14/10/10

El monstruo autobiográfico (versión completa)

Por Eduardo del Estal

I

Una nota autobiográfica es una caja negra. Se registran las Entradas y las Salidas, el proceso que las conecta permanece desconocido.
Por su enorme sensibilidad a las condiciones iniciales, el género autobiográfico constituye una situación catastrófica de la escritura.
Una “matriz de dispersión” del texto literario resultante de la interacción disgregante de elementos particularmente inestables como yo, tiempo, memoria….
Aquí se ejecuta el doble salto mortal por el que la primera persona del verbo Ser deviene la tercera persona del verbo Estar Lo autobiográfico supone un elemento invariable: un YO. El personaje de la enunciación interrogativa ¿Quién es yo? queda fijado al ser respondido por una tercera persona. Un yo es un él. (La figura de una función que tiende a un límite: la interiorización de la alteridad que, puesta en relación con el ego, determina un yo). Elego no tiene su origen en sí mismo, sino que es fundado por Otro. El sujeto es una individualidad topológica. Como lugar de la enunciación de la palabra, es también la localización gramatical primaria que rige la concordancia con el verbo.
Además, la identidad encarna en la singularidad de un cuerpo cuya inmanencia determina a la piel como cláusula gramatical.
Sin embargo, el cuerpo no es una entidad constante sino un constante flujo de significados. No permanece en sí mismo, porque no hay un sí mismo en el cual
permanecer.
El cuerpo posee una naturaleza fluyente que oscila y fluctúa en varias direcciones. Este flujo viscoso posee un régimen turbulento caracterizado por los movimientos tridimensionales y aleatorios de las partículas del fluido, superpuestos al movimiento promedio. (El cuerpo, en proceso de extinción, es el guante de otro cuerpo más verdadero que está ausente).
El texto autobiográfico es fatalmente recursivo. (lo escrito, es ese círculo en que al entrar se entra siempre en su afuera). El sujeto de la escritura es a la vez sujeto de la lectura. Me escribo a mí mismo como Otro, y me leo, reflejado en ese espejo, paralizado por el miedo de Otro que tiene Uno. En la distancia que separa al escritor de sí mismo, desdoblado en sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado, no habita nadie, dado que toda posibilidad de escritura depende del advenimiento de un lector en el lugar donde acontece la desaparición del autor. La subjetividad sólo puede ser conciencia en tanto es capaz de retener la fluidez del devenir, en tanto es capaz de recordar. Por lo tanto, la memoria precede al sujeto y es su posibilidad.
De la memoria proviene la conciencia, y la memoria no es la facultad de un yo, el sujeto, el yo, es un producto secundario de una memoria.
El Yo es el nombre propio de la Memoria. La memoria no puede dar prueba del olvido, es un nudo que nada ata sino la continuidad misma del hilo. El nudom em or ia-olvido es un proceso productivo cuyo resultado es la condensación de una subjetividad capaz de situarse en el presente y perseverar en el pasado, un mecanismo de conservación.
Por lo tanto,“m em or ia” es el nombre de la relación de un sujeto consigo mismo, la afección de sí por sí mismo.
Pero, la “memoria absoluta”, que duplica el presente, se identifica con el olvido, porque constantemente es olvidada para ser reconstruida.
Su plegamiento es continuo a su despliegue, sólo el olvido (el despliegue) encuentra lo que está plegado en la memoria (en su propio pliegue).
Cuando se anuda el presente en la memoria, se olvida que lo recordado pertenece al pasado, se olvida la memoria como tal y se la asume como parte del presente.
Todo recuerdo miente porque la puntualidad del presente modifica la extensión del pasado.
Recordar es un trabajo forzado, indiferente al material, que a medida que produce reproduce, según una aceleración uniforme, el desplazamiento continuo de lo que estaba en la respuesta al lugar de la pregunta.
Un cortocircuito donde el punto final vuelve a conectarse con el punto inicial y lo origina. Esta iteración solo es enunciable por una torsión verbal: Estoy allí cuando estuve (durante horas abrazado a un perro muerto que abandonaban las pulgas y se enfriaba). Nací en Buenos Aires en 1954. La nota autobiográfica implica una prioridad retrospectiva; pero lo primero no es el comienzo que ya está empezado o viene después.
