Publicado en RADAR
A fines de 1999 o 2000, cuando hacíamos el ciclo El Independiente, con los responsables de la revista Haciendo Cine, estrenamos en el Atlas Recoleta el documental de Leonardo Favio Perón: Sinfonía de un sentimiento. El público abarrotó la sala en las dos funciones que fueron necesarias para exhibirlo completo. Los que no pudieron entrar, cantaron la marchita y sólo se aplacaron cuando el propio Leonardo Favio les explicó el problema. Cada una de las dos proyecciones tuvo varias horas de duración y en ambas estuvo Favio, pero de un modo particular. No quiso presentarla y llegó con la función apenas empezada. Me preguntó si podía verla desde la cabina y si podía indicarle cuál era el control de volumen del amplificador. Ya tenía problemas en la cadera y necesitaba bastón, pero eso no le impidió observar todo su film de pie por la ventanilla de la cabina. Cada vez que se escuchaba un discurso de Evita, subía el volumen hasta el tope. La primera vez entré para avisarle que saturaba un poco, pero se limitó a asentir feliz con la cabeza y entendí que estaba ahora dirigiendo a su público, como antes había dirigido su film. Las dos noches se fue, cálido y satisfecho, unos minutos antes de que la función terminara, sin sentir la necesidad de los aplausos.