5/10/10

Felipe Pigna: “Las revoluciones, cuando el poder es sanguinario, hay que hacerlas a la fuerza”

Por Ramiro y Hugo Montero
Publicado en SUDESTADA

La misma historia que durante años se enseñó en las escuelas de un modo tedioso, arduo, anquilosado, no se condice con el vértigo de episodios de riqueza extraordinaria, marcados por las debilidades y fortalezas de hombres de carne y hueso con temores y flaquezas, que escribieron las páginas más brillantes y más lúgubres de un pasado que siempre vale la pena releer. El trabajo de Felipe Pigna, su capacidad para socializar la historia y su mirada sobre la etapa fundante en América Latina no pasó inadvertido para miles de lectores. De allí la oportunidad de conversar con él sobre personajes entrañables, lejos del bronce y más lejos aún del aburrimiento de la historia cuadriculada.

“Un Túpac Amaru que mantiene su dignidad durante las más horrendas torturas y sigue clamando por la libertad de sus hermanos, soñando con una América libre. Un Manuel Belgrano que no duerme escribiendo un proyecto de país que sabe imposible pero justo. Un Castelli que sueña y hace la revolución en la zona más injusta de América del Sur. Un Mariano Moreno que quema su vida en seis meses de febril actividad, sabiendo que el poder no da tregua y no perdona a los que se le atreven, pero que si nadie se le atreve todo va a ser peor”. Así comienza el historiador Felipe Pigna su saga Los mitos de la historia argentina, señalando a los protagonistas de un pasado rebelde, de una región atravesada por la acción de desobedientes y revolucionarios, de indomables y de idealistas. Ellos son, también, los personajes centrales de esta entrevista con Sudestada.

En tu último libro, 1810 hay un énfasis particular en marcar el vínculo entre la historia de las sublevaciones indígenas posteriores a la conquista con los hechos de Mayo. ¿Por qué esa decisión?
Creo que es fundamental recordarle a la gente que, además de las influencias francesas ilustradas, había una impronta muy fuerte de rebeliones indígenas, criollas, mestizas, negras, a lo largo de la historia de nuestro continente. Colón llega a fines de 1492 y un año después, ya se manifiestan las primeras rebeliones, que se van a ir sucediendo a lo largo del siglo. Prácticamente hasta 1810, cuando se institucionaliza y se forma el ejército rebelde, no hay año en que no haya rebeliones. Me parecía importante agregar ese componente que fue dejado de lado por la historia racista, la historia que ignora todo lo que tenga que ver con el pasado indígena de nuestro país y, particularmente, con sus rebeliones. Un ejemplo de ello es el mito, aún vigente en la sociedad, que sostiene que llegaron los europeos y fueron tratados como dioses; esa es una parte ínfima en la historia de la rebelión en América Latina.

¿Cómo se forma el nexo entre las rebeliones indígenas, como el caso de Túpac Amaru, y la vanguardia de las guerras por la independencia?
Para empezar, habría que mencionar que Túpac Amaru se educó con los jesuitas, por lo que hay una vinculación lógica en un mundo donde no todo estaba tan separado. Los jesuitas, para el 1800 -cuando estudiaron nuestros hombres de Mayo y muchos pasaron por la Universidad de Chuquisaca- sentían un muy fuerte resentimiento contra la corona, porque habían sido expulsados años antes, razón por la cual colaboraron y participaron de algunos de estos levantamientos. De alguna manera, ese germen quedó en la universidad, donde se estudiaba un programa relativamente acorde a lo que quería la corona, pero a la vez había bibliotecas muy nutridas con autores prohibidos. Otro factor importante es que la misma ciudad, la misma región, recordaba los levantamientos de Túpac Amaru y Túpac Katari. De hecho, había como un viaje iniciático de estos muchachos a Potosí, que estaba muy cerca y era la ciudad de las minas de plata, de la explotación y la barbarie. Creo que allí hay una toma de contacto con todos estos movimientos. Uno de los cañones fabricados por las fuerzas patriotas, que llevaron Belgrano y Castelli a la expedición del norte, se llamaba “Túpac Amaru”, así que hay una reivindicación explícita de aquel pasado. Hay una conexión, que se entronca con toda la tradición europea, de la que también aprendieron en Chuquisaca. Mariano Moreno tuvo la suerte, muy particular, de parar en la casa de un cura que tenía una biblioteca extraordinaria de libros prohibidos -Rousseau, Voltaire-, por lo que tiene de primera mano una formación muy fuerte de quienes van a influir en la Revolución Francesa.
Durante un tiempo se discutía hasta qué punto la influencia francesa o la española tuvo que ver con la Revolución de Mayo. Hoy en día esa discusión prácticamente está saldada, sobre todo cuando uno no ve de parte de Moreno permanentemente menciones a Rousseau y la teoría de restauración del poder. Pero había un problema muy importante, estas críticas jesuíticas estaban hechas contra la autoridad real y más a favor del papado como vox populi que como incitación a la rebelión. En cambio, los hombres de Mayo más revolucionarios creyeron que el pensamiento de Rousseau era una acción más directa y más concreta, sin estas mediaciones de la religión católica.

¿Por qué desde el lugar común se liga a los hechos de Mayo con Europa y se dejan en segundo plano los levantamientos de América?
Tiene que ver con la historia racista o europeísta, que oculta bajo la alfombra el pasado indígena, particularmente el pasado rebelde. Ahí hay una explicación bastante sólida de por qué esta historia se nos oculta, por eso me resulta tan importante traerla nuevamente y empezar el libro desde allí, recordando que tenemos un pasado rebelde. Yo considero que el pueblo argentino es un pueblo rebelde, contrariamente a lo que dice cierta tilinguería intelectual. América Latina es un continente rebelde de por sí, y esto arranca muy tempranamente.

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