El lenguaje que lo expresa, sólo puede enunciar el principio cuando ya ha empezado a hablar y, al hablar, el principio retrocede.
Por lo tanto, el comienzo es aquello que está por volver al final. En el vientre de mi madre era analfabeto.
Vine a un cuerpo sin encontrar otro nacimiento que el olvido del cuerpo, el olvido que el lobo desea y los peces razonan.
Puesto del lado del azar crecí como los árboles para no oír la voz del agua.
Me nacieron otros animales donde antes tenía manos, las manos que hicieron muchas cosas sin mí.
Soy una temperatura, un lugar donde alguien ha dormido.
En mi memoria las cosas se reducen pero proyectan sombras más largas, recuerdo mejor arenas que castillos, agujas que ciudades.
Llevo a una piedra que apunta a un pájaro que aún no ha nacido
Tuve/tengo una infancia intensamente feliz en Castelar. Perros que me evitaron toda interrogación sobre la genitalidad y la muerte. En el patio de esa casa jugábamos a las estatuas, el que se mueve pierde.
Finalmente quedamos frente a frente solo dos: yo y esa niña flaca que se llamaba Iris.
Inmóviles como trompos hipnotizados por el zumbido de nuestras propias rotaciones, con las miradas fijas y sin parpadear, hasta que de su ojo derecho brotó una lágrima que no pesaba ni decía, que todo lo agotaba en existir, y sobre ese agua de un solo filo, yo, milagrosamente caminaba.
Durante todo un verano cavamos, con mis primos, un pozo para llegar a China. El túnel no nos condujo a China pero, la desmesura absurda de la empresa me reveló, oscuramente, que China era una Idea y, el acto de cavar, fue mi primera experiencia física del Pensamiento.
Tener diez años después de haber nacido es un error.
Es peligroso ser niño de niño.
Se abre un agujero para saber de qué esta hecho, qué tiene adentro eso que ya está roto quebrado cada fragmento por lo entero. A los doce años ya estaba poseído por la certeza de ser filósofo. Comienza a pudrirse el niño próximo por el lejano.
Me observaba a contraluz, me vigilaba acechando el día en que dejaría de jugar mientras ponía en fila los soldados de plomo adentro de la boca de ese lobo sin saber si esa tarde terminaba la infancia.
En esa duda yo me suicidaba.
“Hoy voy a tocar el alambre de púas electrificado”.
“Esta es la última vez” y no era la última. No abandoné la infancia. Se fue otro. Otro en el que, sin semejanza, me reconocía.
Un adolescente pedante y solitario (nunca quise pertenecer a nada) que despreciaba a sus compañeros del colegio y era amigo de otros solitarios.
Un monstruo ridículo que amaba las Matemáticas y la Física, escuchaba a Bach, a Coltrane y a Xenakis y apretaba en su axila elTr actatus de Wittgenstein que algún día iba a leer.
Mi adolescencia fue una guerra feroz entre mi mente y mi cuerpo hasta mi encuentro con el Amor, bajo forma de Mujer, a los quince años.
(El encuentro infrecuente con un Amor que se impone como Destino.) A los 17 años ya soy un padre precoz. En la década del 70 estudié Filosofía en la UBA, un lugar que frecuentaba la Muerte. Tres veces en la vida me pusieron una pistola en la cabeza. Soy un sobreviviente. Me reconozco en una fotografía en la que todavía no he nacido
No es ésta mi cara, que tiene la boca y el ojo de otro.
Vivo en la vida de aquel que ha muerto.
No soy pero parezco porque estoy, como está escrita una serie infinita en los puntos suspensivos.
Aún me duele haber encontrado la pared donde alguien había escrito: VOS NO DESAPARECISTE, POR ALGO SERÁ. Cuando cumplí veinte años, mi Mujer me regaló una caja de óleos y una tela. Desde ese día soy pintor. (Esto no está escrito, está dibujado). No recuerdo cuando aprendí a nadar. (Me enseñaron a los dos o tres años).
