23/12/01

No fue un episodio más

Por Noe Jitrik
Publicado en PAGINA 12

En verdad no puedo sentirme contento por los episodios que han tenido lugar en la Argentina en estos días y menos aún por lo que se avecina. Es cierto que, si De la Rúa tuvo que resignar un lugar que debería haber defendido, también lo es que con ese acto culmina un proceso complicado y tortuoso que me parece que no supo ver ni estimar ni calibrar; por esa carencia tampoco pudo actuar, era impensable que pudiera tomar decisiones cuando no parece que íntimamente imaginara que las imposibilidades podían revertirse de alguna manera: careció de una filosofía y sustituyó esa carencia con la ilusión de un poder que se bastaría a sí mismo pero que no se bastó porque hay muchos otros elementos que lo configuran.
También es cierto que si, cuando se va, deja tras de sí unos cuantos muertos en la plaza, es posible que se sienta desconcertado, no es eso lo que hubiera querido, pero el lugar en el que él mismo se situó no podía sino conducirlo a esa triste ecuación: irse sin poder asistir al velorio. Concluye, pues, un episodio lamentable, marcado por la inoperancia, el equívoco, la falta de audacia, el empobrecimiento, la aquiescencia con la corrupción de la familia política, la mansedumbre ante los más groseros reclamos de los dueños del dinero, la admiración por los vendedores de baratijas como Cavallo, con su secuela de frustración y de tristeza.
Pero no es lo único que ocurrió: ocurrió que al parecer caducaron viejas estructuras mentales pero no se vislumbran las que las puedan superar. Eso hará que, pese a que muchos dicen que las manifestaciones indicaron ante todo un odio total y perfecto al sistema político, pronto habrá elecciones y algunos se preparan ya para enfrentarlas y buscar el voto de los que odian ese sistema con tanta fuerza como para jugarse la vida, como en efecto ocurrió.
Ciertos políticos, los barones peronistas, que esperaban que todo esto sucediera, aunque están preparándose para destrozarse mantienen un discurso que minuto a minuto tiende a hacer creer que lo que sucedió fue un mero episodio más, lamentable desde luego pero olvidable. No lo es: el ataque a los chinos, por ejemplo, implica el fin de un país para el cual la inmigración era la gran promesa; la galería de delincuentes que emergió de las sombras afecta la imagen que los argentinos tienen, publicitariamente, de sí mismos; el asalto a los comercios, por más que se justifique por el hambre no puede sino haber lastimado la dignidad de los que se vieron forzados a ello; el adelgazamiento del pensamiento y el triunfo del lugar común hacen pensar que la pobreza que nos espera no es sólo económica: a un porvenir de encono y de miseria se le añadirá un tedio homogéneo y compacto del que vaya uno a saber cómo nos vamos a redimir.



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