Por Pablo Lettieri
Así como durante más de cien años ha provocado pesadillas a miles de lectores de todo el mundo, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde también fue soñado por Robert Louis Stevenson en una noche de pesadillas en Bournemouth, a orillas del Canal de la Mancha, en 1885, entre sus tan habituales hemorragias pulmonares. Tardó sólo tres días en escribir el primer borrador que su esposa —y más dura crítica— Fanny Osbourne encontró demasiado sensacionalista. Escribió un segundo borrador, el definitivo, en el mismo lapso.
Los procesos mediante los cuales un ser humano podía convertirse física y mentalmente en otro ya preocupaban a Stevenson desde hacía bastante tiempo. En su juventud había tenido sueños en los que se escenificaba una realidad que lo llevaba a confundir lo onírico con lo real. Esta especie de doble vida terminó cuando un médico le recetó unos fármacos. Por otra parte, había quedado muy impresionado al ver cómo el alcohol y la enfermedad habían alterado el cuerpo y la mente de su amigo Walter Ferrier.
Los más de cuarenta mil ejemplares vendidos en sólo medio año catapultaron definitivamente a Stevenson a una fama bien merecida. Una fama de la que —justo es decirlo— no gozó después de muerto.
Considerada por muchos como un “clásico infantil”, más conocida por las innumerables adaptaciones cinematográficas —de las que Borges y Nabokov se quejaban puntualmente— que por su lectura, la historia de Jekyll y Hyde se ha convertido, a más de cien años de su publicación, en uno de los mitos de occidente. Más allá de otras obras como William Wilson de Poe, El Horla de Maupassant, El copartícipe secreto de Conrad, Dos imágenes en un estanque de Papini, El otro de Borges, Lejana de Cortázar y otras famosas parábolas de dualismo, El extraño caso... clausura para siempre el tema del doble en la literatura.
Jekyll y Hyde, dos personas distintas en una misma esencia y el eterno tema de la duplicidad de la vida: el bien y el mal. La lucha entre el vicio y la virtud, entre lo animal y lo racional. Jekyll hace caso omiso de las advertencias de sus pares y encamina su investigación por la senda de la medicina trascendental. Descubre así que las ciencias esotéricas son superiores a las empírico-racionales y que, tanto el bien como el mal, tienen raíces fisiológicas. Pero, como se sabe, a cambio de estos logros Jekyll deberá pagar un alto precio.
Pero Jekyll y Hyde es mucho más que una guerra entre el bien y el mal. Simboliza una de las mejores alegorías acerca de la hipocresía y represión victorianas, en la cual el otro lado de lo humano regresa para actuar los impulsos libidinales escondidos en esa sociedad. Hyde no sólo amenaza al Londres victoriano con sus crímenes y sus robos sino también con su sexualidad. La animalidad aparece como consustancial al hombre, siempre dispuesta a resurgir como un Ave Fénix entre las cenizas de la racionalidad.
Finalmente, no son pocos quienes ven en este relato de hombres maduros y solteros, que se pasean en la noche por los lugares menos recomendables de la ciudad, y en el cual las mujeres casi no participan de la acción, un transfondo homosexual latente.
Es probable que las conclusiones del lector moderno estén lejos de la intención primordial de Stevenson de “hacer desfilar ante hombres sencillos y sensibles un drama fantástico”. En todo caso, muchos deberán revisar las conveniencias de que El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde sea leído por los niños.
Buenos Aires, 19 de agosto de 1997.