Nado desde siempre. Lo mismo me sucede con la Poesía.
Naturalmente, hablo flotando en la corriente de un lenguaje sin fondo.
Siempre las palabras me dicen más que las oraciones.
Encuentro más real el nombre de las cosas que las cosas del nombre.
Como todo poeta, vivo amenazado por dos peligros: inventar un lenguaje propio y escribir un libro sagrado.
(Los conozco bien, sucumbí a ellos. Me detuve a tiempo). Digo esto de mí sin saber quién habla en la escritura. El texto autobiográfico tiene un sujeto pero carece de persona. Un sujeto que es objeto de los elementos de la figura inicial que no están presentes en la figura final. Como el cazador que no puede evitar cerrar los ojos cuando dispara, no puedo verme sin hablarme, que es un modo X de oírme la cara cuando digo: Aunque después de años te encuentres regresado a donde ibas, en el Sur, en la misma ciudad, y duermas en la cama de tu infancia, no pienses que estás aquí y aquí has vuelto.
No sueñes. No despejes las x, no enciendas la luz, no juegues esa carta con la que perderás para siempre la amnesia que era el país que más amabas.
“Soy el que soy” es un conjunto vacío. Lo idéntico no es lo mismo sino todo lo mismo que difiere de sí.
La identidad se imita, se repite y permanece idéntica como una paloma en un polígono de tiro.
En cualquier momento, aquí, en todo lugar, subsiste la identidad que se origina en algún momento de su repetición, que empieza después y adentro de algo que hace mucho tiempo está empezado como el yo en la cara.
La autobiografía que implica el tránsito de un Yo a un Él es, inevitablemente, la trayectoria de una ficción: Nací en 1954. Soy filósofo, pintor y poeta (en ese orden). EL TIEMPO POR EL AHORA NO PASA.
La precedencia y primacía del sustantivo“ fil ósof o” da lugar a una reflexión sobre la naturaleza de la Filosofía que asume la cartografía de una “nota autobiográfica”.

II
Filosofía no es búsqueda de la Verdad o del Saber, ni siquiera conlleva el ejercicio del Pensamiento.
La Filosofía es un determinado discurso, clausurado y carente de exterioridad, que no cesa de enunciar su límite.
Un insecto mimetizado con un paisaje falso que no existe. El filosofar se instala en un aquí, pero paradójicamente, su situación es indeterminable; el borde que clausura la racionalidad es también el lugar de intersección entre la Razón y lo impensado.
La línea del borde que clausura la inclusión es, singularmente, el lugar de máxima proximidad con lo excluido.
Consecuentemente, la Razón no se sitúa en ningún lugar y su forma es contigua a nada.
La homogeneidad de su campo de representación depende de una aporía, la clausura de una inclusión afirma lo que niega.
Para estabilizar esta paradoja la Razón elabora un concepto supremo, el Ser, que impide la instalación de todo Otro en el aquí. En el discurso dialéctico, la lógica es la exclusión de un tercero. Es necesario, para el Ser, que su otro sea nada, que no sea lugar su afuera.
Por lo tanto, la palabra SER es una herramienta carente de mango exiliada de toda funcionalidad (pr edicati va).
No es una expresión falsa o contradictoria, no refiere a la verdad de lo dicho sino a la incompletitud del decir. Como una aguja cuya punta, su extrema agudeza, debe carecer necesariamente de toda materia. No hay nada escrito donde dice SER ni nada que pueda leerse. Consecuentemente, si el Saber de lo Real es saber que determinadas proposiciones son verdaderas o probables, entonces el objeto del conocimiento no es otro que la estructura ideal de la proposición.
La Lógica determina que lo Necesario es anterior a lo Real. De lo cual se infiere, tácitamente, la regla del discurso filosófico: la pregunta apela a una respuesta que sólo puede inscribirse en la forma dictada por la pregunta. La proposición enunciativa articula el movimiento del pensar. Dice, representando lo presente por lo que éste no es, una sucesión articulada.
En esta representación de lo que es, representado bajo el modo según lo que es no es, queda atrapado el pensamiento en cuanto se determina lo pensable como lo que se puede decir.
