cuando sabe de antemano su respuesta. En los dos casos, se toma su tiempo para explayarse y echa por tierra –esta vez al menos– las suposiciones acerca de su carácter, esquivo y antipático. "No me gustan las fotografías ni dar muchas entrevistas. Tampoco me gusta hablar demasiado sobre mis libros, porque una vez que uno los escribe, no debería agregar nada. El libro tendría que ser todo lo que hay. Pero me doy cuenta de que hay una curiosidad de los lectores y cierta necesidad en nuestro trabajo de convertirnos en personajes públicos. Por eso trato de hacer lo mínimo indispensable. Cuando lo hago, lo hago con ganas. La entrevista para mí es algo muy bello. Me parece una forma de dramaturgia bellísima. No es que odie a la crítica. Me parece una de esas cosas que hay que hacer poco, con moderación", dice Baricco, que decidió clausurar su propio y preferido libro City precisamente con una entrevista. Puro teatro, entonces, también ahora.
El personaje central de esta farsa sincera se crió en una familia católica y de izquierda, dos elementos, que todavía hoy –reconoce entre carcajadas– lo obligan a vivir con una sensación de culpa, que a veces puede ser incluso aplastante. La crítica y el periodismo celebran su éxito y lo castigan por el mismo. Seda, su brevísima y sensual nouvelle le dio fama internacional y lo condenó a su pesar a convertirse ¿para siempre? en "el autor de Seda" a secas. Cierto es que "el autor de Seda" había escrito dos novelas anteriores largas y distintas, y un monólogo, Novecento, que inspiró a Bertolucci en el cine y luego a decenas de directores de teatro en todo el mundo. Se animó a adaptar y recortar La Ilíada para una serie de lecturas públicas e intentó, primero con Next y luego con Los bárbaros, decodificar "la mutación" de una sociedad atravesada por palabras rimbombantes y cambios tecnológicos que esconden mecanismos mucho más profundos que la idea de "globalización". Se hizo tiempo para probar suerte en televisión, teatro y hasta grabó un disco de poesía recitada con la banda francesa, Air. De casi todo salió airoso, naturalmente ganó admiradores, aduladores y, también, furibundos enemigos. Alessandro Baricco en toda su dimensión desembarca por fin en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. "Muchas veces pospuse este viaje, tal vez porque la Argentina me fascina de tal manera, que siempre pensaba que era demasiado pronto o que el tiempo no sería suficiente. Ahora ya es tiempo de que vaya", dice con un aire místico y solemne. ¿De dónde nace la fascinación de Baricco por Argentina? Es fácil imaginarlo un poco más desaforado gritando los goles de Maradona a la Juventus, el archirrival de su amado y humilde Torino.
"Seguramente hay razones deportivas, que se filtraron por mi gran amor por Osvaldo Soriano, uno de los que me contó de manera mítica estas tierras. No sólo me transmitió el amor por el fútbol, sino también el amor por el arte, la música, la literatura, la admiración por el tango, y la idea de las raíces italianas de tanta gente que vive acá. La idea de los espacios extraños, aparentemente infinitos. Son muchas las cosas que hacen de la Argentina –no sólo para mí– un lugar mítico", explica sin que valga la pena desasnarlo acerca de cómo los "míticos" argentinos maltratamos en vida a Soriano. Más feliz lo hace sí, el reconocimiento del que goza su mentor Gianni Vattimo. "Para mí fue el mejor. Sus lecciones, sus lecturas de Nietzsche y de Heidegger eran verdaderamente una nueva frontera para nosotros. Si bien no soy filósofo, me marcó muchísimo para las cosas que hice", termina antes de la irrupción del otro actor de esta parodia.
Sus libros, sobre todo, los ensayos sí tienen una impronta filosófica...
Bueno, hago filosofía a mi manera, digamos...
Filosofía, teatro, cine, novela, ensayo, música, docencia, televisión. ¿A qué debe tantos oficios? ¿Explora o se aburre?
Sí (concede y se ríe). En parte es eso. Odio la repetición y entonces necesito cambiar siempre la mesa de juego. Yo fui afortunado, porque tuve la posibilidad de hacer televisión, cine, trabajar en teatro. Probablemente tenía talentos que me lo permitieron, pero también es necesario encontrar alguien que te lo facilite y te induzca a hacerlo. Ecco (subraya en ese adverbio intraducible de verdad italiana) para mí eso es muy importante. Escribir libros es mi principal oficio, para el que tengo más talento. Es un trabajo muy bello, pero que te inclina a cierta forma de locura, porque es muy solitario, muy duro, muy largo. Entonces cada vez que termino un libro, el hecho de detenerme y hacer otra cosa le hace muy bien a mi salud, a mi cabeza. Es algo siempre muy importante.
¿Eso es es en parte el talento multiforme de los "nuevos" escritores, al que ya se refirió tantas veces?
