26/4/10

La vieja mentira de que la mayoría siempre tiene la razón

Cuando me convencí de que mi teoría sobre el agua era cierta, me dije: lucharé a muerte, porque pensé: “Lucho por la gente... la gente de mi ciudad”. Y cuando lo pensé sentí una sensación maravillosa. Yo siempre trabajé para esta ciudad, porque la amaba y por eso, cuando nació el proyecto del balneario, pasé meses sin cobrar sueldo, soñando con el proyecto. ¿Y para qué? No como mi hermano dice, para que nuestras calles se llenasen de tiendas lujosas sino para que pudiésemos curar mejor a los enfermos, para que tuviésemos mejores colegios, para que la gente viviera mejor, para ensanchar nuestros cerebros y ser más civilizados... En otras palabras... más hombres... más pueblo. (...) No es que lo reconozco. ¡Lo proclamo! ¡Lo grito! Me rebelo contra la vieja mentira de que la mayoría siempre tiene razón (La gente reacciona asombrada). ¡Y más todavía! ¡Ahora quiero decirles que la mayoría se equivoca siempre! (...) ¿Tuvo razón la mayoría cuando asistió pasivamente a la crucifixión de Jesucristo? (Silencio). ¿Tuvo razón la mayoría cuando se negó a creer que la tierra giraba alrededor del sol, y dejaron que Galileo fuese obligado a postrarse de hinojos como un perro? ¿Saben cuántos tiranos fueron apoyados por la mayoría de sus pueblos? ¿Cuántos asesinos fueron votados, queridos, adorados por la mayoría? (...) Les doy un ejemplo. Imaginen que un pelotón de soldados avanza por un camino en dirección al enemigo. Están convencidos de estar en el camino por el que deben avanzar, el camino seguro. Pero más adelante, por ejemplo a dos kilómetros, se encuentran con un hombre que está solo, un centinela de avanzada que sabe que ese camino es peligroso, que sus camaradas van a caer en una trampa, y se los advierte. Este hombre no tiene el derecho de prevenir a la mayoría... ¡tiene la obligación de prevenir a la mayoría! Antes de que muchos sepan algo, uno solo debe saberlo (Su apasionamiento ha provocado silencio). Yo... comprendo que el sacrificio que les pido es muy grande, pero no podemos ser tan criminales como para… (...) ¡Déjenme demostrárselo! ¡El agua está envenenada! (...)¡Ustedes quieren tener una ciudad corrupta! ¡Y para eso no les importa asesinar la libertad y la verdad...

Un enemigo del pueblo de Henirk Ibsen, acto IV.

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