Como consecuencia de esta identificación asimétrica entre decir y pensar,el pensamiento es pensado según la forma de lo que no es el pensamiento. El discurso filosófico se constituye según una original relación mecánica entre el Pensamiento, la Razón y el lenguaje: La Razón se instrumenta como el eje de transmisión que convierte el movimiento circular del Pensamiento en el movimiento rectilíneo del lenguaje. La producción de significados tiene lugar en un desplazamiento del cuerpo del lenguaje según un tipo de movimiento: “el discurso”.
Como todo movimiento, el discurso posee una velocidad y la velocidad es una potencia formativa que determina modos de existencia de los fenómenos y condiciones ontológicas.
Conceptos como sujeto, objeto, causa, efecto, o el lenguaje y la racionalidad, sólo son posibles en una determinada velocidad del devenir.
Alcanzada una magnitud crítica, las estructuras sintácticas se comprimen, la sucesión causal colapsa en lo simultáneo, los enunciados se superponen y el lenguaje pierde todo control de los significados que siguen multiplicándose sin referir a nada.
Esta catástrofe no requiere la irrupción de una variable externa y desconocida, será producto del ejercicio de la más pura racionalidad, de su original y originante disociación con cualquier materialidad concreta.
Lo monstruoso es un elemento constitutivo de la Razón en la que inscribe como lo
Trascendente. La clausura de la Razón impone la totalidad de lo pensable, ya sea bajo la forma gramatical del decir o la forma lógica del pensar, a través de un Límite fundante.
Este Límite absoluto, contiguo a Nada, impone como Pensamiento aquello que piensa al Ser según el modo verbal de lo que “es”.
Una racionalidad donde el lenguaje reglamenta el pensamiento.
No hay enunciado que no esté incluido en el Ser ni atribución que ya no le esté adjudicada en la misma idea de Ser.
Por lo tanto, no es sobre la filosofía lo que se debe preguntar sino sobre el pensamiento.
Y el Pensamiento tiene una naturaleza innombrable que el lenguaje sólo manifiesta en el uso transitivo del verbo“pens ar ”.
Fatalmente, no es posible comunicar lo que es el Pensamiento sin recurrir al lenguaje, ni pensar la naturaleza del lenguaje sin valerse de otro lenguaje.
La relación necesaria impone su evidencia: Pensamiento y Lenguaje se vinculan como las dos caras de una Cinta de Moebius.
Lo que no resulta evidente es por qué el Pensamiento debe relacionarse necesariamente con una determinada práctica del lenguaje, el discurso Racional configurado como Lógica.
Admitido que el pensar debe advenir en las palabras, no se encuentra ningún fundamento excluyente para que ese advenimiento deba tener lugar en el discurso de la Lógica y no en el espacio de otras prácticas enunciativas como la Poesía.
“Poesía es todo texto en cuya escritura no está inscripta su lectura”. Es decir, la Poesía es una proposición indecidible, que no se agota ni se determina, como verdadera o falsa, en su enunciación.
Lo poético es un acto de lenguaje que, aunque no informe ni comunique un significado, posee un Sentido.
“Poesía es todo texto en cuya escritura no está inscripta su lectura”. Porque, lectura, es lo que lee al tiempo como discurso y la poesía carece de movimiento discursivo.
El poema no depende del movimiento de una cadena de significantes, sino de la detección de las variaciones infinitesimales de intensidad de una propiedad local.
El poema no es texto. Es textura. Lo que se dice en el poema es nada, nada que se resiste al lenguaje, nada que convierte al punto en vértice. La Poesía sólo habla de lo que no existe en lo que se habla.
El poema posee una tensión de membrana, donde la palabra percute.
Al percutir, la superficie dice lo profundo.
Oscuramente puede intuirse que el Pensamiento posee una dimensión que excede a las palabras, que el movimiento del pensar no puede ser contenido y, mucho menos, agotado por el lenguaje.
El pensamiento, todavía no verbalizado, es un impulso extraño cercano a la inmediatez opaca e irracional de la pulsión, la necesidad, la voluntad o el deseo.
