Por Eduardo Belgrano Rawson
Publicado en PAGINA 12
Ante todo, cortándola con los diagnósticos. Es el terreno que les encanta, el pantano donde nos mantendrán entretenidos para que nos perdamos más fácil. En segundo término, no creer que bastan las buenas ideas, dejando que ellos se ocupen de instrumentarla. Por el contrario, ellos se encargarán de volverlas inofensivas. El Consejo de la Magistratura es el mejor ejemplo, el fracaso más estruendoso de la democracia. Finalmente, obligarlos a que, antes de las próximas elecciones, digan cómo harán:
para cambiar la Corte Suprema;
para impedir que los caudillos del interior continúen con sus desmadres, llevando sus provincias a la quiebra mientras prosigue el banquete;
para que los partidos políticos dejen de ser agencias de empleo de militantes desocupados;
para defendernos de la familia del presidente;
para terminar con la política del “Sí, George”;
para acabar con todas las jubilaciones de privilegio;
para que los candidatos con algún prontuario queden fuera de la carrera;
para sacar una ley antimonopólica en serio;
para desvincularse de sindicalistas que nunca se ocupan de los trabajadores;
para que el país deje de estar gobernado por una corporación financiera;
para no figurar jamás en la nómina de algún empresario.
Para qué seguir. Tampoco hay que ser maniático. A ver si porque rompimos unas vidrieras nos creemos de pronto que merecemos ser Dinamarca. Hoy por hoy, seguimos en Africa. Pero este papelucho de intenciones mínimas podría servir de algo. Si se lo mostramos a ellos, seguro que nos dirán “Frafraslafra”, mientras nos estrechan en un abrazo, con los ojos preñados de lágrimas. Entonces nosotros, “dunga dunga”. Y avanti con el voto castigo. Ma sempre avanti.