El talento multiforme que ahora ejercen los escritores es algo que apareció en los últimos 10 o 15 años. En la década del 60, alguien como (Italo) Calvino sólo necesitaba escribir bien para imponerse. Hoy es diferente, porque debemos mostrarnos mucho más, porque crecieron los medios, los diarios, la televisión, Internet. Entonces nos piden que estemos presentes. Hoy, en Italia, no sé cómo será en su país (señala con una corrección política que roza el cinismo,) un escritor que es capaz de aparecer en televisión y tener un discurso efectivo, tiene diez veces más chances que uno al que no le salgan esos gestos.
Eso es –en gran medida– el sistema literario bárbaro que Baricco describe en su hasta ahora último ensayo. Un discurso articulado en series y, sobre todo, en imágenes. Se pone más serio –y no suspira– cuando se le sugiere la metáfora que podría suponer la Feltrinelli, la editorial que hace poco más de 40 años era una modesta pero influyente librería y casa editora dirigida por un mecenas de la izquierda revolucionaria, ahora convertida en uno de los grupos editoriales más fuertes de Italia. "Feltrinelli es uno de esos grupos que creció con Italia y que cambió mucho naturalmente. Pienso que todavía ha de ser uno de los mejores pedazos de Italia", opina. La Feltrinelli es, por cierto, el grupo que edita a Baricco.
Elsa Morante, (Giulio) Einaudi, Natalia Guinzburg, Calvino son autores relevantes cercanos en el tiempo y que sin embargo parecen lejanísimos. ¿Por qué?
Son figuras importantes, que vienen de un mundo que no existe más. El de las décadas de 1950 y 1960. Se suponía que era la Italia de la cultura, pero era muy chica. Era una especie de elite que tenía sus propios líderes y mitos. Ahora las cosas cambiaron, porque la comunidad de autores y lectores se amplió exponencialmente. El consumo de libros es bastante popular. Cambió muchísimo el marco, el paisaje. Creo que empezó a cambiar en los años 80. En los 90, cuando yo empecé a escribir junto a otros colegas, éramos animales nuevos. Y ahora esos animales crecen conmigo. Calvino tenía una inteligencia extraordinaria. Pasolini tenía una agudeza, un pensamiento feroz, que tal vez nunca vuelva a repetir. Nosotros heredamos su legado de buen grado, pero sin asustarnos.
Casi toda su producción coincidió con la primacía política de Berlusconi. ¿Cómo juzga las opciones políticas de Italia?
Yo crecí en los años 70. En esos años en mi país había una suerte de guerra civil. Había tiroteos prácticamente todos los días. El poder estaba bloqueado y en las manos de un país católico. Había corrupción, aunque no se viera, y ministros del interior que tenían que ver con el crimen organizado. (Giulio) Andreotti controlaba una red de poder enorme y todavía no entendimos hoy cuál era en realidad su estatura moral. Yo crecí en ese país: imagínese si Berlusconi me asusta. Berlusconi encarna seguramente un cierto estrato de los ideales democráticos. Es una interpretación un poco elitista de lo que puede ser la democracia. Nunca me preocupé demasiado, la verdad. No es un pasaje de nuestra historia que me haga feliz, pero desde que yo crecí nunca vi un período de madurez democrática tan largo como el de ahora.
Siempre equilibrado y a la vez audaz, evita la polémica y provoca en la misma operación. Puede comparar la estructura narrativa de Homero con la de James Cameron. "La Ilíada tiene la misma arquitectura que las películas del cine clásico norteamericano, incluso que Avatar. Entonces entiendes la fuerza profética de ese narrador, que era Homero", se entusiasma con un dejo de misticismo literario. Y rapidito, antes de sonar fatalista vuelve a la humildad. "No tengo grandes certezas", dice con resignación. "Cada tanto pienso que al final de la historia nosotros repetimos siempre los seis mismos gestos. Lo que cambia es el paisaje en el que los hacemos. Cada vez que sucede una mutación y pasamos de un paisaje a uno nuevo, recomenzamos a hacer esos gestos, igual que los chicos, uno por uno y desde el inicio. Son siempre los mismos: la guerra, dejar a la personas que se ama, morir, tener hijos, tener nostalgia, ira, rabia. Ser asediados –La Ilíada– y tratar de volver a casa –La Odisea. Los escenarios cambian muchísimo. El de ambas obras es un paisaje que no tiene nada que ver con el nuestro. Eso da una idea de lo que producen las mutaciones", vuelve a radicalizarse. Ya reflexionaba sobre el tema, aunque creía que era sobre la globalización, en Next. Allí concluía con la imagen de una pareja de recién casados en Calabria que emulaba a los protagonistas del multitaquillero Titanic, sobre una imaginaria proa de un barco. Se preguntaba entonces si eso era colonialismo cultural o un exorcismo contra la cultura chatarra imperialista. No tenía respuesta entonces.
¿Llegó a responderse?
No (se ríe), pero entendí que es una pregunta muy acertada y que es una de las pocas que encierra el enigma del presente. Fue una intuición, nada más, pero da en el punto, porque entender quién está fregando a quién es muy importante. Y una respuesta verdadera es muy compleja y difícil.