Por lo tanto, no es sobre la filosofía lo que se debe preguntar sino sobre el pensamiento.
Y el Pensamiento tiene una naturaleza innombrable que el lenguaje sólo manifiesta en el
uso transitivo del verbo “pensar”.
De hecho, la pregunta por lo qué es pensar es informulable. Interrogar al Pensamiento a través del pensar significa que lo pensado hace al Pensamiento mismo.
Conocer implica referir a lo conocido, un modo de reconocer, es decir, percibir que algo desconocido es de la misma naturaleza que algo conocido.
El reconocimiento no puede ser el fundamento del pensar como experiencia sino su negación.
Cuando se reconoce no se piensa, para que haya pensar debe surgir de lo que no es reconocido.
Esa espera de lo que no puede anticipar, es el movimiento del Pensamiento. El desplazarse hacia aquello que es Impensable en tanto no se puede pensar por que no ha sido reconocido.
El Pensar no es un camino que conduce a un Saber sino el movimiento mismo del no-Saber. Aquello que determina al sujeto del Pensamiento es algo que ese sujeto no puede pensar: su propia muerte. Por lo tanto, no hay un residir, en la memoria, de lo sabido como saber. En el pensamiento se pregunta por la naturaleza del que pregunta por lo Desconocido, por la condición del deseo que mueve su interrogación. ¿Qué es el que pregunta por lo Desconocido y por qué pregunta? A lo que cabe responder que el Pensamiento no es otra cosa que el deseo de interrogar que expresa el deseo de no saber. Este deseo de no saber permite la existencia del Pensamiento, porque en el momento de su propia actualización, el logro de un saber en la conclusión del razonamiento, el pensar como tal fracasa; instaura una certeza que es la aniquilación del Pensamiento que sólo puede existir como inconcluso.
Al preguntar, el pensamiento se declara incompleto. Mediante la pregunta se hace la distancia que permite tener al pensamiento como deseo.
La proposición que enuncia lo Desconocido como conocimiento es una palabra dicha para instaurar el silencio que es su propia supresión.
Por lo tanto, no hay motivo para reducir el movimiento del Pensamiento a la apropiación de un saber. Que lo propio del pensar sea instalar una certeza en la Memoria.
Ante lo Desconocido, el deseo del Pensamiento tiene como objeto la ausencia de objeto, la ausencia de todo concepto, y la ausencia de concepto hace del saber la negación del saber que es el pensar. No hay Pensamiento sin movimiento y lo que mueve al Pensamiento es la pasión de no saber, el deseo por lo Desconocido que sólo puede desear si lo Desconocido perdura como Desconocido. Siendo lo Impensable la alteridad que define al Pensamiento, cabe decir que el movimiento del pensar es la búsqueda de ser pensado por un Otro. El pensar no piensa sobre algo sino que piensa algo que, al no tener arraigo en la Memoria, es el desplazamiento nómade de una capacidad de movimiento incesante que traspasa toda conclusión.
Si hay un movimiento del pensar es porque lo Impensable que debe ser pensado reside en la Memoria como Olvido. Si bien, pensar es establecer una activa relación “amnésica” con el Tiempo, el pensamiento no es algo dado, pensamiento es aquello que hay que hacer, que es preciso que comience.
Pero el pensamiento, como interioridad, no pude tener su fundamento afuera, sólo puede empezar a partir de sí mismo, siendo sí mismo su propio objeto y anulando toda exterioridad en el círculo de su inmanencia.
Si el pensamiento no puede tener comienzo en lo impensado, si no hay tránsito desde el exterior impensable, el comienzo del pensamiento resulta imposible.
NO SE PUEDE PENSAR EL ORIGEN SIN ORIGINARLO. El pensamiento no es otra cosa que su comienzo, su principio se encuentra a su final.
Pero, esta necesidad de un comienzo hace imposible empezar a pensar, porque pensar es pensar el pensamiento, y el pensamiento no se puede pensar.
En pensar la imposibilidad de pensar el Pensamiento se“abi sm a”. LO QUE NOS HACE PENSAR NO PIENSA.

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